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El fantasma del comunismo y el nacimiento de la seguridad social Opinión Imagen referencial

El fantasma del comunismo y el nacimiento de la seguridad social

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“Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo”, abre el Manifiesto Comunista de Marx, haciendo alusión a la creciente influencia del comunismo en el acontecer político y económico de Europa en el siglo XIX.


 Publicado en 1848, el Manifiesto fue profético no sólo al vaticinar una serie de revoluciones sociales en Europa, sino, un conjunto de reformas que darían paso a regímenes de derechos sociales y protección social que hasta la fecha perduran en el todo el mundo, incluido Chile.

Contrario al sentido común, el espectro del comunismo fue tremendamente benéfico para los trabajadores y la estabilidad social de las nacientes democracias liberales. Fue el temor a las revoluciones obreras y el avance del comunismo lo que empujó a las élites europeas a realizar una serie de reformas para acabar con la relación puramente mercantil entre el empleador y el empleado del liberalismo. Esto permitió el establecimiento de regímenes de derechos sociales y protección social que hasta el día de hoy gozan ciudadanos de muchos países. 

En el siglo XIX en Alemania, Otto von Bismarck desarrolla la seguridad social dando paso el Estado social, es decir, el rol del Estado en la entrega de los recursos mínimos para garantizar la existencia de los trabajadores cuando estos son presa del infortunio tales como accidentes, enfermedades y la vejez. El seguro contra enfermedades en 1883, el seguro contra accidentes del trabajo de 1884, el seguro contra invalidez en 1889 y el de vejez en 1891, acabaron con la inseguridad y el asistencialismo en Alemania. La estrategia de Bismarck y la élite industrial germana era acabar con el descontento de los trabajadores y frenar el avance de las movilizaciones obreras – la llamada “la cuestión social” – para no tener que llegar a medidas extremas tales como la socialización de la tierra y la distribución de la riqueza nacional. Bismarck tenía gran temor a una revolución proletaria al estilo de la Comuna de Paris ocurrida en 1871 después de la guerra Franco-Prusiana.

El éxito de la Seguridad Social Bismarckiana como estrategia política-económica para integrar a los trabajadores y frenar el avance de los movimientos obreros fue copiada en toda Europa. Esta se expandió por Austria, Italia, Reino Unido y más tarde por Norte América (Estados Unidos y Canadá) y de forma mucho más tardía en Latinoamérica. En Chile, en 1924 se establece el seguro obrero con cobertura ante accidentes, enfermedades, invalidez y vejez, y recién en 1968 se implementa el seguro obligatorio contra accidentes del trabajo basado en el modelo contributivo de Bismarck, dando nacimiento a las Mutualidades.

  Una vez terminada la segunda guerra mundial, y con el triunfo de los aliados – incluida la Unión Soviética – el fantasma del comunismo nuevamente reaparece con su efecto balsámico. Bajo la amenaza del bloque soviético, las potencias occidentales se ven nuevamente forzadas a realizar importantes concesiones para impedir que los movimientos obreros y la izquierda revolucionaria perpetrara cambios estructurales en el período de la reconstrucción de Europa. El Estado social se profundiza y se transforma en el llamado Estado de bienestar, donde el Estado asume un rol social mucho más activo, con objetivos de pleno empleo, educación gratuita, salud gratuita, subsidios para vivienda e igualdad de oportunidades. A diferencia del Estado social que asegura mínimos, el Estado de bienestar aspira a distribuir de forma más equitativa la renta nacional y lograr una sociedad igualitaria. 

El famoso informe del economista William Beveridge del Reino Unido no sólo pavimentó el camino hacia un Estado de bienestar para los británicos sino para toda Europa, transformándose los países nórdicos – Suecia, Noruega, Dinamarca – los países donde el Estado de bienestar alcanza su cénit. La seguridad social es apalancada por el Estado de bienestar a través de impuestos para alcanzar pisos básicos, asegurando para todos los ciudadanos un acceso igualitario a los recursos esenciales, y de esta manera, desincentivando políticas radicales como las promovidas por el bloque soviético.  

Por su parte, en Estado Unidos, fue John Maynard Keynes quien estableció las directrices del Estado de bienestar con énfasis en el pleno empleo y la directa participación del Estado para impedir las crisis recurrentes del capitalismo, crisis que Keynes había detectado como propias del sistema de mercado. Era papel del Estado salvar al capitalismo de los propios capitalistas, y para ello, un Estado de bienestar era necesario. Keynes, reconocía que la intervención del Estado en la economía era clave para aumentar la demanda y mantener el pleno empleo, y de esta forma evitar una catástrofe social y política que llevara a la socialización de los medios de producción.

Qué duda cabe, el espectro del comunismo no ha sido tan malo como algunos sugieren. Es más, respecto a las temáticas de género – por ejemplo – a inicios de los 90 se crea en Chile el Servicio Nacional de la Mujer como respuesta a la lucha de mujeres que durante la dictadura abogaron por la restitución de derechos y la recuperación de la democracia. Hoy, gracias a múltiples manifestaciones feministas, el Estado ha desarrollado una creciente agenda pública que permite visibilizar las necesidades y desigualdades de las mujeres en diferentes esferas tanto públicas como privadas, consolidando organismos como el Ministerio de la Mujer y la Equidad de Género y el Servicio Nacional de la Mujer y la Equidad de Género. Si bien son actualizaciones que los estados deben abordar como forma de enfrentar las diferentes crisis propias del sistema que opera, es importante reconocer la fuerza de los movimientos sociales que emergen como contraofensivas a la pobreza, la exclusión, la desigualdad y el dolor de la ciudadanía. 

Ojalá tuviéramos más fantasmas y espectros que hicieran reflexionar a nuestra élite política-económica sobre las condiciones materiales que nuestro país requiere para mantener la estabilidad social y permitir que las libertades pasen de una posibilidad abstracta e imaginaria a una realización concreta y vivida.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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