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¿Subir o no subir? Infancia, huella digital y cuidado adulto Opinión Archivo

¿Subir o no subir? Infancia, huella digital y cuidado adulto

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Alejandro Wasiliew Conget
Por : Alejandro Wasiliew Conget Profesor y Magíster en Psicología Educacional UC
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El llamado no es a ocultar la alegría de criar, educar o vincularnos, sino a sostener un estándar de cuidado ampliado al mundo digital. Entender que al publicar no solo mostramos un momento tierno o chistoso, sino que también contribuimos a construir una huella digital que otros podrán leer.


Aunque llevan décadas de uso masivo, Internet y las redes sociales siguen siendo en muchos sentidos un territorio nuevo, que conviene explorar y utilizar con cierta prudencia. En ese contexto, es bastante común ver fotos de niños y niñas en redes sociales. Cumpleaños, actos del colegio, paseos familiares: casi cualquier momento termina convertido en una publicación. A primera vista, se trata de un simple gesto de cariño y orgullo.

Sin embargo, cuando esas imágenes se suben a plataformas que viven de recolectar y usar datos, esa decisión adquiere otra dimensión y puede tener efectos en el futuro de esos niños y niñas. La llamada “huella digital” no es solo un conjunto de recuerdos, sino una serie de registros visibles y ocultos que acompañarán a una persona durante años. Por eso no estamos ante un tema menor ni ante un simple asunto de “estilos” de crianza: tiene implicancias éticas y políticas.

La antropóloga Veronica Barassi ayuda a entender que este tema es más serio de lo que suele creerse. Explica que la dataficación de la infancia empieza incluso antes del nacimiento, por ejemplo, cuando se suben ecografías o se usan aplicaciones de embarazo que van guardando información. Todos estos datos se acumulan y luego pueden ser combinados y procesados por empresas y organismos. Barassi habla de “participación digital forzada” para referirse a niños y niñas que ya están presentes en el mundo digital sin haberlo comprendido ni elegido. Es “forzada” porque son otras personas —familia, escuelas, instituciones— quienes deciden por ellos, mucho antes de que puedan ejercer sus propios derechos digitales.

Frente a este escenario, cuidar debería implicar decidir con calma y con conciencia qué se muestra, a quién y con qué motivo. Antes de publicar, conviene revisar si la imagen expone el rostro, el nombre, la ubicación o un momento de vulnerabilidad, y si realmente es necesario que circule en internet. También es totalmente válido optar porque ciertos recuerdos queden fuera de las redes y se atesoren en álbumes. Criar en la era digital requiere una nueva sobriedad y reflexividad: no se trata de dejar de compartir, sino de cuestionar la idea de que todo momento valioso tenga que transformarse en contenido.

Ahora bien, sería injusto poner toda la carga sobre las familias. La presión por mostrar la vida cotidiana no nace espontáneamente del deseo personal, sino es promovido por plataformas y culturas que premian la exposición constante. Me refiero a lógicas que empujan a actualizar permanentemente y entornos donde “no subir nada” puede vivirse como quedarse fuera. Por eso, el cuidado también es una tarea política. Un marco de justicia de datos para la infancia debería limitar la recolección y el uso comercial de información sobre menores, establecer configuraciones de privacidad protectoras por defecto, prohibir ciertas formas de publicidad dirigida y ofrecer caminos simples para borrar o limitar datos. Desde la perspectiva de Barassi, estas medidas son el mínimo necesario para que la infancia deje de ser un territorio de participación digital forzada.

En definitiva, el llamado no es a ocultar la alegría de criar, educar o vincularnos, sino a sostener un estándar de cuidado ampliado al mundo digital. Entender que al publicar no solo mostramos un momento tierno o chistoso, sino que también contribuimos a construir una huella digital que otros podrán leer, interpretar y usar. Entre el gesto familiar y la maquinaria de recolección de y uso de datos existe un espacio de deliberación individual y colectiva que todavía podemos —y debemos— ocupar.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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