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El poder de lo colectivo
Hay muchas cosas que mejorar. Pero también muchas que celebrar. Y compartir lo que está funcionando no es ingenuidad: es una forma de fortalecer lo que tenemos e inspirar a otros a sumarse. Porque las transformaciones más profundas no están naciendo en solitario, sino desde la colaboración.
¿Por qué en Chile tendemos a ver el vaso medio vacío? Nos repetimos lo que falta, lo que no funciona, lo que se rompió, como si estuviéramos atrapados en un loop de carencia. Por eso, en este cierre de año, vale la pena detenernos y mirar lo que sí está funcionando. No desde un optimismo ingenuo, sino desde una esperanza activa. Porque Chile ya está lleno de pequeñas transformaciones silenciosas que merecen ser amplificadas. Cambios que nacen del encuentro, de la capacidad de escucharnos, mezclarnos, soñar y atrevernos a crear juntos.
Este año lo confirmamos con fuerza. En distintas iniciativas que se desplegaron a lo largo del país, vimos cómo la colaboración deja de ser un concepto abstracto para transformarse en experiencia concreta. Lo vimos, por ejemplo, en procesos de largo aliento como el Circo Frutillar, cuyo estudio de impacto, tras diez años de trayectoria, muestra cómo el arte puede fortalecer el desarrollo integral de niñas, niños, familias y comunidades completas. Lo vimos también en espacios donde jóvenes de distintos territorios se reunieron en torno a la programación, la robótica y los videojuegos, no solo para competir, sino para aprender juntos, compartir conocimientos y descubrir vocaciones con sentido.
Algo similar ocurrió con Audaces 2025, al visibilizar organizaciones que están transformando la educación en Chile desde sus propios contextos. A través de historias reales, narradas desde la experiencia y no desde la épica, se vuelve evidente que el cambio no siempre nace desde grandes reformas, sino desde comunidades que se organizan, se atreven a innovar y sostienen sus proyectos en red. Cuando esas iniciativas se conectan entre sí, y con otros actores del mundo público, privado y social, el impacto deja de ser puntual y se vuelve sistémico.
Esa misma lógica está detrás de esfuerzos colectivos como la construcción de un Distrito de la Infancia en Recoleta: un proyecto público-privado que busca devolverle la ciudad a niñas y niños, invitándonos a todos a volver a mirarla con ojos de asombro. Porque cuando ponemos a la infancia en el centro, no solo diseñamos mejores espacios; también imaginamos una sociedad más consciente, creativa y cuidadosa.
Chile no tiene escasez de ideas. A veces, lo que falta es una comunidad que las sostenga. Pero cuando esa red existe, los resultados son visibles: niñas y niños que recuperan la curiosidad, jóvenes que encuentran propósito, docentes que se renuevan y organizaciones que florecen en sus territorios.
Sí, hay muchas cosas que mejorar. Pero también muchas que celebrar. Y compartir lo que está funcionando no es ingenuidad: es una forma de fortalecer lo que tenemos e inspirar a otros a sumarse. Porque las transformaciones más profundas, en Chile y en el mundo, no están naciendo en solitario, sino desde la colaboración. Desde el poder de lo colectivo.
- El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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