EDITORIAL
Desafíos para el progresismo
Es hora de que el progresismo recupere sus banderas históricas: la lucha contra las injusticias y la búsqueda de la igualdad y el bien común, con el necesario respeto y cuidado de la libertad individual y la iniciativa privada.
Las elecciones del pasado fin de semana fueron trascendentes, qué duda cabe. Con un padrón de 15.779.102 personas habilitadas para votar y una participación cercana al 85%, esta ha sido, por lejos, la elección popular con mayor movilización de votantes en la historia de nuestra democracia. Alrededor de 13 millones y medio de ciudadanos concurrieron a las urnas, una cifra que supera ampliamente los cerca de 8,2 millones que votaron en la segunda vuelta de 2021 y que solo se asemeja a la del plebiscito de salida de 2023, aunque con características muy diferentes.
La inscripción automática con voto obligatorio abrió una nueva etapa de la democracia chilena que, hasta ahora, nos deja más interrogantes que respuestas. Cómo se reordena el mapa político con este nuevo escenario, definirá mucho del futuro del país.
Es indudable que los comicios del domingo fueron, primero, una fiesta de la democracia, impecable en sus formas. Y en cuanto a los resultados, fue una derrota durísima para el progresismo chileno. Que Jeannette Jara no haya obtenido siquiera al 30% es un golpe difícil de digerir para ese sector, y que los candidatos de derecha hayan sumado algo más del 50%, lo es aún más.
Pero el análisis puede y debe ser más profundo que eso, porque la derecha, aunque obtuvo una sólida votación, por sí sola no alcanzó la mayoría absoluta en ninguna de las dos Cámaras. Y en todo caso está muy lejos de los 4/7 en ambas instancias del Congreso, que permiten reformas de mayor magnitud. A esto debe sumarse la complejidad de un sistema político hiperfragmentado y ahora, además, con un Partido de la Gente (PDG) reconstituido, con una bancada relevante, del que poco o nada se sabe –salvo que fue preferido por votantes de clase media muy descontentos con las élites–.
¿Cómo se explica una diferencia tan grande entre la votación presidencial de la derecha (cerca de 6,5 millones de votos) y su voto parlamentario (alrededor de 4,7 millones de sufragios)? Hubo casi 2 millones de votantes que escogieron a uno de los tres candidatos de la derecha en la presidencial, pero que no votaron por parlamentarios de ese sector.
El número de votos nulos o en blanco en la elección presidencial fue menos del 4%, pero en los comicios parlamentarios se disparó a un 20%. Los números pueden hacer presumir que son votantes del progresismo que castigaron al Gobierno de Gabriel Boric, pero que en la segunda vuelta presidencial pueden tener otra conducta.
Según Atlas Intel, casi uno de cada tres votantes de entre 18 y 34 años votó por Kast, en cambio, si en la elección hubieran votado solo mayores de 60 años, Jeannette Jara habría ganado en primera vuelta. ¿Por qué el progresismo –en Chile y en el mundo– ha perdido el voto de los jóvenes y de las clases populares?
La respuesta puede ser que la rebeldía se hizo de derecha (dura). En tanto, la centroizquierda e izquierda han quedado entrampadas en una defensa de las instituciones que más pareciera ser una defensa del establishment que del Estado de derecho. La derecha (dura), con un discurso anticorrección política, críticas al feminismo y al multiculturalismo, ha reivindicado el “sentido común”, descolocando a las élites progresistas, apropiándose así del voto que está molesto con el estado actual de las cosas y quiere un cambio radical. Ese era el gran patrimonio electoral que el progresismo tenía y que ha perdido en Chile y en el mundo.
Para combatir esta realidad electoral, el progresismo no puede incurrir en el cosismo de proponer soluciones mágicas, que en verdad no existen. La batalla que este sector está perdiendo se halla en el campo de las ideas. Todo indica que el progresismo tiene que recuperar sus tradicionales banderas identitarias –compatibilizándolas con las nuevas, como el feminismo y el ecologismo–: la lucha contra las injusticias y la búsqueda de la igualdad y el bien común, con el necesario respeto y cuidado de la libertad individual y la iniciativa privada.
Insistir en que en Chile nadie está solo; que alguien que trabaja 40 horas o más a la semana tiene el derecho de vivir una vida digna. Esta lucha –y no la protección del establishment– es la que debe volver a proponer, a promover.
El domingo se abrió una nueva etapa en la historia democrática chilena, una en donde una gran masa de votantes –que hasta ahora había mirado la vida política desde fuera– está obligada a participar.
Este voto no es patrimonio de la derecha, ni de aparecidos con recetas mágicas, ni debe ser abandonado por el progresismo. Una defensa sólida de lo que significa el progresismo, que les entregue esperanza en el futuro a los jóvenes, debe ser prioridad de este sector, que parece haber perdido el rumbo, pero que sigue teniendo una misión –la justicia social– que no puede ni debe dejar a un lado, para el buen funcionamiento de la democracia y el necesario desarrollo equilibrado del país.