Escritor Arturo Fontaine y la paz social: “Un nuevo estallido social sería una farsa”
El exdirector del CEP y reconocido poeta y novelista, en esta primera edición de “Pensando Chile”, descarta que la sociedad chilena esté polarizada, más bien desencantada, enfatiza. Ante un triunfo de Kast, el intelectual opina que la paz social sería compleja, porque su “marca es la confrontación”.
Poeta, novelista, ensayista, pensador y figura clave en el debate público chileno, Arturo Fontaine Talavera ha cultivado una obra literaria marcada por la tensión entre lo íntimo y lo político.
En esta conversación de Pensando Chile, Fontaine habla sin rodeos sobre su proceso creativo –tan caótico como fértil– y reflexiona sobre los dilemas del presente: la fragmentación del sistema político, el desencanto ciudadano, la deriva de los liderazgos y los riesgos de caer en maximalismos políticos. También comparte el trasfondo histórico y emocional de su novela Y entonces Teresa, donde una mujer audaz y lúcida se enfrenta a los límites de su época, reviviendo un Chile que, por momentos, se parece demasiado al actual.
A continuación, una síntesis de la conversación.
-¿Cómo es tu proceso creativo? ¿Te encierras? ¿O eres como de esos escritores disciplinados, que trabajan 8, 9 horas diarias, o de aquellos que esperan que la inspiración brote?
-Es bastante confuso, incluso, para mí mismo. Ni yo sé cómo lo hago. Hay períodos en que estoy bastante concentrado, períodos en que estoy bastante desconcentrado y anoto una línea que se me viene a la cabeza, que anoto un cambio aquí o allá y, de repente, entro en rachas de escritura bastante continua. Soy un escritor bien ineficiente. Escribo mucho más de lo que publico y esa es parte de mi manera de ser.
-En tu última novela, Y entonces Teresa, sobre la intimidad psicológica de una mujer que se rebela a su tiempo, describes muy bien el contexto social y político de principios del siglo XX. ¿Cómo haces para radiografiar una época?
-En este caso –aunque también en otros– lo que me interesa es la conducta de los personajes, las decisiones que van tomando y los obstáculos que enfrentan. Y no se podían comprender bien sin asomarse a la época, sin entender lo que era una historia de amor, en el contexto político chileno en la época en que Arturo Alessandri emerge como gran líder, como en su elección a senador, donde pasó a llamarse el León de Tarapacá. Y, claro, eso es una época muy distinta a la nuestra. Y yo de alguna manera quería mostrar esa forma de amar, esa forma de vivir una época, para así por contraste acercarse a cómo vivimos el amor hoy. Me parecía claro que los personajes, si no estaban muy bien metidos en su época y hablando en castellano que fuera un poquito distinto del nuestro, iban a parecer plásticos.
-Entre la historia de tu libro y el presente han pasado cien años. ¿Qué ves si comparas los contextos?
-El del libro es el momento en que aparecen las mancomunales en el salitre, que son el antecedente de los sindicatos salitreros y que es donde el Partido Comunista después va a tener mucha influencia, pero ya la empieza a tener en esa época, por lo menos por la vía de Recabarren, aunque todavía hay mucho por andar, pero él ya está muy en ese mundo. Hay grupos anarquistas muy activos, hay grupos ultraderechistas bastante corruptos, pero que tienen gran control de la calle. En Iquique, hay que pensar que Iquique era una ciudad muy importante, era probablemente el municipio más rico de Chile. Entonces había bastante corrupción y el municipio estaba controlado por grupos ultraconservadores que sacan matones a la calle y que la controlan.
Está el socialismo, está la postura más liberal de Arturo Alessandri, que quiere hacer reformas sociales. Aparece lo que llamaremos después la cuestión social. Y en cuanto a la figura de la protagonista, ella es una mujer muy independiente, muy inteligente, con mucho que decir, que producía mucho efecto en la gente y, de alguna manera, en vista después de lo que vivió y de las posiciones que fue tomando, sigue siendo hasta hoy una inspiración para el movimiento feminista actual.
-Tuve la impresión, mientras narrabas el contexto de tu libro en Iquique, que estabas hablando casi de nuestra época. Pensemos ahora en los políticos actuales. En el debate presidencial pasado, me llamó la atención que todos opinaran con sesgo de confirmación, como esperando que se les dé la razón en todo.
-Yo creo que es muy real ese diagnóstico, lo comparto, pero me doy cuenta de que hay una dificultad para tomar posturas más amplias, justamente en términos de llegada en las redes. Como que las redes premian la postura extrema, la postura categórica, la postura tajante, y eso es un poco lo que está dominando la campaña. Ahora, dentro de los candidatos, mi visión personal es que Evelyn Matthei despertaba más confianza con esa tenida blanca impecable, como que despertaba más confianza que los demás.
-¿No te pareció que se parecía un poquito a Bachelet 1?
-(Jaja) Sí, algo de eso tenía.
-Si tomamos a todos los candidatos, no solo los que encabezan las encuestas, tenemos a aspirantes que están en las antípodas uno de otros, como Kaiser y Artés. ¿Compartes la visión de que la sociedad chilena está polarizada o solo lo están las elites?
-No estoy seguro. Tengo la intuición de que la sociedad chilena no está realmente polarizada, que más bien está desencantada. Lo que está pasando en el Parlamento, inentendibles las posiciones. Y en la fragmentación está el problema para enfrentar los temas reales. Impunidad, delincuencia, narcotráfico, inmigración y economía. Yo creo que con 22 partidos en el Parlamento se hace un país muy difícil de gobernar y muy difícil de salir de donde estamos. Entonces, yo creo que hay una sensación en la población de desgaste, de cómo estamos operando en la política. Pero no necesariamente, creo yo, de polarización.
-Tú has escrito sobre régimen político. El diagnóstico está claro: un sistema político altamente fragmentado que no permite gobernabilidad. ¿Pero cómo se sale de ahí si en los hechos llegaremos al 12 de marzo del próximo año con la misma fragmentación?
-Lo sabemos, no hay ninguna duda respecto de eso. Y también sabemos cuál es la dificultad que tienen los parlamentarios para aprobar leyes que restringen sus posibilidades de reelección. Son juez y parte. Entonces la fragmentación favorece a los parlamentarios pequeños. Eso hace muy difícil armar mayorías para hacer el cambio. Por eso era tan importante haberlo hecho en el proyecto constitucional, en alguno o en ambos, cualquiera de ellos, pero ambos fueron rechazados. Y por eso, a mí, la figura de Kast me suscita muchas preguntas, porque el proyecto que él auspició, que él propagó, que él defendió, que su gente defendió, incorporaba importantes cambios en el sistema político con reglas antifragmentación, que yo creo que eran muy positivas y que yo apoyé.
Pero luego decidieron incorporar una cantidad de posturas maximalistas que hicieron que la Constitución fuera un fracaso. Y es muy curioso lo que ocurrió, porque el Partido Republicano ganó con la idea de que no era necesario hacer una nueva Constitución. Y una vez que se encontraron en mayoría, decidieron empezar a construir una Constitución a su pinta. Y la pregunta que me hago yo ahora es: si Kast –que hoy día habla de un Gobierno de emergencia y que él no se va a meter en temas controvertidos como aborto, eliminación de las contribuciones, o esa norma absurda en educación, según la cual solo el 50% de las horas lectivas podían ser dedicadas al currículum obligatorio–, de tener una victoria, ¿volverá al espíritu maximalista? A mí esa es una de las cosas que más me preocupa de esa candidatura.
-Siguiendo esa línea de proyección política, ¿cómo te imaginas el 12 de marzo, desde la perspectiva de la paz social?
-Lo veo complicado, porque la marca de fábrica de Kast ha sido la confrontación y la marca de fábrica de los grandes políticos democráticos es más bien la persuasión. Y el tema de la paz social supone persuasión. Ahora hay gente que cree que va a venir otro estallido. Yo eso no lo creo. Marx decía que la historia se repite la primera vez como tragedia y la segunda vez como farsa. Yo creo que un nuevo estallido sería una farsa.