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Créditos: El Mostrador.
Amor en métricas y celos en clics: el impacto real de la intimidad mediada por las redes sociales
Likes, seguidores y afecto en stories se convirtieron en gatillos de celos y vigilancia digital. Aunque 7 de cada 10 rechaza revisar el celular sin permiso, 34% admite haberlo hecho. Estudios muestran que los celos, más que el monitoreo, son el mayor erosivo de la confianza de las parejas.
Los celos digitales ya no son un síntoma aislado de la vida en línea: son un fenómeno estudiado y medible. Se definen como reacciones emocionales y comportamientos gatillados por interacciones en redes sociales que involucran a una pareja o interés romántico, desde un “like” a otra cuenta hasta comentarios de terceros o nuevas amistades que despiertan inseguridades. Su impacto ha sido validado por investigaciones que emplean herramientas como la Digital Jealousy Scale (DJS), una escala psicológica con alta fiabilidad para evaluar estos conflictos en el ecosistema digital.
Las mismas plataformas facilitan dinámicas de cibervigilancia, un concepto que engloba prácticas como monitorear publicaciones ajenas, revisar listas de amigos o rastrear interacciones con otras personas. Y aunque estas conductas pueden parecer parte del nuevo código relacional, la evidencia muestra que sus efectos trascienden la pantalla.
Un estudio longitudinal con 322 jóvenes de entre 18 y 29 años reveló que los celos nacidos en redes sociales están directamente asociados a un aumento de la vigilancia electrónica y a una disminución de la satisfacción con la relación un año después. La investigación concluye un punto clave: no es el seguimiento en sí lo que más desgasta el vínculo, sino la emoción que lo impulsa. El sentimiento de celos es el factor que más erosiona la percepción de bienestar y confianza en la pareja.
La paradoja también aparece en la práctica cotidiana. Según encuestas, 7 de cada 10 personas consideran inaceptable revisar el celular de su pareja sin consentimiento. Sin embargo, el 34% de quienes están en una relación admite haberlo hecho al menos una vez. Esta brecha entre lo que se condena y lo que se hace expone una tensión propia de la era digital: las reglas tradicionales de la intimidad chocan con un modelo donde el afecto, la validación y la desconfianza se negocian a la vista de métricas, notificaciones y gestos públicos.
En un mundo donde el amor se comparte en “stories” y se cuantifica en interacciones, los celos también se digitalizan. Y con ello, las relaciones enfrentan nuevos desafíos para sostener la confianza en un espacio donde todo deja huella.
En paralelo, la exhibición pública del vínculo instaló una cultura donde el afecto parece medirse por validación social, condicionando la percepción de reciprocidad. Todo ocurre, además, en un ecosistema que reduce la comunicación no verbal, obligando a decodificar emociones desde pantallas, textos e íconos, terreno fértil para malentendidos y ansiedad.
Si bien las plataformas acortan distancias y sostienen relaciones remotas, también abrieron nuevas fuentes de comparación, conflicto y presión por “mostrar el amor”, con efectos reales sobre la intimidad emocional y la estabilidad de las parejas.
En un mundo donde el amor se comparte en “stories” y se cuantifica en interacciones, los celos también se digitalizan. Y con ello, las relaciones enfrentan nuevos desafíos para sostener la confianza en un espacio donde todo deja huella.