
Escritora María Rosa Casanova: “He aprendido a ver el dolor así, como una fuerza creadora”
“¿Qué hacer con la novela?” (Palabra Editorial, 2024) es más que un camino, un zigzagueo. Más que una novela, una tentativa de construcción. Memorias, territorios, grutas inacabadas donde asoma la historia personal y colectiva. Un país, una familia, una comuna, periferias.
“He querido sobre todo conservar la ternura. La he personificado en mi escritura y he salido de la mano con ella. Junto al parque, levantándose la noche y después de mucho caminar, la he besado en la boca, y ese beso me ha quemado fríamente como nadie lo hizo”.
Fragmento de “Qué hacer con la novela”.
María Rosa Casanova (Chile, 1987) es escritora, profesora de lengua castellana y comunicación con postítulos en diversas áreas de la literatura y los estudios de género. Autora de dos libros “Murmuraciones” (2017), un poemario que retrata la subjetividad femenina a partir de la meditación y el dolor, y “Qué hacer con la novela” (2024).
En el 2019 funda la Escuela Escritura para Mujeres, comunidad dedicada a formar autoras emergentes de habla hispana (@escrituraparamujeres) en torno al estudio y el ejercicio de la escritura y la literatura. Por esta labor, recibe el Premio Impacto Social, otorgado por la Universidad Andrés Bello en noviembre del 2023. Actualmente se encuentra preparando “Venusina”, poemario ganador de Fondo del Libro 2024.
“¿Qué hacer con la novela?” (Palabra Editorial, 2024) es más que un camino, un zigzagueo. Más que una novela, una tentativa de construcción. Memorias, territorios, grutas inacabadas donde asoma la historia personal y colectiva. Un país, una familia, una comuna, periferias. María Rosa nos presenta un texto fragmentado y polisémico, cuya comprensión interpela tanto al pensamiento como a la corporalidad: huellas que emergen después del oleaje, que atraviesan el deseo, el feminismo, la desigualdad, la ciudad o la literatura, más allá de diagnósticos, reglas, academias o clasificaciones. Hay algo en esta novela que evoca la fugacidad, la imposibilidad o la pérdida. Tal vez a nosotros mismos.

-¿Cómo nace este libro, o mejor dicho, cómo se va construyendo? ¿Cómo fue el trabajo con Eugenia Prado, editora de Palabra Editorial?
– Éste es un libro que escribí durante años y que fue presa de diversas correcciones. Es sabido que muchas autoras escriben diarios que sirven para registrar ideas y practicar el oficio, lo cual empecé hacer desde que tenía 15 años. Llegada la pandemia, con el tiempo libre que nos regaló, empecé a revisar todos esos cuadernos, los enumeré por años y me di cuenta de que tenía mucho más que una historia. Los cuadernos me mostraron que había registrado un diálogo permanente sobre el oficio de escribir siendo mujer, en un país en crisis, con una infancia a cuestas, y con un Chile que aparecía entre mis escritos como fantasmal. Así que armé un borrador para el 2022, algo que aún estaba en pañales y que surgía de lo más experimental. Supe que a eso le llaman escritura híbrida. Por consiguiente, ya en el 2024, junto a Eugenia Prado de Palabra Editorial, fuimos releyendo este manuscrito, afilando el ojo y puliendo la escritura, viendo la belleza también y lo original. Eugenia es una gran editora que me ayudó a ver con claridad el texto, sacando lo mejor de este experimento que llamamos metanovela. También diseñó la portada, diseño que encontré fenomenal porque integró muchas pistas de lo que contiene la novela, pistas con oficio y creatividad. Es un orgullo tenerla como diseñadora, siento que su experiencia acompaña de forma consistente las obras.
-Una figura central es el recolector de basura, sin infancia, sin género y que ronda la ciudad buscando palabras, ¿por qué lo elegiste? ¿Cuál es su importancia? ¿Por qué encarna una observación social?
– Éste es un personaje muy importante para mí, lo escogí porque es la referencia más cercana que tengo de la marginalidad. Yo crecí en una casa de barrio ubicada en La Cisterna, por allá la gente que no tenía trabajo, gente pobre, se dedicaba a vender en la feria los artículos que recogía de la basura de otros que vivían en comunas más acomodadas, desde pequeña fui testigo de esa especie de reciclaje, que hacía que las personas que no tenían para comer, fueran a recolectar objetos de otras comunas y los trajeran a casa, objetos que luego eran puestos en sus casas, en los cuerpos de sus hijos o revendidos en la feria, así, se les daba una nueva utilidad. Esa dinámica me parecía interesante y a la vez muy compleja desde lo humano y lo social… Por una parte sentía que las personas de mi comuna ayudaban al mundo con esta reutilización, y por otro veía en ese acto un tremendo episodio de desigualdad, donde la basura de unos es el sustento de otros. Porque lo que otros botan a la calle es basura.
Podría hablar de cosas más personales que me afectaron en este sentido, por ejemplo, de que un tío se dedicaba a recolectar todo tipo de objetos inservibles y desperdicios para comer, incluso colillas de cigarros, volviéndose un asunto enfermizo que terminó por acabar con una familia completa. A veces los actos humanos trascienden al hecho mismo y se vuelven pensamientos que calan profundo en la subjetividad de los niños que observan pasivos a su alrededor. Hablar de un recolector, entonces, es mi forma de hablar del dolor social, de lo que nos duele de otros. Porque un recolector mete las manos en la basura, no le importa, ya ha corrido sus límites personales sobre la dignidad, porque el hambre es más fuerte que la dignidad. Entonces todo se trastoca. Recoger basura no es sólo eso, es pasar por encima de uno mismo. Eso duele cuando lo hace un adulto que se supone que debes admirar, que tienes de ejemplo. Ahí se te cruzan los cables y te preguntas por qué es así, por qué le tocó a él, pero no hay respuesta. Sólo hay carencia, y en la carencia todo se pierde, por eso ellos buscan palabras dentro del libro. Las palabras se buscan cuando ya se ha perdido todo, hasta la identidad.
-Escribes: “Ya está cansada de las formas convencionales de la literatura, de esos nombres con mayúscula que niega lo que no es oficial. Está cansada de la clasificación de los textos”. Este libro enhebra diferentes tiempos, espacios, imaginarios, memoria, rompiendo las fronteras entre lo real y lo ficticio, ¿esa fue siempre la intención? ¿Cómo se establece la organización, si lo hay, respecto a la escritura, lo que se dice y lo que no? ¿Hubo dificultades?
– Cuando una autora tiene rabia siempre quiere romper con algo. Si ese algo es lo establecido o no, eso no es tan importante. Lo más importante quizá sólo sea escribir por el hecho de tener rabia, por el hecho de poder decir algo cuando se ocupa un espacio, porque antes no había espacio y al no existir espacio, lo que sí existe es silencio. Silencio abrumador. Creo que solamente intenté ocupar mi propio espacio sin moldes.
Quise ser verdaderamente yo en mi escritura, no armé mi libro para agradar a otros, a pesar del riesgo de ser incomprendida, no escribí para ganar premios sino para darme una pequeña justicia personal, porque en el fondo me siento como una recolectora más, alguien que viene desde el borde mismo y que se abrió paso con trabajo, personalidad. Eso sí me he dado cuenta, si en Chile no sacas tu personalidad, no existes. Y sí, lo que me cansa es esas ganas ilusorias de ser “una escritora aceptable”, yo creo que no, que primero debemos ser nosotras mismas, que se nos conozca así, con esta complejidad, y después, si quieren, nos aceptan, eso lo dirá la historia.
En ese sentido, la organización de mi texto fue la que me pedía la misma historia. Siempre es difícil escribir un libro, organizarlo, pero creo que apegarse a la pulsión de la escritura, a lo que la misma historia te va pidiendo, y a los mensajes que quieres sembrar para que sean descifrados por el lector, es lo que permite que la estructura se vaya formando como un nudo que no siempre dominas. Escribir también es aceptar que el libro toma vida propia y muchas veces se manda solo. Quise que mi escritura reflejara mi propia mente, esa fue mi dificultad, quebrar mis miedos, mis prejuicios, para poder representar sobre todo, un problema contenido en una emoción. Diría por eso que mi escritura es más poética que narrativa. Cuento una historia como si escribiera un poema, delimito la estructura narrativa como si hiciera una pausa versal, que sólo pretende reflejar el ritmo de mi conciencia.
-Escribes: “La prisión chilena es móvil, tiene barrotes en el cuerpo vigilado” o “que en su subjetividad hay un esfuerzo por mirar la realidad? ¿Cómo las condiciones materiales de explotación se reflejan en tu escritura? ¿Se puede plantear alguna crítica al posmodernismo llevado al plano literario, o sea la exaltación de lo subjetivo? En ese plano, ¿crees que las escrituras chilenas contemporánea tienen el desafío de volver a conectar con la pobreza, la marginalidad, las periferias? ¿Más La Cisterna o San Ramón que Ñuñoa o Providencia como escenarios de escritura?
– Pienso que los autores escribimos mucho más de nuestras realidades de lo que quisiéramos. El otro día leía una crítica acerca de lo subjetiva que se ha vuelto la literatura, y como la autoficción está calando tan profundo en la sociedades que estamos perdiendo el don de la ficción.
Me parece super interesante poder ser críticos acerca de lo que escribimos, si es ficción o no ficción, lo que estamos escribiendo los autores contemporáneos, sobre qué se debería escribir o qué necesita leer el mundo. Todo eso me parece que pertenece al ámbito de quienes piensan la literatura en función del materialismo, o sea, cuánto sirve o no lo que escribimos para nuestra propia realidad. Dicho eso, a mí me gusta escribir sobre la vida real, por eso prefiero siempre la poesía, porque la poesía se encarga de decir lo indecible y eso indecible nos afecta mucho más de lo que pensamos, es lo que causa que nos enfermemos, es lo que causa que nos deprimamos, es lo que nos se aleja de los demás. Si mi historia se sitúa en las comunas periféricas, no fue por hacerle honor a la ficción, sino por hacerle honor a retratar una realidad no narrada, la realidad de mi memoria en la infancia.
En el libro señalo que en las comunas periféricas no hay librerías y es cierto, eso sí me importa. Me importa escribir de lo que falta, y eso siempre está situado, la carencia está situada, no la podemos ignorar aunque nos convenga. En algún momento se hará presente con tal fervor que nos destruirá. La literatura sirve entonces para hacer un poquito de justicia con el lente de la escritura. Ojalá tuviéramos más escenarios literarios en Santiago poniente, en Santiago sur, en Santiago norte, eso le daría mejores materiales a la literatura.
-Escribes: “Hay lugares que se conocen a través del dolor, gracias a él, el universo entra en el cuerpo”. ¿Cuál es la importancia del dolor en tu narrativa, en tu propuesta estética y social?
– Creo que esto lo respondí un poco en las preguntas sobre los recolectores, más quiero expresar que el dolor es una pulsión puramente creativa. Como yo trabajo con mujeres que están en formación autoral, muchas de ellas me han señalado que les cuesta escribir cuando no están atravesando situaciones complejas en la vida, cuando las cosas andan bien y todo parece fluir.
Pienso que el dolor es tan intrínseco de la experiencia humana, que muchas veces es una ventana a mirar lo que no nos muestra la vida convencional, por algo la mayor cantidad de arte ha surgido de esa zona. De alguna manera somos más humanos cuando experimentamos dificultades en la vida. Y esa humanidad es lo que andamos buscando cuando leemos libros que nos importan, en el fondo buscamos un espejo con una posible respuesta, acción de un camino que nos muestre que no estamos solos. He aprendido a ver el dolor así, como una fuerza creadora, no como una piedra en el camino.
Desde el dolor se pueden escribir los mejores libros. Ahora, por supuesto, hay que tener ojos para ver el dolor de otros. La literatura no puede servirnos sólo para mirarnos el ombligo.
-Escribes: “Leo para dejar de pensar en mí, leo para identificarme con personas que me permitan sentir distinto”, o “no se puede conversar con la vida o con Chile, sin haber mirado la cara de un Recolector”. ¿Crees que la literatura es un intento por alcanzar la otredad? ¿O es un intento fallido? ¿Acaso también la literatura es un intento fallido? En este sentido, ¿hay alguna respuesta a qué hacer con la novela?
– Me parece que todo intento por escribir, es un intento de quebrar la soledad, es un intento por ser comprendida. En ese sentido, no sé si cabe intelectualizar tanto, más bien debería haber un reconocimiento de que la escritura es un acto solitario pero a la vez colectivo, y profundamente conectado con lo humano.
Pienso que gran parte de las autoras escribimos porque queremos colectivizar nuestra experiencia de la soledad, de la maternidad, del amor, de los traumas que hemos vivido, etc. Es en ese intento donde la literatura adquiere un sentido social también. Creo que el estereotipo del escritor que escribe para sí mismo perdió sentido en una era que necesitamos urgentemente lo comunitario. No digo que no exista, ni que no sea posible, pero para mí, con la escritura, entiéndase esto: con la novela, se necesita poder salir del yo hacia el otro. Es un intento a veces fallido, pero fundamental de hacer.
-Hay algo que me da vueltas acerca de la construcción de lo colectivo desde la escritura. ¿Cómo logramos aunar estos dos ámbitos?
– Claro, es lo que nos pide a gritos nuestra época, nuestro país, la historia reciente. Pensamos que la literatura es algo absolutamente establecido, pero olvidamos que el arte busca renovarse a sí mismo, salir de lo convencional. Entonces, si la literatura no cambiara, no mutara hacia las necesidades y carencias que tiene cada sociedad, cada tiempo, creo que dejaría de ser tan importante. La literatura adquiere valor en cuanto puede aplicarse a la vida, puede dar respuestas a algunas interrogantes, puede hacer espejo de los seres humanos que habitan una sociedad.
Si queremos aunar la escritura con lo colectivo, eso no sería nada nuevo, quizá sólo volver al origen, a lo más atávico, cuando un hombre o una mujer escribieron en una piedra un camino, por ejemplo, o dibujaron la posición de las estrellas en el cielo, ¿para qué? no podríamos saber sus intenciones, sólo intuirlas: quizá dejar trazado un señuelo para otros, quizá dar un aviso, un mensaje o simplemente la necesidad de recordar lo vivido. La escritura y lo colectivo están más vinculados de lo que pensamos. Escribiendo también se puede hacer comunidad.
-Cuéntanos un poco de la Escuela Escritura para Mujeres. ¿Cómo surgió? ¿Qué se viene para delante?
– La escuela de Escritura para mujeres está muy relacionada con el punto anterior que habla sobre lo colectivo. Esta escuela surgió de un sueño que tuve cuando todavía ejercía como profesora en un colegio alternativo en Peñalolén. Coincidió que estábamos viviendo el estallido social en Chile, y se despertaron profundos anhelos de transformación en las personas, volvimos a creer en ciertas utopías.
Y así, como decía una frase que se hizo famosa en aquel momento: “no era depresión, era capitalismo”, pienso, despertamos a algo que necesitábamos. Vimos los vacíos, lo que faltaba, y nos animamos en ello. Así surgió la escuela, de una mirada crítica y de un deseo. También por supuesto coincidió con las circunstancias materiales de mi vida. Llevaba cinco años trabajando en este colegio y llegó la pandemia, el trabajo se fragilizó y pensé, ¿por qué no emprendo? Entonces, me alenté a empezar de cero un proyecto, y confieso que también fui alentada por otras mujeres, estudiantes que antes habían asistido a clases conmigo, que iban a mi casa, que me compartían sus lecturas y escrituras, etc.
Estoy convencida de que, en el fondo, desperté a mí misma, a la fuerza que yo veía en las mujeres y que no había hecho carne en mí. De esta forma, la escuela está funcionando por séptimo año consecutivo, y en este tiempo nuestra comunidad se ha forjado con mucha fuerza y compromiso. Comencé sola, pero en el camino se han ido sumando mujeres increíbles que me han ayudado a concretar este proyecto que va mucho más allá de mis fuerzas.
Estoy hablando de las profesoras que trabajan en la Escuela y de mi equipo directivo que apoya y enriquece cada uno de los desafíos que aparecen. La escuela para nosotras ha significado no solo la oportunidad de entregar a las mujeres la posibilidad de escribir y de profesionalizar la escritura, sino que para nosotras mismas, ha sido la posibilidad de forjar amistad, comunidad y feminismo desde el amor.
Lo que viene para la escuela es seguir consolidando nuestro trabajo, integrando a las escritoras que tienen experiencia y que pueden enseñar, y dando la seguridad a nuestros estudiantes de qué todos los días trabajamos por dar una educación de calidad. Tenemos muchísimos proyectos a futuro que queremos concretar, pero por ahora creo que lo más importante es poder invitar a las mujeres que sienten que no han tenido un espacio óptimo para estudiar, a conocer nuestra escuela y probar cómo les va.
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