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Filósofo belga y uso de drogas: “Quieren que consumas, y que sigas consumiendo” CULTURA Crédito fotografía: Géraldine Jacques

Filósofo belga y uso de drogas: “Quieren que consumas, y que sigas consumiendo”

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Marco Fajardo Caballero
Por : Marco Fajardo Caballero Periodista de ciencia, cultura y medio ambiente de El Mostrador
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“Si usamos drogas para casi todos los aspectos de la vida —desde el sexo hasta el sueño, el trabajo o la fiesta— no es porque queramos hacerlo, sino porque debemos hacerlo: debemos rendir, ser eficientes, ser ‘cool’, tener buen sexo”, alerta Laurent de Sutter, que expone hoy en Puerto de Ideas.


Una exposición sobre el papel de las drogas sintéticas en la sociedad actual, ya sea para dormir, estar despierto o hacer dieta,  brindará el filósofo belga Laurent de Sutter, uno de los invitados del festival Puerto de Ideas, que comenzó este viernes.

Sutter estará este sábado en la charla “Elogio de la euforia”, a las 10:30 horas, en Aula Magna de la Universidad de Valparaíso (Errázuriz 2120).

El expositor es profesor de Teoría del Derecho en la Vrije Universiteit Brussel y en Sciences-Po París. Autor de una treintena de obras publicadas en más de una quincena de idiomas, su trabajo ha sido reconocido con numerosos premios. Entre sus libros más recientes publicados en español se encuentran Después de la ley (La Cebra, 2021), Narcocapitalismo: para acabar con la sociedad de la anestesia (Reservoir, 2021), Magia: una metafísica del vínculo social (Herder, 2023) y Elogio del peligro (Herder, 2024).

Crédito: Pocitos Libros

Consumo histórico

Según Sutter, “siempre hemos sido animales protésicos”, un término referido a una pieza artificial o dispositivo para sustituir una parte del cuerpo que falta o está deteriorada, según la Real Academia Española .

“Todo lo que hacemos requiere herramientas y accesorios para poder hacerlo. Entre esas prótesis, los productos químicos siempre han tenido un papel importante”, afirma.

Y recuerda que, como han demostrado los paleoantropólogos, la fabricación de alcohol a partir de grano o fruta precedió a la fabricación de pan, y las primeras instalaciones humanas permanentes, antes de la llamada “sedentarización”, eran lugares donde la gente se reunía para festejar y emborracharse.

Uso de drogas

“Entonces, si hoy usamos drogas, es porque siempre las hemos usado. Lo importante no es el hecho de que las usemos, ni siquiera la cantidad que ingerimos, sino las razones por las cuales lo hacemos y los resultados de ese uso”, apunta.

Su afirmación “es que nuestro consumo contemporáneo de drogas es precisamente un uso sin objeto. O mejor dicho, un uso cuyo objeto no forma parte de nuestra vida como seres humanos, sino de un orden general de cosas del que estamos expropiados”.

“Si usamos drogas para casi todos los aspectos de la vida —desde el sexo hasta el sueño, el trabajo o la fiesta— no es porque queramos hacerlo, sino porque debemos hacerlo: debemos rendir, ser eficientes, ser ‘cool’, tener buen sexo, etc. Las drogas son parte de lo que llamo ‘narcocapitalismo’: una forma de capitalismo basada en los efectos, tanto adormecedores como estimulantes, de las drogas. Un capitalismo donde la dimensión protésica de las drogas ha adquirido tal proporción que ha llegado a reemplazar nuestras propias emociones, nuestra propia vida sensible”.

Sutter advierte que “ahora son las drogas en nosotros las que sienten, desean, ríen y se excitan, no nosotros —sea lo que sea que ‘nosotros’ signifique—. Pero esas drogas no han reemplazado nuestras emociones para hacernos descubrir nuevos mundos, sino que nos han alienado de tal forma que ni nosotros ni el mundo cambiarán jamás”.

Capitalismo y socialismo

A juicio del belga, es posible identificar el momento específico en que el orden del capitalismo se transformó en narcocapitalismo. Este momento puede situarse entre el primer intento exitoso de aplicar anestesia local a comienzos del siglo XIX y la generalización del uso de antidepresivos y drogas recreativas después de la Segunda Guerra Mundial, afirma.

“A menudo se olvida que la mayoría de las drogas que usamos para alterar nuestro estado de ánimo se basan en unas pocas moléculas, y que muchas de ellas provienen de la investigación sobre anestésicos. La idea detrás de la mayoría de las drogas modernas es inhibir una parte del cerebro para interrumpir la circulación de información total o parcialmente, de modo que el cuerpo no sienta lo que debería sentir”, explica.

“El principal efecto de los antidepresivos, la cocaína, etc., es la narcosis, entendida como un desprendimiento de la experiencia de la carne, de manera que esta carne pueda ser operada, como ocurre en una cirugía. Por supuesto, la mayoría de las veces esa operación se limita a empujarnos fuera de la cama, tomar una ducha y trabajar para alguien más, pero no es muy distinto: se trata de movilizar cuerpos de una manera que no obstaculice el funcionamiento del mundo”.

¿Qué sería un obstáculo? En el siglo XIX tenían una palabra para eso, usada por cirujanos, psiquiatras, sociólogos y criminólogos: “excitación”, dice Sutter.

“Lo que no querían eran cuerpos excitados, es decir, cuerpos que no conocieran los límites: ni los propios ni los del mundo. Querían cuerpos contenidos, domesticados, concentrados en su ‘ser’, en su ‘yo?, sin ir más allá ni explorar más allá. Y sigue siendo así hoy: vivimos en la era de la anestesia”.

Salida

En este contexto, es lógico preguntarse si es posible salir de esta situación.

“Hay distintas respuestas posibles. La primera es que ya es hora de comprender y rechazar la oscura filosofía que subyace al uso contemporáneo de las drogas: precisamente, la filosofía del yo, del ‘encontrarse a uno mismo’, etc. Esa es exactamente la filosofía que sirvió a los defensores de la anestesia, ya que el yo es ese pequeño lugar que ocupamos, del que se supone que debemos cuidar, y que no molesta a nadie”, responde.

Para Sutter, “no necesitamos encontrar nuestro ‘verdadero yo’. Necesitamos deshacernos de él. Y eso es precisamente de lo que trata la excitación, como bien sabía Emil Kraepelin, el principal psiquiatra que promovió el uso de anestésicos para domar a los pacientes maníaco-depresivos a finales del siglo XIX”.

“La excitación es el momento en que, como dice la palabra latina, ‘sales de ti mismo’, eres arrastrado fuera de tus límites y descubres la posibilidad de un nuevo mundo. ¡Deshazte de tu yo! Tu yo es tu prisión. ¿Acaso no has leído ninguna filosofía china o hindú? ¿O algún psicoanálisis? Olvida la filosofía del yo y explora el afuera”.

Una segunda respuesta es recuperar la producción misma de las drogas, que hoy está en manos de conglomerados capitalistas cuyos intereses se alinean con la política de la anestesia, a su juicio.

“Quieren que consumas, y que sigas consumiendo. No quieren que te des cuenta de que las drogas pueden inventarse y reinventarse. Si forman parte de las prótesis de la humanidad, y si la humanidad no está completamente arruinada, eso significa que podemos hacer algo distinto con ellas, incluso crear otras drogas que nos ayuden a explorar el afuera en lugar de encerrarnos adentro”.

Futuro

Respecto al futuro, ¿es optimista o pesimista, en relación a esta situación?

“No creo que sea una cuestión de optimismo o pesimismo, sino de experimentación, del deseo de experimentar. Hoy existen muchas subculturas que exploran nuevos usos de las drogas. Algunas son más estúpidas que antes, por ejemplo, la religión del microdosing en Silicon Valley, pero otras muestran promesas, como las relacionadas con las hormonas DIY promovidas por el xenofeminismo o la investigación neopsicodélica que busca reabrir la pregunta sobre los límites de la conciencia”, contesta.

“Depende de cada uno. Todos somos laboratorios de nuestra propia vida. Claro que los laboratorios requieren protocolos, investigación, preguntas, y no solo un salto ciego a cualquier cosa. Requieren aprendizaje, cuidado y precisión respecto de lo que queremos y lo que podríamos lograr. Pero si algunos pequeños grupos están mostrando rigor intelectual y experimental en ese sentido, no hay razón para que todos no puedan hacer lo mismo”.

Para Sutter, uno de los problemas de la política contemporánea radica precisamente en que se considera a los otros como perfectos idiotas, “mientras nosotros —por supuesto— estaríamos libres de ese pecado”.

“La cuestión de la excitación es necesariamente colectiva, -como bien sabía Emil Kraepelin, director de un hospital que temía que todos sus pacientes se volvieran maníacos al mismo tiempo-, y tal colectividad no puede existir sin aceptar que todos somos idiotas, o ninguno. Simplemente, como idiotas, podemos hacer lo que las personas ‘inteligentes? se niegan a hacer: inventar, crear y trabajar en la posibilidad de un mundo donde los lugares puedan distribuirse de otra manera, y no sean pequeñas prisiones privadas e íntimas”.

Situación mundial

Al ser consultado al respecto, Sutter además se da el tiempo para reflexionar sobre otros temas, como la situación mundial en lugares como Gaza o Ucrania.

“Es uno de los tristes reflejos del presente: cuando intentamos definir nuestra época, siempre miramos los eventos más horribles, las guerras más brutales, las catástrofes más atroces, como si su horror determinara el tono general de una era. Personalmente creo que las guerras son irrelevantes. Las que mencionas son horribles, brutales, monstruosas, sin duda. Sus responsables deberían pagar algún día por lo que han hecho. Pero me temo que eso no define nuestro tiempo”, responde.

“Lo que define nuestra época es lo normal. Es la vida cotidiana: cómo la gente saluda por la mañana, qué siente respecto de su trabajo, su familia, sus vacaciones, cómo se alimenta, en qué entorno crece, vive y muere. Y es cierto que vivimos un momento en que lo normal parece haber cambiado para peor”, admite.

“Conocemos a los sospechosos de siempre: cambio climático, explotación capitalista, extractivismo industrial, privatización, destrucción de la solidaridad, políticas populistas, etc. Si hay un horror del presente, está ahí: en la lenta e inexorable destrucción de lo que importa para todos, y no solo para mí”.

A su juicio “en Chile hay muchos monumentos a eso, desde la desaparición de la red ferroviaria construida en el siglo XIX -con ayuda de empresarios belgas- hasta, en Valparaíso, la lenta decadencia de los ascensores, pese a ser considerados Tesoros Nacionales”.

“La infraestructura, en todo país, es la prueba de la solidaridad. Si tienes una infraestructura fuerte, eficiente y asequible, significa que existe cierta preocupación por lo colectivo. Cuando se desmorona —como ocurre en Estados Unidos, por ejemplo— sabes que la normalidad es la del egoísmo y la miopía, de pequeñas ganancias que algunos creen poder obtener a costa de otros. Esa es nuestra nueva normalidad: la de los pequeños ladrones disfrazados de automovilistas”.

Crisis de la democracia occidental

Sutter además reflexiona sobre la crisis de la democracia occidental.

“Sinceramente, creo que ya es hora de hacer nuestra tarea sobre la democracia. Si miras la cuna de la democracia, supuestamente la Atenas del siglo V a.C., deberías darte cuenta de que no había nada menos ‘democrático’ que eso. Básicamente eran hombres de familias poderosas los que decidían, mientras mujeres, esclavos, extranjeros y trabajadores quedaban excluidos”, reflexiona.

“Si damos una definición etimológica radical de “democracia” en griego —el “kratos” (poder) del “demos” -distrito administrativo creado por Clístenes— debería ser: “mafiocracia”. Eso era. Así que la democracia con la que soñamos nunca ha existido: aún está por crearse e implementarse”.

“No me interesan los intentos y fracasos del pasado, sino la imaginación que podríamos desarrollar para fomentar una convivencia en la que los imbéciles puedan ser tratados con respeto. Eso, nuevamente, requiere infraestructura, entendida ampliamente: no solo carreteras, puertos o redes de internet, sino también en términos económicos, de rendición de cuentas y jurídicos”.

– En dos semanas hay elecciones en Chile, con gran posibilidad para la ultraderecha. ¿Cómo explica el auge de la ultraderecha?

– Bueno, ¿no es bastante evidente? La vida de la gente se está volviendo una mierda —o creen, con buenos argumentos, que pronto lo será—. ¿Qué quieres que hagan? Después de más de dos siglos de impedir cualquier cambio sustancial, ¿qué les queda? Ahí tienes la respuesta.

Lo que me enfurece es que las medidas que podrían haberse tomado para evitar esta situación son muy simples. No requieren comunismo soviético total, nunca lo hicieron. Tenemos los medios financieros, económicos, legales y técnicos para hacer de la vida de todos en este planeta un paraíso. Todos.

En cambio, hemos permitido que las autoridades concentren el poder y la riqueza en los bolsillos de un puñado cada vez más pequeño de inútiles imbéciles, mientras las infraestructuras se desmoronan, la gente se empobrece y se siente más insegura. Ese es el verdadero problema.

Necesitamos gobiernos que aborden esos temas de frente, y grupos interesados en activar estrategias políticas reales, aunque sean invisibles, para reconfigurar la estructura misma de la distribución del poder. Desafortunadamente, los únicos que lo están haciendo (no resolverlo, sino reconfigurarlo) son la derecha y la ultraderecha, porque han entendido muy bien que, una vez en el poder, necesitarán una fortaleza para mantenerse.

La están construyendo porque no quieren irse; la izquierda debe construir una también, y usar todos los medios más maquiavélicos posibles para hacerlo. ¿Sabes cuál ha sido el momento político más importante de los últimos tiempos? Project 2025. De eso trata la política contemporánea. Eso es lo que está haciendo la derecha. Ahora quiero ver un Project 2025 de izquierda, y no esos inconsistentes llamados a la moral que escuchamos por ahora.

– ¿Puede ayudar en eso la filosofía?

– La filosofía no va a ayudar. De hecho, nunca lo ha hecho. Al contrario, podríamos decir que ha sido parte del problema. ¿Por qué? Porque dio a quienes la practican un sentido de superioridad, de conocimiento, de entender mejor que los demás. En ciertos momentos de la historia, incluso tuvo efectos políticos directos: los filósofos competían por ser consejeros de reyes o figuras poderosas.

Todas las ideas sobre las que la filosofía se ha construido —la verdad, el bien, la belleza, etc.— son categorías policiales, categorías que pueden ser utilizadas por quienes tienen el poder de definirlas para controlar la realidad. En resumen: la filosofía ha sido cómplice del modo en que se ha diseñado el orden de las cosas y las divisiones entre lo aceptable y lo inaceptable, lo valioso y lo que no lo es, lo posible y lo imposible.

La belleza es esto y no aquello. La verdad es esto y no aquello. Y así sucesivamente. Hoy no creo que necesitemos la filosofía en el sentido de ponernos a su servicio, ni de buscar en ella las respuestas. Pero sí creo que podemos crear usos de la filosofía, saquearla y sus conceptos para armar nuestra propia caja de herramientas experimental.

Lo que me importa no es la calidad o los méritos de una teoría, sino sus efectos. Y por “efectos” no me refiero a su carácter revolucionario o su encaje con ideas progresistas, sino a lo que me ayuda a modificar los criterios que distinguen lo posible de lo imposible.

Quiero ideas y conceptos que me ayuden a ampliar mi sentido de la belleza, la verdad, etc., es decir, que me permitan ver, sentir o comprender más belleza, no menos. Quiero una filosofía excitable.

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