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“La sangre en la perla”, la prosa del poeta Harris CULTURA|OPINIÓN Crédito: Archivo

“La sangre en la perla”, la prosa del poeta Harris

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Gabriel Canihuante Maureira
Por : Gabriel Canihuante Maureira Periodista y académico.
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El poeta Thomas Harris es un hombre atormentado. Nos exhibe acá, en diversos relatos, su cansancio vital, agravado a veces por la pandemia y otras pestes, sufriendo por los dolores que dejan las heridas, esas que no hay que imaginar, sino que están, se sienten, nos laceran, nos hieren, nos sangran.


Son 63 textos, algunos muy breves, de solo tres líneas; otros no tanto, de 3 o 4 páginas. Hay crónicas, prosa poética, algo de ficción, y muchos escritos sin género específico como ocurre cuando contamos un sueño o sobre el vago recuerdo de un hecho ocurrido hace muchos años.

Como quiera que sea la clasificación que hagamos -y no es necesario hacerla-, los textos de Thomas Harris, son muy atractivos. Yo diría, especialmente interesantes para quienes aman la literatura. Y aunque no hayamos leído a los mismos escritores que el autor de “La sangre en la perla” (Editorial UDEC, 2025), su prosa invita, no solo a leer, sino también a reflexionar y a incomodarse un poco.

Harris estuvo en octubre en La Serena, y en la Casa de las Palmeras -donde alguna vez vivió Gabriela Mistral-, lo oí leer su relato “Empiezan a desaparecer las cosas” ante un público que asistía al Encuentro del mundo de la cultura que organiza la SECh local desde 1987. Confieso que no pude prestarle atención, pero cuando leí en silencio y en soledad ese texto, tambaleé. No es que no haya estado atento, conmoverse es inevitable.

“Los muertos no abandonamos el hábito de leer”, cita de una cita el poeta Harris en el texto titulado “La memoria de las amantes muertas del poeta del 32” y la frase -inevitablemente- queda dando vueltas por ahí. En un solo párrafo, el autor nos plantea desde la partida que “Anoche, porque estas cosas solo suceden en sueños, soñé que moría, que ya había muerto: que caminaba por el sendero de los jacarandás del condominio burgués…” donde ha vivido una revolución fracasada, una pandemia y algo más.

Nos cuenta de varios diálogos que -en los tiempos del encierro- sostuvo con un vecino (el poeta del 32) en el jardín del condominio en que vivían. Ese sendero lo transitan varias veces y las conversas, de más está decirlo, son entretenidas y profundas al mismo tiempo.

Harris nos habla de sus miedos, de sus recuerdos, de sus deseos y de sus sueños y pesadillas, de la vida y la muerte. Crónicas, reflexiones, ficciones y relatos diversos, a veces muy íntimos, escritos con sinceridad y transparencia, sin poses ni autocomplacencia.

En “Perros”, según mi lectura, el poeta ficciona. Nos coloca en un plano distópico en el que dos perros se pelean a muerte. Son perros salvajes, dice él, y yo los siento como canes nucleares, atómicos, casi humanos, al borde de la tercera guerra. “¿Qué por qué insisto tanto en la niebla amarilla y radioactiva?”. Porque es evidente, responde y propone al lector: “quédese aquí, a buen resguardo de lo descrito y visto, espectador, y observe la complexión y el comportamiento del segundo perro”.

“El cadáver de Claudio Fuentes intenta dar noticias de su asesinato” describe la muerte de un joven, en la madrugada del 24 de diciembre de 1974. Oscuro tiempo aquél. El muchacho había ido a festejar el cumpleaños número 20 de Sofía, su polola. Él volvía a su casa, feliz, caminando por la línea del tren, embriagado más de amor que de alcohol. Harris imagina la forma de un asesinato real. A orillas del río Biobío, Claudio nos da noticias de su innecesaria y bestial muerte.

El poeta Thomas Harris es un hombre atormentado. Nos exhibe acá, en diversos relatos, su cansancio vital, agravado a veces por la pandemia y otras pestes, sufriendo por los dolores que dejan las heridas, esas que no hay que imaginar, sino que están, se sienten, nos laceran, nos hieren, nos sangran. Y afirma que “cada uno sabe de qué se trata la herida, tu herida”.

Pero no se trata de una serie de textos autoflagelantes o sádicos, que busquen nuestro sufrimiento, lejos de eso. Da gusto leer a Harris, su prosa es admirable -se nota que es poeta por todos sus poros- y nos convoca con referencias literarias, con música como el “Ne me quitte pas” de Brel y sus vinilos de Davis, Bowie y Cohen, y, por supuesto, con el cine y sus pelis favoritas. Nos comparte la alegría de ser abuelo, y de algunos buenos recuerdos de su juventud, el divino tesoro, claro. A ratos este libro se acerca a las Memorias que bien podría él publicar, pero no, no todavía.

Harris es un poeta premiado y prestigiado, entre sus numerosas obras ha publicado “La vida a veces toma la forma de los muros” (1982) y “La memoria del corazón” (2021). Entre diversos galardones recibió el Premio Nacional de Poesía Jorge Teillier en 2024. Actualmente es jefe de Ediciones de la Biblioteca Nacional.

Dejo para este final el breve texto titulado “Las cicatrices”. Dice “lentamente, se van cerrando… las del pie, las de la mente…” Y así, sin que nadie lo apriete, se confiesa: “…espero engendrar a la última hora, sino un libro, a fin de cuentas, una frase de aliento, una palabra de amor, una sílaba tartamuda que nos contenga a todos en su restaño. Toda cicatriz está condenada a salvarse en su propia piel”. Yo digo que este poeta es como la chicharra, nació cantando…

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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