
El problema no es recortar, sino crecer y recaudar
Mientras las candidaturas de derecha insisten en la austeridad y los recortes como receta de estabilidad, Chile enfrenta un problema distinto: un Estado que recauda poco y un modelo de crecimiento agotado. La verdadera responsabilidad fiscal no es reducir, sino invertir para generar y recaudar más.
En Chile, la derecha ha hecho del ajuste su bandera. El candidato José Antonio Kast propone un recorte fiscal de 6.000 millones de dólares en 18 meses, asegurando que la eficiencia bastará para evitar dañar los programas sociales. Sin embargo, una reducción de esa magnitud, en un país con brechas estructurales en educación, salud y vivienda, solo puede significar una cosa: retroceso social disfrazado de prudencia económica.
Las cifras del Banco Central confirman que el país no está en una situación de descontrol presupuestario, sino de bajo crecimiento estructural. Para 2025, se proyecta una expansión del PIB entre 1,75% y 2,75%, mientras el déficit efectivo del Gobierno Central en 2024 fue de 2,9% del PIB y el déficit estructural alcanzó 3,2% (Banco Central de Chile, IPoM 2025; Dipres, 2025). La deuda bruta, en torno al 42% del PIB, sigue siendo moderada, muy por debajo del promedio OCDE (≈90%).
Lo que realmente debilita las finanzas públicas no es el gasto, sino la escasa capacidad de recaudar. Chile se mantiene entre los países con menor presión tributaria de la OCDE: 20,6% del PIB frente al 33,9% promedio del bloque (OCDE, 2025). Esa brecha revela un sistema regresivo, donde el IVA aporta más que los impuestos al capital o al patrimonio, y donde la evasión y la elusión siguen drenando recursos vitales para el desarrollo.
Apostar por el recorte es, en este contexto, una política de contracción, no de estabilidad. La historia económica reciente lo demuestra: los países que aplicaron políticas de austeridad tras la crisis financiera de 2008 o durante la pandemia sufrieron caídas más prolongadas en empleo y productividad. En cambio, aquellos que invirtieron en infraestructura, innovación y cohesión social recuperaron antes el dinamismo y la confianza.
Chile tiene margen para hacerlo. La inversión pública sigue siendo inferior al 4% del PIB, mientras que el déficit en infraestructura alcanza los US$ 170 mil millones, según la Cámara Chilena de la Construcción. Reactivar con inversión y no con recorte permitiría dinamizar la economía y, al mismo tiempo, mejorar la base tributaria. Cada punto porcentual adicional de crecimiento genera más ingresos que un recorte equivalente del gasto.
Como advierte la economista Mariana Mazzucato, “los Estados no solo corrigen fallas del mercado: también crean mercados”. Esa visión es esencial para un país que necesita reconstruir confianza en lo público y planificar un desarrollo productivo, verde y territorialmente equilibrado. Un Estado inversor no gasta: multiplica.
El dilema fiscal chileno no es contable, sino político. Las derechas insisten en reducir el tamaño del Estado porque temen su poder transformador. Pero sin un Estado capaz de garantizar derechos, la sociedad se fragmenta y la democracia se debilita.
Por eso, la verdadera responsabilidad fiscal no consiste en recortar, sino en hacer crecer el país de manera sostenible y justa, con una reforma tributaria progresiva que grave las rentas altas, las utilidades financieras y la riqueza improductiva, y con una política de inversión pública de largo plazo.
Porque, al final, el problema de Chile no es gastar mucho, sino crecer poco y recaudar menos.
Recortar en nombre de la prudencia puede sonar sensato; pero, en realidad, es el camino más corto hacia el estancamiento.
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