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La irrupción de Chomali en la campaña presidencial Opinión Agencia Uno

La irrupción de Chomali en la campaña presidencial

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Germán Silva Cuadra
Por : Germán Silva Cuadra Psicólogo, académico y consultor
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La Iglesia católica –lo mismo que otras iglesias– tiene el legítimo derecho a expresar sus posiciones doctrinales en la discusión parlamentaria, pero en este país la Iglesia se separó del Estado hace exactamente un siglo y, por tanto, las personas eligen a los parlamentarios por sus propuestas.


Por segundo año consecutivo, el arzobispo de Santiago vuelve a hacer una intervención política de trascendencia en su homilía del Tedeum, después del largo periodo de silencio e irrelevancia de la Iglesia católica en el país. Para ser más precisos, desde antes de la profunda crisis vivida debido a las denuncias de abusos sexuales y pedofilia que involucraron a sacerdotes de todas las sensibilidades internas, desde el ultraconservador Fernando Karadima hasta el progresista Cristián Precht, pasando por Renato Poblete, el obispo Marco Antonio Órdenes, el arzobispo Francisco José Cox, el exdirector del Pequeño Cottolengo Jorge Galaz, el cura Tato, John O’Reilly, Felipe Berríos, entre otros casos.

Recordemos que dos antecesores de Chomali, Errázuriz y Ezzati, renunciaron –al Consejo de Cardenales del papa y al Arzobispado de Santiago, respectivamente– en medio de la investigación por delitos de abusos sexuales a menores, incluyendo la protección que se le dio a Karadima. Tampoco podemos olvidar la porfía de la Iglesia –que involucró al propio papa Francisco- para mantener como obispo de Osorno al sacerdote Juan Barros, también encubridor de Karadima.

Desconcertada y golpeada, la Iglesia católica inició una larga travesía por el desierto, acorralada entre la vergüenza y la intrascendencia. Atrás quedaba su importante rol en la dictadura, con el cardenal Silva Henríquez, la Vicaría de la Solidaridad y su defensa a quienes sufrían no solo las violaciones a los Derechos Humanos, sino también por la falta de libertad, los abusos y las penurias económicas del sistema social impuesto por la fuerza.

Luego de los cuestionados Errázuriz y Ezzati, vendría un irrelevante Aós, un cura franciscano que optó por volcar sus escasas energías hacia dentro de la institución, dejando a la Iglesia católica y a la Conferencia Episcopal tomando palco de la sociedad chilena, alejadas de las discusiones y los vientos de cambio que soplaban en todas direcciones, incluyendo el estallido social, el doble proceso constitucional fallido y, por supuesto, la dramática pandemia.

La Iglesia católica pareció hundirse en una crisis sin salida, golpeada por todos los costados –el conservador y el progresista– y viendo cómo sus principales actores caían uno a uno. Se acabaron las vocaciones sacerdotales, dejaron de opinar en público y se replegaron a sus templos, dejando, por lo demás, un espacio gigante a otras iglesias, como la evangélica, que aprovecharon la oportunidad para difundir sus mensajes conservadores, cosa que los partidos de derecha utilizaron también.

Durante la discusión de los procesos constitucionales, Celestino Aós intentó –tímidamente– instalar la postura de la Iglesia católica solo cuando se tocaron temas valóricos, como el aborto. Saltó de inmediato, pero su opinión no pasó de una anécdota, intrascendente. Por supuesto, Aós nada dijo de la sociedad que anhelaban como Iglesia, de los derechos de las personas. Tampoco del respeto de los niños y la protección de su integridad. La vergüenza los inhibía.

Fernando Chomali tomó el bastón de la Iglesia de Santiago –y, por ende, el liderazgo de la institución chilena– hace casi dos años y, evidentemente, ha intentado cambiar el pobre perfil de la Iglesia católica en esta última década. El arzobispo es un hombre de una tremenda preparación académica e intelectual. Tiene buenas relaciones en el mundo político y se maneja en las redes sociales. Y aunque pertenece al ala conservadora, pareciera tener claro el objetivo de su mandato: reposicionar a la Iglesia católica, volver a ponerla en el centro del debate, de la opinión pública.

Lo que ocurrió en el Tedeum recién pasado fue un punto de inflexión, incluso respecto de su intervención del año pasado, cuando intentó posicionarse en la esfera de los intereses de la ciudadanía, haciendo un llamado a generar un gran acuerdo nacional por la seguridad. “Esto no es un tema meramente político, sino un tema ético, anterior a cualquier otro asunto. No puede ser una moneda de cambio para ser negociada por una ley u otra concesión”, dijo.

Pero, además, en el Tedeum de 2024, Chomali condenó los hechos de corrupción y también exhortó a la clase política a abrirse a un debate que permitiera alcanzar un acuerdo en pensiones, lo que finalmente fue recogido por el oficialismo y Chile Vamos, restándose los libertarios y republicanos.

Este 18 de septiembre, en la catedral, el arzobispo fue más allá. No solo se refirió a los temas contingentes que preocupan a los chilenos –confesó que escucha a la gente incluso en redes sociales, donde es muy activo–, sino que también alzó su voz, la de la Iglesia católica, para poner una postura clara y tajante respecto de dos temas candentes y que cuentan con el apoyo del Gobierno de Boric y de la candidatura de Jeannette Jara. El arzobispo planteó que tanto la eutanasia como el aborto “atentan contra quienes el Estado debe cuidar”, reconociendo que Chile era un país laico, aunque advirtió que la Iglesia esta vez se involucrará en el debate político-social con todo.

Fernando Chomali no solo tiene la legítima opción de participar en la discusión –así como otras iglesias–, expresando un punto de vista ético. Sin embargo, creo que lo que hizo el arzobispo fue notificar a la sociedad que la Iglesia católica está de vuelta, luego de su largo proceso de introspección producto de la crisis interna. Por supuesto, el momento elegido para intentar ser nuevamente protagonista –como lo fue durante la dictadura– no es casualidad. Chomali y la Conferencia Episcopal saben que en Chile –y una parte del mundo– estamos entrando en una fase en que el péndulo se está moviendo hacia el conservadurismo y la derecha más extrema.

De hecho, los candidatos a la Presidencia de derecha se cuadraron de inmediato con Fernando Chomali, pese a que varios de ellos han expresado públicamente su intención de reponer la pena de muerte. Incluso, Johannes Kaiser llegó a decir que su partido estaba impulsando una agenda de “reconstrucción valórica” (?) que incluía la “defensa de la vida en todas sus etapas”, por lo que estaban totalmente de acuerdo con la autoridad católica. Manuel José Ossandón, presidente del Senado, fue más allá y pareció olvidar la separación entre Iglesia y Estado y habló desde su condición de católico, señalando que “nosotros creemos que la vida la da Dios y se la lleva Dios”, para argumentar su total rechazo a la eutanasia.

El senador pareció también olvidar que actualmente se discute sobre un proyecto que fusionó cuatro mociones que apuntan al mismo objetivo y que este ya se encuentra en segundo trámite legislativo. Y, claro, al igual que cuando la derecha –respaldada por la Iglesia católica– se opuso por décadas al divorcio, pese al respaldo ciudadano, hoy la eutanasia –el proyecto pone fuertes exigencias para su realización– cuenta con alrededor de 70% de apoyo de los chilenos.

Reitero. Me parece que la Iglesia católica –lo mismo que otras iglesias– tiene el legítimo derecho a expresar sus posiciones doctrinales en la discusión parlamentaria, pero en este país la Iglesia se separó del Estado hace exactamente un siglo y, por tanto, las personas eligen a los parlamentarios por sus propuestas políticas y no por su devoción espiritual personal, para que no lo olvide el presidente del Senado.

Y aunque el arzobispo sabe que esta vez tiene un terreno más fértil para proyectar su agenda conservadora y el espacio para llevar a la alicaída Iglesia a la discusión pública nuevamente, Fernando Chomali debe dar garantías de proyectar una Iglesia pluralista, representando a todas sus sensibilidades –no sólo la conservadora– y, por supuesto, asegurar que nunca más tolerarán ni serán cómplices de los abusos a menores. Después de todo, la preocupación por la vida de un ser que no ha nacido vale tanto como la vida de un niño al que un sacerdote o un obispo le quitaron su inocencia y marcaron por siempre.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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