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La solidaridad como patrimonio vivo Opinión

La solidaridad como patrimonio vivo

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Hans Rosenkranz
Por : Hans Rosenkranz Director ejecutivo Comunidad de Organizaciones Solidarias
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Nuestro país enfrenta desafíos sociales complejos, profundos y urgentes. Pobreza, soledad no deseada, rezago educativo, problemas de salud mental, precariedades habitacionales. Ninguno de estos desafíos se resolverá solo desde las políticas públicas ni solo desde la filantropía.


Hay conceptos que se desgastan con el uso y otros que, por más que se repitan, permanecen vigentes porque describen algo esencial. La solidaridad pertenece a esta última categoría. En Chile, esa palabra tiene una historia que se activa en emergencias, catástrofes o momentos de dolor colectivo, pero también en la vida cotidiana, silenciosa y persistente, donde miles de personas sostienen a otras sin esperar aplausos. Esa es la idea que inspira el Día del Patrimonio Social, una jornada que la Comunidad de Organizaciones Solidarias ha decidido impulsar para reconocer y celebrar ese esfuerzo invisible que, sin exagerar, sostiene buena parte del tejido social del país.

La masividad de su segunda edición, realizada hace unas semanas, confirma que la solidaridad no es un gesto esporádico, sino un rasgo cultural profundo. Más de 400 actividades en 15 regiones y 41 mil personas involucradas constituyen una señal inequívoca de que existe una energía social latente, que solo necesita un impulso para manifestarse. Y ese impulso llegó de la mano de las organizaciones de la sociedad civil, que han demostrado una vez más su capacidad de convocar, coordinar y movilizar a diversos actores: fundaciones, empresas, instituciones educativas, medios de comunicación y, por supuesto, voluntarios.

El país que se vio desplegado ese día es un Chile distinto al que suele protagonizar titulares. Es un Chile que conversa, baila, se organiza y se preocupa por sus vecinos. En Cerro Navia, por ejemplo, vecinos y voluntarios participaron en danzas circulares en una actividad organizada por una fundación con 30 años de presencia territorial. Puede parecer simple, incluso anecdótico, pero en esa escena se expresa algo más profundo: la idea de comunidad, de pertenencia, de humanidad compartida, de cohesión social. Son gestos pequeños que corrigen realidades más grandes, como la soledad, la exclusión y el aislamiento.

Es precisamente ese tipo de acciones el que constituye un verdadero patrimonio. Un patrimonio no hecho de edificios, obras de arte o documentos históricos, sino de relaciones: vínculos, afectos, redes de apoyo, confianza. Un patrimonio vivo, dinámico y profundamente colectivo. La Comunidad de Organizaciones Solidarias decidió nombrarlo y celebrarlo, y ese gesto tiene un valor político y cultural significativo. En tiempos donde la fractura social parece expandirse y la desconfianza se instala como norma, recordar que la solidaridad existe –y es abundante– es también una forma de contrarrestar con acciones y no quedar solo en palabras.

Pero el aporte del Día del Patrimonio Social no se agota en la visibilización. También cumple un rol pedagógico. Les recuerda a las personas algo fundamental: que involucrarse es posible, que la solidaridad es accesible y que sus efectos son inmediatos. Las acciones solidarias nos elevan, nos hacen sentir trascendentes y apoyan el desarrollo del país. Esa trascendencia no tiene que ver con heroicidades, sino con la experiencia íntima de saberse útil, parte de algo más grande que uno mismo.

Nuestro país enfrenta desafíos sociales complejos, profundos y urgentes. Pobreza, soledad no deseada, rezago educativo, problemas de salud mental, precariedades habitacionales. Ninguno de estos desafíos se resolverá solo desde las políticas públicas ni solo desde la filantropía. Requieren articulación, trabajo conjunto y una comprensión compartida de que el bienestar colectivo se construye entre todos.

Iniciativas como el Día del Patrimonio Social ayudan a instalar esa comprensión en la conversación pública, porque nos devuelve una imagen de Chile que a veces olvidamos: un Chile donde la generosidad existe, donde la colaboración es posible y donde la comunidad importa. Ese patrimonio es un recordatorio de que el país avanza cuando sus ciudadanos se involucran, en miles de acciones cotidianas y anónimas, y en las que se juega buena parte de lo que somos y de lo que podemos llegar a ser.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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