Respuesta a Hugo Herrera
Señor director:
En una reciente columna, el profesor Hugo Herrera sostiene que José Antonio Kast no debiera ser calificado como “extrema derecha”, pues ese rótulo correspondería sólo a quienes desconocen el marco democrático y promueven vías de hecho. Sin embargo, esta definición es demasiado estrecha y difícilmente compatible con el análisis comparado contemporáneo. Si aplicáramos ese criterio, quedarían fuera de la categoría partidos como el Rassemblement National francés, Vox en España, la Lega italiana o incluso Fidesz en Hungría, todos estudiados sistemáticamente como extrema derecha pese a operar dentro de reglas electorales y constitucionales.
La literatura especializada no define la extrema derecha por su propensión al quiebre democrático, sino por un conjunto de rasgos ideológicos: autoritarismo, hiper-conservadurismo moral, hostilidad hacia el pluralismo y, en muchos casos, un programa económico ultraliberal orientado a debilitar al Estado. El hecho de que los partidos operen dentro del sistema democrático no diluye estos principios.
A la luz de estos criterios más robustos, Kast encaja con claridad en la categoría. Su abierta reivindicación de la dictadura y relativización de violaciones de derechos humanos lo alinean con tradiciones autoritarias; sus posiciones morales son de los segmentos más conservadores del espectro; su programa económico propone una reducción profunda del Estado – que hasta hoy carece de una explicación en términos de medios y fines – y una ampliación del mercado difícilmente compatible con estándares de protección social; y su discurso sobre seguridad e inmigración reproduce exclusivamente patrones punitivistas – mano dura y expulsión – propios de la ultraderecha contemporánea.
Kast ganó su lugar en el balotaje y, en consecuencia, no se trata de cuestionar su legitimidad democrática, sino más bien de emplear categorías analíticas precisas. La extrema derecha del siglo XXI no se caracteriza por buscar romper el marco democrático, sino por intentar reconfigurar la democracia desde dentro. Este fenómeno es analizado por la ciencia política a través de conceptos como el de “autoritarismo competitivo” (Levitsky & Way), donde actores políticos, operando a través de elecciones, buscan sistemáticamente tensionar los contrapesos institucionales, erosionar la prensa libre y minorizar a sus opositores, degradando así la calidad de la democracia. Reducir la etiqueta únicamente a proyectos abiertamente antidemocráticos no sólo empobrece el análisis, sino que invisibiliza fenómenos políticos que hoy definen el paisaje global.
Álvaro Muñoz
Doctor en Filosofía