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Coherencia y valentía Opinión Efe

Coherencia y valentía

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Agustín Squella
Por : Agustín Squella Filósofo, abogado y Premio Nacional de Ciencias Sociales. Ex miembro de la Convención Constituyente.
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En medio del indiscriminado fervor papal de estos días, van a ser muchos los que se santigüen esperando justicia divina, pero sin mencionar siquiera la de carácter social, excepto Robert Francis Prevost, según sus primeras declaraciones públicas.


No tuvieron que pasar muchos días para que el nuevo papa explicara por qué tomó el nombre de León XIV. Expresa y públicamente hizo saber que ese nombre respondía a León XIII, un papa que vivió en el siglo XIX y que, entre otras, fue autor de la famosa encíclica Rerum Novarum. Proveniente de un colegio católico, recuerdo haber leído ese documento en mi época escolar, advertido de que esa encíclica había empezado a dar expresión política a lo que se llamó “doctrina social de la Iglesia”. Una expresión política y partidaria en la Democracia Cristiana y otras colectivas de pensamiento social cristiano a lo largo de América Latina y el mundo.

Una vez leído ese documento eclesiástico, llegué entonces hasta redactar y leer en el salón de actos de mi colegio una intervención celebratoria de dicha encíclica, que trataba de la “cuestión obrera”, como entonces se decía, y que intentaba poner límites al capitalismo y, asimismo, a detener el avance del pensamiento marxista expresado en un Partido Comunista de alcances internacionales.

Desde entonces ha pasado mucha agua bajo el puente –incluso bajo mi propio puente del liberal izquierdista–, y es así como hemos visto que la misma expresión “justicia social” ha casi desaparecido, lo mismo que, luego de haber ido constantemente a la baja, los partidos políticos de raíces socialcristianas, como es el caso de nuestra Democracia Cristiana local, hoy incapaz de competir en las próximas primarias presidenciales, prefiriendo apoyar, directa o indirectamente, a una candidata laica y progresista, sin vínculos de dependencia con colectividades social cristianas y menos con una iglesia cristiana en particular, si bien respetuosa de aquellas y esta.

Pero hoy, cuando no se habla ya de clase obrera y cuando todos, incluidos los más pobres, han sido ascendidos por decreto a clase media –aunque a “media baja”, claro está–, aquella doctrina y expresión política partidaria han casi tocado fondo, aunque, y al menos en mi caso, no depondría la expresión “justicia social” por el solo hecho de la instalación exitosa del neoliberalismo, con ese nombre o el de “libertarismo”.

Como se sabe, estas dos últimas doctrinas niegan la existencia y hasta la aspiración a lo que podemos entender por “justicia social”. Milei dixit, por ejemplo, que lo que él pretende instalar es un “anarcocapitalismo”, o sea, un capitalismo sin reglas que puedan favorecer social y económicamente a los más pobres y vulnerables, a quienes se considera “perdedores” o simplemente “fracasados” y “envidiosos”.

Según creo, ha habido coherencia y hasta su buen poco de valentía de parte de León XIV al recordar la figura de León XIII, traída ahora al presente, y que molestará, pero bien para callado, a neoliberales y libertarios, como también a algunos marxistas que todavía parecen no dar importancia a los horrores que desató la expresión institucional en partidos comunistas con pretensiones internacionales.

En medio del indiscriminado fervor papal de estos días, van a ser muchos los que se santigüen esperando justicia divina, pero sin mencionar siquiera la de carácter social, excepto Robert Francis Prevost, según sus primeras declaraciones públicas.

Con todo, da la impresión de que el actual mandatario argentino ha ido retirando poco a como la expresión “anarcocapitalismo”, puesto que no obstante estar dotada de una gran exactitud en el sentido ya indicado de la palabra “anarquismo”, el común de los mortales entiende esta palabra como falta de mando, desorden, pillaje, y vandalismo, de manera que, por lo mismo, las actuales sociedades empiezan a clamar por orden y seguridad a cualquier precio, incluso al de las propias libertades de la doctrina democrática liberal que conocemos. Es fácil gobernar a punta de bayoneta, y lo difícil es hacerlo sin sacrificar el orden a la libertad ni esta a aquel.

El “anarcocapitalismo” equivale a desregular los grandes negocios en beneficio de inversores y dueños de la mayor parte de la riqueza, a la vez que a promover fuertes regulaciones estatales a favor de las policías y el uso de la fuerza sin miramientos contra cualquier grupo que se atreva a salir a la calle y protestar en nombre de la justicia social y de mejores condiciones materiales de existencia para la mayoría que es gobernada con una muy anunciada mano dura.

Entonces, mano blanda o “invisible” para los negocios y muy dura para los que viven de un sueldo o un salario, o que trabajan en las calles en compraventas de poco monto y no en los salones ni escritorios de los verdaderos dueños de la riqueza.

Así las cosas, el presidente del país más rico de la tierra aprovecha de poner en venta a otro que no lo es una buena cantidad de migrantes, sean delincuentes o no, como si se tratara de una venta de esclavos que ahora son trasladados en avión y no en esas antiguas y frágiles embarcaciones que se llamaban “galeras”.

¿Salarios justos y progresivos, mejor educación, salud pública oportuna y de calidad, previsión digna, impuestos equitativos? “¡Olvídense!”, responden muchos instigados por algunos pocos. Se pide y espera solo más policías y ojalá con presencia del Ejército en todos los barrios, sean estos ricos, pobres o de “clase media”.

Si bien encontrándose uno fuera de la Iglesia, bien podría expresar la esperanza de que León XIV no sea una voz que clame en el desierto.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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