
La gran conclusión de la Junta Nacional del PDC: fin del camino propio y ser partido de coalición
La Junta Nacional desechó definitivamente el “camino propio”. Se entendió que esta vía conduce, casi inevitablemente, a la desaparición o a ser una especie de partido “totalitario”, “intolerante” y/o “intolerable”.
El PDC nace a la vida política en 1957 como un “partido Alfa” que irrumpió entre otros de aquel tiempo como el PS, el PC, el PR y los partidos conservadores, llegando al Gobierno en 1964. En los 6 años del mandato de Frei Montalva, se impulsaron profundos cambios sociales: la reforma educacional con la construcción de miles de escuelas a lo largo y ancho del país; las reformas a la salud con el desarrollo de políticas audaces como el control de la natalidad; la reforma agraria y la sindicalización campesina; la promoción popular traducida en la creación y fortalecimiento de las juntas de vecinos, los centros de madres, las cooperativas en diversos campos de la actividad económica, etc.
Sin duda, el PDC marcó un camino revolucionario inspirado, más que en doctrinas económicas como lo son el marxismo y el liberalismo, en el humanismo cristiano que pone su centro en la dignidad de las personas, y a la economía y la política al servicio de ellas y de sus esperanzas.
Pero en la historia del PDC también se aprecia la existencia de distintas corrientes que respondían hasta finales de los 90 más a visiones estratégicas que al abandono definitivo de las raíces ideológicas, como ocurre en los 2000 con algunas que empezaron a moverse por intereses o ambiciones personales, sin perjuicio del retiro individual de figuras que se fueron a sus casas, pero que siguen opinando como si fuesen militantes.
Así, podemos apreciar que el PDC es una gran “Casa Matriz” que sirvió de cuna al nacimiento y de veedor de la desaparición de importantes partidos como el MAPU y la Izquierda Cristiana que en los setenta se alojaron en la izquierda y, ahora último, con el surgimiento de Demócratas y en parte de Amarillos, que hoy buscan cobijo en la derecha.
Todo lo dicho es historia.
El nuevo hecho político en la DC y que motiva estas líneas es que una mayoría decisiva de su Junta Nacional tuvo la virtud de asumir que es un partido chico, que ya no puede comportarse igual que si fuese el “Alfa” que fue y que su futuro está en aprender con humildad a reconocerse como un “partido de coalición” para actuar con otros cercanos que, también, han dejado de ser grandes.
Por otra parte, los acuerdos de la Junta Nacional dejan clarísimo que actuar como “partido de coalición” no significa un cambio doctrinario, sino que, por el contrario, un acto de madurez política en la forma de encauzar la acción partidaria, uniéndose con sectores liberales y humanistas, socialdemócratas, el Frente Amplio y el PC siempre en función de un programa común de Gobierno que se proponga al país para humanizar la vida. Y en eso cabemos todos, porque no estamos impulsando “ni la sociedad comunista” ni “la sociedad liberal socialista” ni una “sociedad confesional”.
Podemos concluir, por último, que la Junta Nacional desechó definitivamente el “camino propio”. Se entendió que esta vía conduce, casi inevitablemente, a la desaparición o a ser una especie de partido “totalitario”, “intolerante” y/o “intolerable”. Incapaz del debate interno que nos enriquezca y que niega la posibilidad de construir una Sociedad entre personas que pensamos distinto, pero que nos está pasando lo mismo, porque compartimos y convivimos en el mismo mundo, en el mismo país o en las mismas organizaciones sociales.
El fin del camino propio me trae a la memoria las palabras que expresé en un ensayo escrito hace 27 años:
“¿Qué significa valorar a las personas por sobre los resultados?…
Significa asumir un mundo que, por un lado, es cada vez ‘más grande’ por el acceso que tenemos a él, ya sea por las comunicaciones o por las posibilidades de desplazarse rápidamente de un punto a otro del planeta, y asumir un mundo que, por el otro lado, es cada vez ‘más chico’, porque tenemos que ‘repartírnoslo’ entre más y más personas.
Significa comprender que ‘la globalización de la economía’ conlleva ‘la indispensable globalización en la distribución o redistribución de la riqueza’ que la primera genera. Significa que la libertad que todos debemos tener para acceder a ciertos derechos básicos como la salud, la educación, la alimentación, la vivienda, la cultura, la recreación del cuerpo y del espíritu no quede, solamente, limitada a la cantidad de dinero que las personas puedan tener para pagar por ellos.
Significa un esfuerzo personal y colectivo por ir despojando el exceso de individualismo que, junto con sus derivados, caracteriza al modelo político, económico, social y cultural que impera y, a su vez, por ir dotando a este de valores tan intrínsecos a la naturaleza humana como son la solidaridad, el amor y el sentido de justicia, cuyas carencias en el diario vivir dejan vacíos hasta los espíritus de aquellos que aparentan estar llenos de satisfacción por los éxitos materiales obtenidos”.
- El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.