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Charlie Kirk y la polarización social Opinión

Charlie Kirk y la polarización social

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Pablo Maillet
Por : Pablo Maillet Filósofo y académico
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Lo único que la democracia nos puede prometer y cumplir es la libertad individual como base de la paz social. El resto tendremos que fijarlo nosotros.


Muchos aún no le han tomado el peso que tienen en nuestra conducta las redes sociales. A pesar de lo que denunció magníficamente el documental El dilema de las redes sociales en Netflix el año 2020. Y esto viene de mucho antes. Una vez leí las políticas de Facebook cuando me hice una cuenta nueva. Entregaba toda la información que subía o descargaba a la empresa. Cuando apareció la World Wide Web (WWW) en 1991, de mano del británico Tim Berners-Lee, todo lo que hemos subido y bajado de la “nube” ha estado a disposición de cualquiera. Y cuando digo “cualquiera”, digo “cualquiera”.

Nadie sabe aún qué hacer con toda esa información. Y no me refiero solamente a la publicidad que selectivamente nos aparece en nuestros correos y buscadores o como promociones y ofertas en nuestra navegación frecuente. Me refiero a una capa mayor de este “algoritmo” que todo el mundo ya conoce, y del que todos hablan pero aún sin saber el daño que en el mundo real nos está trayendo.

Porque el algoritmo es capaz de conocer cuántos segundos te detienes en cada imagen, y su relativo contenido, sino que también establece patrones de conducta, por ejemplo, si después de levantarse siempre te toma más tiempo ver videos graciosos de gatos que de noticias, y que al acostarte ves más noticias que gatos. Este conocimiento de patrones acumulado en el tiempo permite pensar que “alguien” te conoce más que tu propio terapeuta, incluso que Dios.

No me refiero a “conspiraciones” macabras, sino simplemente al hecho de que la “nube” no existe. Supongo que a estas alturas nadie cree que subimos cosas a una nube ni las descargamos de ellas, ¿o si? La famosa “nube” no es más que un conjunto de servidores (computadores) instalados físicamente en una “granja” que son galpones cada vez más grandes, pues si reviso un correo mío de 1998 lo encontraré, precisamente porque la información, codificada o no, está alojada en un computador en alguna parte del mundo.

De esta manera, nadie sabe aún qué hacer con tal cantidad de información, no “sobre” la humanidad, sino de cada uno de nosotros en forma particular. Arturo Aldunate Phillips (1902-1985), Premio Nacional de Literatura en 1976, ingeniero, científico, empresario y escritor, en 1962 ya visualizó este problema en su libro Los robots no tienen a Dios en el corazón, cuando decía que el principio de la entonces naciente “cibernética”, que posteriormente dio lugar a la “informática” y luego a la “internet”, hoy a las redes sociales, era el principio de “Control y Dominio”. 

El politólogo alemán y profesor de Harvard, Yascha Mounk, escribió en 2018 el libro El Pueblo contra la Democracia, en el que sostenía la tesis de que la democracia no cumplía su objetivo: la paz global, por dos razones. En primer lugar, porque las generaciones que nacieron en relativa paz crecieron escuchando la promesa de paz, pero como todo ser humano tiene conflictos, la percepción de que la democracia no les traía un bienestar mayor aún al que tenían, era entonces una promesa fracasada.

Quizás esto explique en parte por qué en Chile, según la encuesta “Barómetro de la política Mori” de 2023, el 36% apoya aún el gobierno de Pinochet, y que solo el 63%, según la encuesta UDP-Feedback, sostenga que la democracia es preferible a cualquier otra forma de gobierno. Lo segundo que muestra Mounk es que la democracia se ha separado de un sano liberalismo. Y esto es muy importante, que necesita profundización.

Sostiene que en muchos países hay democracia sin derechos, y que la protección de la libertad individual, la libertad de expresión, y la tranquilidad de andar y decir lo que uno piensa, aun cuando pueda ofender a otro, mas no por ello pasar del dicho a la acción, es una de las piezas claves para entender el auge del populismo autoritario a nivel global ya desde la Primavera Árabe desde el 2010 en adelante. 

Charlie Kirk (1993-2025) fue un polemista conservador norteamericano que acaba de ser asesinado pro un francotirador, profesional o no, en medio de uno de sus espectáculos que solía instalar en campus universitarios, para, precisamente, debatir con los jóvenes estudiantes cuestiones llamadas “valóricas”.

La llamada “política de la identidad”, llamada así al menos desde los años 70 en Estados Unidos, de mano de Barbara Smith y el Colectivo Combahee River, y sostenida desde el mundo académico por autores como Kimberlé Crenshaw, ambas relacionadas al movimiento feminista y de minorías sexuales de color en un Estados Unidos que venía recién saliendo de la lucha por los derechos civiles y se enfrentaba a la posmodernidad.

La llamada política de la identidad encontró prontamente su contrapeso en la llamada “Derecha alternativa” (Alt-right) también surgida en Estados Unidos, y que es la base, digamos, sociológica del apoyo a las ideas de Donald Trump. Estos movimientos, si bien de suyo no son movimientos políticos, sino que defienden causas cívicas, o ciudadanas por apoyar causas como ecología, raza, religión, etnia, sexualidad, culturas urbanas, etc., prontamente fueron adaptadas y adoptadas en la esfera política, por parte de conglomerados y partidos. 

El problema está en que tanto los algoritmos polarizantes de las redes sociales a las que nos enfrentamos minuto a minuto y el desencanto con la democracia como sistema de aseguramiento de paz social han corrido el cerco de una “normalidad” de pensamiento cívico, de que las disidencias o diferencias de ideas son naturales entre los seres humanos, y que del “dicho al hecho hay mucho trecho”, como que una cosa es pensar distinto y otra agredir al otro (física o verbalmente).

No puede ser que hayamos llegado al punto de que llamemos “discurso de odio” a discrepancias legítimas sobre cómo debemos conducirnos como sociedad. Hace un par de años acá en Chile el que pretendía la paz era tildado de “amarillo” o “hippie”, conceptos que pasaron a ser insultos para ciertos sectores violentos. Si no legitimabas acciones violentas eras el malo. 

Kirk, pese a que podría haber pretendido un cargo en el gobierno de Trump, dada su cercanía, era fiel a su origen, como un conservador vinculado a las “batallas culturales” en los campus universitarios. Ahora bien, si mezclamos la era de las redes sociales que dominan y polarizan todo, y la decadencia de la democracia, como señala Mounk, nos encontramos de frente a una polarización que ya no es solo política, sino que pone también en juego la legitimidad del disenso.

La politización de toda causa está siendo potenciada por los propios algoritmos a tal punto que es imposible que Kirk sea visto como crítico cultural y pase a ver visto como político. Pero no ocurre del mismo modo con los críticos culturales del sector opuesto a Kirk. Para ellos, habría habido cierta legitimidad en su asesinato –y en algunos casos total legitimidad–, porque sostenía “discursos de odio”. También es considerado por la Alt-right discurso de odio promover la lucha de clases, o el matrimonio homosexual, o las políticas de transformación de género.

Lo único que la democracia nos puede prometer y cumplir es la libertad individual como base de la paz social. El resto tendremos que fijarlo nosotros. Nosotros tendremos que fijar qué es legítimo decir o pensar y qué no. Pero lo que no puede ocurrir es que se considere legítimo solo lo que la mitad de un país piensa, y la posterior legitimidad de acciones asesinas. Tampoco puede ocurrir que consideremos negativa cualquier aspiración y deseo de vivir en una sociedad sin violencia de parte de todos los sectores.  

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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