
Bartolomé de las Casas y la falacia del contexto
Hoy quiero recordar a Bartolomé de las Casas. El objetivo detrás de relevar a este personaje del siglo XVI es, al hablar de él y su aporte, desafiar la idea de que el contexto justifica los actos violentos de otras épocas -y los de hoy- y de que hay procesos en la historia que son inevitables.
No pretendo evadir las discusiones conflictivas que surgen hoy en día entre, por un lado, los que no celebran un evento que inauguró el exterminio de las poblaciones autóctonas del continente que devino llamarse América y, por otro, aquellos que aplauden la llegada de la civilización occidental a estas latitudes. Entre estas dos posturas existen los que ponderan el mestizaje hispanoamericano y sus consecuencias culturales hasta el día de hoy, los que relevan a aquellos grupos indígenas que supieron sobrevivir aprovechando las mismas herramientas que los europeos enarbolaban como superiores (la escritura, su arte, el caballo, entre otros elementos) o los que distinguen a algunos europeos que miraron los eventos que ocurrían en su tiempo con actitud crítica. Entre los últimos, está Bartolomé de las Casas.
No podemos negar que en los siglos XV y XVI la violencia era parte de la vida cotidiana de la población europea. Invasiones “bárbaras” y el peligro de bandidaje en los caminos y de piratería en los mares, eran inminentes. Además, las instituciones de la caballería y de la misma Iglesia avalaban y promovían la violencia si era para la consecución de los fines considerados nobles y extrapolables a toda la humanidad. Esto implicaba que la lucha contra los infieles, aquellos que no profesaban la que se consideraba la verdadera religión era una “guerra justa” ya que estos eran enemigos del sistema y debían destruirse mediante las armas o la Inquisición. En la España de esos siglos, todo un aparataje intelectual, programático y operativo se fue conformando para llevar a cabo este plan. Esto explica la llamada Reconquista y la toma final de Granada, último bastión musulmán en la Península Ibérica. También la expulsión de los judíos y la conversión forzada de los moros.
En este contexto, el llamado descubrimiento, la conquista y la colonización de las tierras americanas implicaba un nuevo desafío y posibilidad para continuar la implementación de ese plan cuyo fin último era nutrir las filas del cristianismo y del imperio español. Las formas que se usaron para materializarlo fueron, en general, violentas y crueles, como lo demuestran las cifras de disminución demográfica, y las descripciones en las crónicas de los mismos españoles. También los relatos de los indígenas, que quedaron consignados en los registros de sus voces, que fueron rescatadas posteriormente por sacerdotes españoles y en la memoria traumática que perdura, en algunos casos, hasta el día de hoy.
Algunos historiadores y gente de la sociedad civil y política argumentan que la situación descrita es la que explica e, incluso, justifica prácticas como las comentadas y que era inevitable que así ocurriera. El contexto son aquellas circunstancias generales y específicas que caracterizan a una época. No obstante, considero que el contexto no es una realidad ni tampoco un concepto unívoco, sino que hay varios contextos que pueden describir una época y que desde nuestra contemporaneidad, tenemos la posibilidad de iluminar o ponderar contextos variados y múltiples para comprender mejor la historia.
Si bien el de la violencia ejercida y justificada era un contexto, hay otros que deben iluminarse y atenderse para mostrar la complejidad de la historia y para argumentar que los actores históricos son seres libres y que, con creatividad y convicción, pueden echar mano de las herramientas disponibles en su época para incidir en los derroteros de la historia.
En la época de la colonización española en América, para continuar con nuestro caso, había quienes, como los conquistadores imbuidos de espíritu caballeresco, luchaban con las armas para destruir a los enemigos. También, quienes utilizaron herramientas intelectuales para justificar las acciones violentas en las tierras del Nuevo Mundo.
En la Controversia de Valladolid (1550-1551), debate acerca de la legitimidad de la conquista española en América, Ginés de Sepúlveda fue el defensor del imperialismo y de la guerra justa, y se basó en los postulados de Aristóteles para sostener que debe mandar el mejor y el más fuerte, que para él era el europeo.
Ginés de Sepúlveda se esmeraría por establecer un pensamiento que justificara la guerra, lo que significó que para construir su arsenal teórico y casuístico, buscó aquellos espacios de diferencia cultural que respaldaran el propio contexto que él había colaborado a diseñar. Sepúlveda participa en la construcción de las circunstancias que conforman su contexto, pero no incorpora toda la realidad en ese diseño, ya que excluye otros hechos e interpretaciones de su propia época, que nos permiten argumentar que hay, asimismo, otros contextos.
Junto a los actores, ideas, valores y acciones que conforman el contexto de Sepúlveda, habían en el siglo XVI otros actores, ideas, valores y acciones que conformaron otros contextos, tan reales y accesibles para estudiar hoy en día, como el ya descrito. Bartolomé de Las Casas, por ejemplo, se basó en otros postulados también disponibles en ese tiempo, para argumentar que los indígenas habían desarrollado una racionalidad plena por su entendimiento con el medio. Para él no solo eran iguales a los europeos sino, incluso, señalaba que eran moralmente superiores ya que vivían de acuerdo a la naturaleza, porque habrían construido ciudades adecuadas a sus medios y necesidades y no eran crueles y codiciosos como los españoles. Basado en ideas de la teología y conformando un pensamiento propio, el fraile dedicó su vida a defender a los indígenas y a escribir tratados que así lo consignaran. En sus argumentaciones sostiene un universalismo radical: no hay graduaciones, ya que todos los seres humanos son racionales. También brilla por su pacifismo contundente, ya que sostiene que no hay que hacer la guerra para evangelizar. La guerra hay que evitarla.
A diferencia de Ginés de Sepúlveda, Bartolomé de las Casas vivió en América. Eso le dio la oportunidad no sólo de conocer de primera mano lo que estaba describiendo, sino también ser testigo de la violencia y del sufrimiento de muchos indígenas. Algunos de sus contemporáneos que vieron desmoronarse las formas de vida indígenas, tradujeron al idioma español los pesares y angustias de estos sobrevivientes. Esos sufrimientos y la sensibilidad de algunos frente a ellos también eran parte del contexto social de esos tiempos.
El contexto cuyo actor indiciario es Bartolomé de las Casas está nutrido por otros antecedentes y actores. Antes de él, Fray Montecinos había arengado a los colonos españoles en la isla La Española durante la navidad del año 1511, negándoles el derecho a someter a esclavitud a los indígenas. Al conocer los abusos de algunos colonos en las nuevas tierras descubiertas, los Reyes Católicos estuvieron detrás de la promulgación de las Leyes Nuevas, que perseguían proteger a los indígenas frente a los abusos. Esto convertía a España en, probablemente, el único imperio que se planteó el problema ético respecto de la licitud y justicia respecto de su presencia en el Nuevo Mundo. Hay que agregar que en España, muchos teólogos apoyaron a Las Casas en su debate contra Sepúlveda. En otros lugares de Europa, algunos importantes intelectuales criticaron las acciones de los españoles. Es el caso de Michel de Montaigne, quien revirtió el binomio civilización-barbarie a favor de los indígenas, para criticar abiertamente las barbaridades cometidas por los europeos en América y en Europa misma.
Este contexto citado es el que pone la semilla de ideas de tolerancia que se desarrollarían más tarde y constituyen el germen de la declaración de los derechos humanos. Alumbrando estos contextos, ¿podemos seguir pensando que todo lo que ocurrió era inevitable?
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