
Reintegrar Bandera
La recuperación de este eje no solo tiene implicancias operativas. También es una apuesta económica y urbana. Un transporte público más eficiente fortalece el acceso de trabajadores, clientes y turistas al centro histórico. Mejora la resiliencia frente a eventos que cortan la Alameda.
Durante más de una década, el cierre de la calle Bandera al transporte público fue una decisión que, con el tiempo, modificó silenciosamente la forma en que Santiago se mueve. El centro recuperó un espacio ciudadano vibrante, lleno de vida, colores y actividades, mientras el ruido y el tráfico retrocedían por primera vez en décadas. Bandera se transformó en un ícono urbano, un paseo amable que parecía representar un futuro más humano para la ciudad. Sin embargo, detrás de esa postal había una consecuencia menos visible pero profunda: al clausurar ese corredor, el sistema de transporte perdió su única conexión entre el sur y el norte del centro cuando la Alameda está bloqueada. La red quedó partida, obligando a desvíos por calles aledañas ya saturadas, aumentando tiempos de viaje y debilitando la flexibilidad operativa de todo el eje estructural. Fue como sacar una vértebra de la columna vertebral de la movilidad capitalina.
Por eso la decisión de reabrir Bandera a los buses no es un simple ajuste de tránsito. Es un cambio de enfoque sobre cómo concebimos la ciudad. No se trata de volver atrás, ni de renunciar a la peatonalización. Se trata de reconocer que la movilidad y la vida urbana no son mundos en conflicto, sino piezas complementarias de un mismo proyecto urbano. La nueva Bandera incorporará una pista exclusiva de 3,5 metros de ancho para buses RED, en su mayoría eléctricos, con una velocidad máxima de 30 km/h y un trazado en zigzag que permite conservar terrazas, mobiliario urbano y circulación peatonal. El 90% del espacio seguirá siendo peatonal. No habrá autos ni camiones. Este no es el regreso de las micros y el caos de antaño; es la incorporación controlada de un modo estructural que vuelve a darle sentido a la red.
En ciudades como Ámsterdam, Zúrich o Viena, la integración entre movilidad sostenible y espacio público lleva décadas funcionando. No es casualidad que sus centros urbanos sigan siendo intensamente caminables y, al mismo tiempo, tengan tranvías o buses eléctricos cruzando el corazón de la ciudad. Entendieron que la clave no está en escoger entre peatón o transporte, sino en diseñar bien. Santiago está empezando a dar ese paso, y Bandera es un símbolo potente de ese giro.
La recuperación de este eje no solo tiene implicancias operativas. También es una apuesta económica y urbana. Un transporte público más eficiente fortalece el acceso de trabajadores, clientes y turistas al centro histórico. Mejora la resiliencia frente a eventos que cortan la Alameda. Disminuye tiempos y permite revitalizar una zona que ha sufrido el golpe de la inseguridad, la migración del comercio hacia la periferia y la pérdida de centralidad. Reinsertar Bandera en la red es, en el fondo, una política de desarrollo económico urbano: vuelve a conectar oferta y demanda, barrios y oportunidades.
Lo importante es que este proyecto no está pensado desde la nostalgia, sino desde la inteligencia urbana. No es una vuelta al pasado, sino una actualización al presente. Reabrir Bandera no significa perder el paseo; significa integrarlo a la estructura de movilidad de la ciudad de forma moderna, sostenible y planificada. Significa reconocer que la peatonalización, para sostenerse en el tiempo, necesita estar articulada con un sistema de transporte público robusto. Una ciudad sin buses bien integrados se fragmenta; una ciudad que mezcla ambas dimensiones con visión, se fortalece.
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