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Se aproxima la tormenta: Eventualidad de la violencia tras las elecciones Opinión

Se aproxima la tormenta: Eventualidad de la violencia tras las elecciones

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Hugo Herrera
Por : Hugo Herrera Abogado y profesor de Filosofía y Teoría Política. Universidad Diego Portales y Universidad de Valparaíso. https://orcid.org/0000-0002-4868-4072
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El crimen organizado dispone de copiosos arsenales y de un dominio territorial consolidado. Las dirigencias de base se sienten defraudadas por la frivolidad de los viejos y los nuevos gobernantes.


Miente o yerra quien piensa que la “Crisis del Bicentenario” terminó.

Los elementos que la desataron están intactos y se han acentuado: hacinamiento, segregación, pérdida de legitimidad de las instituciones, élites distanciadas de la situación, caída sostenida de la productividad. Se suman a ellas la masiva inmigración irregular y la inseguridad, incluida la expansión descontrolada del crimen organizado.

Las élites se desarraigan del pueblo y la tierra; habitan barrios aislados, gozan de prebendas. Se guían por discursos simplistas: el moralizante anti-mercado de izquierda, arruinado por la corrupción masiva, simbolizada en la desaparición del computador de Giorgio Jackson, dudoso personaje ocultado por su propia gente. La derecha asume un pensamiento economicista y de la gestión, socavado por la crisis de productividad. Se carece en ambos lados de visión nacional.

No se conocen Estados que florezcan con la productividad y la legitimidad en el suelo, la seguridad desbordada, élites desarraigadas y discursos simplistas.

¿No miente o yerra quien piensa que la “Crisis del Bicentenario” terminó?

La crisis está vigente. No es descartable un nuevo estallido. Que las fuerzas sociales irritadas vuelvan a la carga y el sistema político cruja. Pero ahora con notorias diferencias.

Gobernará la derecha, probablemente Kast. Y las derechas serán mayoría en el Congreso. El predominio de las derechas será acicate para que las vanguardias revolucionarias recurran a nuevas tácticas. En 2019 hubo violencia, validada por muchos, incluso hoy en cargos de gobierno. En 2019 no se usaron armas de fuego. Vimos piedras, palos, mólotovs, perdigones, pero no el plomo mortal.

Tras cuatro años de ineficacia frenteamplista, barrios importantes y con acceso expedito al centro de Santiago están abundantemente abastecidos de armas. El crimen organizado dispone de copiosos arsenales y de un dominio territorial consolidado. Las dirigencias de base se sienten defraudadas por la frivolidad de los viejos y los nuevos gobernantes.

Bastó un par de disparos en una protesta en Irlanda, en 1972, y se desató el “domingo sangriento”. ¿Qué ocurriría si 100 jóvenes con alto poder de fuego encarasen a la policía en medio de una manifestación masiva? ¿Algo parecido a Irlanda o a Río de Janeiro?

Mientras, los torvos comunistas de la plaza se niegan a abandonar el cinismo de “con un pie en la calle y otro en la institucionalidad”. Partes contundentes de la izquierda se desentienden del deber de lealtad con la república democrática. Sin dictadura, los llamados a botar al Gobierno elegido (como en 2019) son perfidia y cómplices con la marginalidad armada. No resulta improbable que volvamos a escuchar tales llamados y los bombos se enciendan el 11 de marzo de 2026.

Las derechas no asumen en todos sus alcances la gravedad de la situación que se está incoando.

Está muy bien fortalecer la policía, darle respaldo y los implementos necesarios para imponer el Estado de Derecho.

Pero no será sólo con policía, sino con reformas estructurales robustas -en salud, educación, organización urbana y territorial, políticas del agua, una agenda que opere como el compás de marcha- que Chile encontrará una salida a la “Crisis del Bicentenario”.

Nuestra crisis es de legitimidad, productividad y seguridad. Las élites devienen oligárquicas pierden capacidad conductora. Las doctrinas políticas y económicas que asumen son excesivamente simples.

Nuestra crisis es vertical, no de bandos. El pueblo en su territorio, con sus anhelos y pulsiones, se separa de los dirigentes, sus discursos reduccionistas y las instituciones.

Chile vivió una crisis similar, entre 1910 y 1932. La oligarquía cerró sus haciendas para irse a mansiones en Santiago o París. Asumió un discurso desentendido de la cuestión social, mientras el pueblo reunía energías y pujaba por un reconocimiento que le era negado.

La “Crisis del Centenario” fue sangrienta. En las matanzas de los años ’20 (La Coruña, San Gregorio, Marusia, etc.), se contaron de a cientos las bajas: trabajadores y sus familias, policías y militares.

Sin prudencia, que la izquierda callejera no ha demostrado; sin sensibilidad propiamente política, que la derecha tampoco ha probado, las bases están echadas para una ruta de violencia y heridas de esas que no sanan jamás.

Urge que la izquierda se baje de su vehemencia retórica y su vocación de violencia ambulante, que abjure de su tolerancia activa con ella. Urge que las derechas superen su economicismo y gestionalismo, y piensen al país completo, incluidos los trabajadores, el pueblo y las tierras secándose más allá de la capital.

¿Cómo se logra esto en la práctica?

Se requiere, en las izquierdas, un ejercicio de coraje del Fabianismo o Socialdemocracia, para imponerse al ala radical del PC y la flora exótica que crece a su izquierda.

Y en las derechas, la activación de las fuerzas moderadas, las que han despuntado incipientes en los últimos lustros con Desbordes y Monckeberg, la derecha social, los socialcristianos en la UC. Para que se impongan sobre la ideología de la economía neoclásica y la subsidiariedad negativa. Para que prevalezca la idea de que el Estado tiene funciones esenciales: en orden y seguridad, pero también en salud, asistencia social y productividad. En solidaridad. Que el pensamiento político debe ser reflexión y comprensión de la situación, a partir de un auscultar paciente de ella, no mera “publicidad”.

Así, con comprensión, operaron Ibáñez y Alessandri. Más allá de las críticas que pueda hacérseles, crearon una nueva institucionalidad y le insuflaron al país un nuevo espíritu, que lo extrajeron de la “Crisis del Centenario”.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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