Opinión
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Cumbre Unión Europea-América Latina: un reencuentro necesario
La cumbre de Santa Marta, por tanto, no debe verse como un simple evento diplomático, sino como una oportunidad para redefinir el papel que América Latina y Europa pueden jugar juntas en el siglo XXI.
La Cumbre entre la Unión Europea (UE) y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), que se celebrará los días 9 y 10 de noviembre en Santa Marta, Colombia, marca un hito en la relación birregional. Han pasado más de dos años desde el último encuentro en Bruselas, en julio de 2023, y casi una década desde que ambos bloques lograron reactivar un diálogo político de alto nivel tras un largo período de distanciamiento.
En ese contexto, el solo hecho de que esta cita vuelva a realizarse –y en territorio latinoamericano– constituye ya un mensaje político de primer orden: Europa y América Latina desean reencontrarse, escucharse y construir una agenda común en un mundo cada vez más incierto.
Durante los años que separan una cumbre de otra, el escenario internacional ha cambiado de manera profunda. La guerra en Ucrania, el recrudecimiento del conflicto en Medio Oriente, las tensiones en el Indopacífico y la erosión del multilateralismo han configurado un entorno global marcado por la desconfianza y la fragmentación.
Frente a ello, la cooperación entre Europa y América Latina se vuelve no solo deseable, sino indispensable. Es por eso que estos encuentros no deben limitarse a revisar aranceles o balanzas comerciales, sino a fortalecer una alianza basada en valores y en intereses estratégicos compartidos.
En ese contexto, la agenda de esta cumbre lo refleja con claridad. Los temas centrales girarán en torno a la transición verde y digital, la seguridad energética, la protección del medio ambiente, la lucha contra el crimen organizado transnacional, la cooperación en derechos humanos y gobernanza democrática, y la inversión sostenible.
Se trata de asuntos que trascienden la lógica del intercambio económico: son desafíos globales que requieren coordinación, tecnología, financiamiento y confianza mutua. Para América Latina, esta es una oportunidad de atraer inversión europea que impulse la industrialización y la innovación; para la Unión Europea, es la posibilidad de acceder a recursos estratégicos –como los minerales críticos– en condiciones estables y sostenibles.
Estos temas representan, al mismo tiempo, desafíos y oportunidades. Desafíos, porque la asimetría entre ambos bloques sigue siendo evidente y porque la región latinoamericana aún no logra consolidar un mecanismo de integración comparable al europeo. Pero también oportunidades, porque la UE sigue siendo el modelo más exitoso de integración regional en la historia contemporánea, y América Latina tiene mucho que aprender de esa experiencia: cómo armonizar normas, coordinar políticas exteriores y proyectar una voz común en los foros internacionales.
En un mundo donde proliferan los conflictos simultáneos, resurgen las amenazas nucleares y se debilitan los organismos multilaterales, resulta esencial contar con socios y aliados confiables. Europa y América Latina comparten una herencia cultural y política que se traduce en principios comunes: la defensa de la democracia, el respeto a los derechos humanos, la libertad de expresión (y de prensa), la protección del medio ambiente y el Estado de Derecho. Esos valores son hoy más importantes que nunca y deben ser la base sobre la cual ambos continentes articulen su cooperación futura.
La cumbre de Santa Marta, por tanto, no debe verse como un simple evento diplomático, sino como una oportunidad para redefinir el papel que América Latina y Europa pueden jugar juntas en el siglo XXI. Si logra traducirse en compromisos concretos, podrá sentar las bases para el próximo encuentro, previsto para 2027 en Bruselas, consolidando así un diálogo estratégico que trascienda los intereses coyunturales y apueste por una asociación duradera, moderna y equilibrada.
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