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De nuevo Jaime Guzmán Opinión Archivo

De nuevo Jaime Guzmán

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Mauricio Rifo
Por : Mauricio Rifo Analista económico y filosófico político, Universidad de Barcelona
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Este enfoque permite entender el proyecto de Kast no como una anomalía autoritaria, sino como una respuesta coherente, desde su propia tradición intelectual y política, a un ciclo que evidenció –a su juicio– los riesgos de una democracia ampliada sin resguardos institucionales fuertes.


El triunfo presidencial de José Antonio Kast puede ser abordado desde múltiples registros interpretativos. Puede leerse como un cambio de ciclo político articulado en torno al eje Apruebo/Rechazo; como una restauración conservadora tras un período de alta movilización social; como un cambio de eje político producto del voto obligatorio; como la expresión local del avance global de las derechas populistas; como un reordenamiento de los partidos de la transición agotados por la pérdida del clivaje democracia/dictadura; como resultado del fracaso estratégico de las izquierdas, ya sea por su deriva identitaria, por errores de gobierno o por la incapacidad de traducir demandas sociales en políticas efectivas; o, simplemente, como parte de un péndulo electoral cada vez más líquido, despolitizado y crecientemente antiincumbente. Todas estas lecturas aportan elementos relevantes.

Esta columna propone otra entrada: examinar el triunfo de Kast desde la trayectoria intelectual de la derecha chilena que él encarna y desde su articulación con el presente político. En particular, interesa analizar su vínculo con el pensamiento de Jaime Guzmán, no como herencia doctrinaria estática, sino como matriz interpretativa del ciclo político reciente.

En una entrevista reciente, José Joaquín Brunner sostuvo que, de vivir hoy, Guzmán probablemente estaría liderando una parte del bloque de las actuales derechas populistas, con un sello propio. Más allá de la conjetura contrafactual, la afirmación resulta sugerente porque permite interrogar el presente político desde una lógica interna al pensamiento guzmaniano: qué eventos habrían reorientado su brújula política y qué aprendizajes institucionales podrían haberse extraído del ciclo abierto desde 2006 y cristalizado en 2019.

Desde esa perspectiva, el primer evento relevante habría sido la constatación de que la derecha gobernante durante el ciclo del piñerismo mostró una baja fidelidad política y cultural al marco jurídico-constitucional heredado del diseño de la democracia protegida. Para una tradición que concibe la institucionalidad como dique frente a mayorías potencialmente disruptivas, la disposición a flexibilizar ese marco, ya sea por pragmatismo, presión coyuntural o cálculo político, habría sido leída como una señal de debilidad.

Kast fue explícito en esa crítica: la derecha había dejado de cumplir su función estructurante de resguardo del orden institucional y marca parte de su ruptura con los partidos de la época.

Un segundo evento habría sido la baja resistencia que mostró el sistema político frente a la apertura del proceso constituyente. Más allá de las valoraciones normativas, lo relevante desde un punto de vista guzmaniano es que una alta conflictividad social, combinada con una derecha sin convicción institucional fuerte, permitió abrir la posibilidad de modificar un orden constitucional diseñado precisamente para restringir ese tipo de cambios. La democracia protegida no colapsó por asalto, sino por falta de defensa activa de sus principios organizadores.

Un tercer elemento, probablemente decisivo, fue el ciclo de control social desplegado a escala global durante la pandemia de COVID-19. Por primera vez en contextos de competencia electoral y representación política plena, se implementaron de manera extendida medidas excepcionales de control de la movilidad, suspensión de derechos y obediencia generalizada a la autoridad, legitimadas por una amenaza percibida como real y transversal.

Desde el punto de vista del diseño institucional, este episodio mostró la compatibilidad entre regímenes democráticos formales y altos niveles de control social cuando la amenaza es suficientemente creíble.

Un Kast leído desde Guzmán, con todas las diferencias históricas y personales del caso, pudo tomar nota de estos tres eventos y articular, de manera intuitiva pero no improvisada, un esquema político orientado a restituir legitimidad tanto a la democracia protegida como al uso de medidas excepcionales dentro de un marco electoral plenamente vigente para reconfigurar sus alcances, sus ritmos y sus márgenes de acción frente al conflicto social.

Este enfoque permite entender el proyecto de Kast no como una anomalía autoritaria, sino como una respuesta coherente, desde su propia tradición intelectual y política, a un ciclo que evidenció –a su juicio– los riesgos de una democracia ampliada sin resguardos institucionales fuertes. La apelación al orden, a la autoridad y a la excepcionalidad no emerge aquí como reacción emocional, sino como propuesta de reorganización del campo político frente a la incertidumbre de diversos fenómenos transversales a la sociedad, como por ejemplo el crecimiento migratorio de población venezolana.

Por mucho que cada cierto tiempo se busque conjurar el fin de la contienda política izquierda-derecha, está persiste y sitúa más bien nuevos escenarios que plantean desafíos estratégicos.

Para el caso de las izquierdas, el desafío estratégico frente a la emergencia de una consolidación de derechas que logran articular orden institucional, control social y competencia electoral, resulta insuficiente responder únicamente con llamados a la renovación discursiva o con la renuncia anticipada a la disputa estructural contra el capitalismo. La tradición intelectual y práctica de las izquierdas ofrece múltiples herramientas para abordar problemas de productividad, coordinación de mercados y provisión de bienes públicos sin abandonar ese horizonte.

Autores como Alec Nove, Michel Legrand o Jon Elster dan cuenta de esa diversidad de enfoques reformistas dentro del pensamiento socialista. Recuperar esa musculatura intelectual resulta tan relevante como ampliar la base social organizada construida a lo largo de los últimos treinta años de movilización sindical, territorial, feminista y estudiantil. Sin ese doble movimiento, programático e intelectual, la disputa quedará atrapada entre una administración tecnocrática de las restricciones y una democracia cada vez más protegida frente a la posibilidad del cambio.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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