Opinión
BBC
Taiwán y la nueva escalada militar de China
China parece apostar a normalizar un estado de tensión permanente, ampliando gradualmente su presencia militar alrededor de la isla y reduciendo los márgenes de maniobra de Taiwán y de quienes la respaldan.
Las recientes maniobras militares chinas alrededor de Taiwán –en las que se usó fuego real– no son un episodio aislado ni un simple ejercicio rutinario del Ejército Popular de Liberación. Constituyen, más bien, una respuesta política y militar deliberada a una serie de decisiones y declaraciones que Beijing considera cada vez más desafiantes: el reforzamiento del apoyo militar de Estados Unidos a Taiwán y el endurecimiento del discurso estratégico de Japón respecto al estrecho.
En este escenario, China ha optado por volver a enviar su mensaje preferido: presión militar visible, sostenida y multidimensional.
El primer detonante fue EE.UU., cuando hace unos días el Gobierno del presidente Donald Trump aprobó un paquete de venta de armas a Taiwán por aproximadamente US$ 11.100 millones, uno de los más voluminosos de los últimos años. El acuerdo contempla sistemas de defensa aérea, misiles antibuque, municiones avanzadas y mejoras sustantivas en capacidades de mando, control y comunicaciones.
Para la Casa Blanca, se trata de reforzar la disuasión y cumplir con su compromiso legal de ayudar a Taiwán a mantener una capacidad defensiva creíble. Para Beijing, en cambio, es una injerencia directa en un asunto interno, una violación del principio de “una sola China” y un incentivo peligroso para lo que denomina “fuerzas separatistas” en la isla.
La reacción china ha ido más allá de las protestas diplomáticas. Además de sancionar a empresas y ejecutivos del sector de defensa estadounidense, Beijing intensificó sus ejercicios militares en torno a la isla, combinando fuerzas navales, aéreas y de misiles, y ensayando escenarios de bloqueo marítimo y aéreo. El objetivo es claro: demostrar que China posee la capacidad real de aislar a Taiwán, incluso en un contexto de apoyo externo.
El segundo factor de fricción es Japón. En noviembre pasado, la primera ministra japonesa, Sanae Takaichi, afirmó públicamente que un eventual ataque chino contra Taiwán podría constituir una amenaza directa a la seguridad de Japón y justificar una respuesta bajo el principio de autodefensa colectiva.
Estas declaraciones, sin duda, marcaron un punto de inflexión: por primera vez en décadas, un jefe de Gobierno japonés planteó de manera explícita la posibilidad de que Tokio pudiera involucrarse en un conflicto en el estrecho.
Para Beijing, estas palabras cruzan una línea roja. China interpreta que Japón está abandonando su ambigüedad estratégica y alineándose de forma más activa con Washington en el Indopacífico. De ahí que las maniobras actuales también funcionen como un mensaje disuasivo dirigido a Tokio, advirtiendo que cualquier forma de “interferencia externa” tendrá consecuencias.
No es casual que China haya enmarcado estos ejercicios como una advertencia simultánea a las fuerzas “separatistas” taiwanesas y a las potencias externas, una fórmula que apunta sin ambigüedades a Estados Unidos y Japón. En la lógica de Beijing, la presión militar cumple una doble función: disuadir a Taipéi de avanzar hacia posiciones irreversibles y elevar el costo político y estratégico para sus aliados.
Sin embargo, esta estrategia no apunta necesariamente a un conflicto inmediato. China parece apostar a normalizar un estado de tensión permanente, ampliando gradualmente su presencia militar alrededor de la isla y reduciendo los márgenes de maniobra de Taiwán y de quienes la respaldan. Cada ejercicio, incursión aérea o advertencia marítima desplaza un poco más los límites de lo aceptable.
Conviene no perder de vista que el origen último de esta tensión no está en las maniobras actuales ni en los últimos paquetes de armas, sino en el desenlace de la guerra civil china (1949), que separó definitivamente los caminos de la República Popular China en el continente y de la República de China en Taiwán.
Desde entonces, ambos sistemas evolucionaron durante décadas de manera radicalmente distinta. Hoy resulta incuestionable que Taiwán es una democracia robusta y no una provincia subordinada; una economía clave del Indopacífico, esencial para las cadenas globales de suministro; un aliado estratégico de Estados Unidos y un actor central en el desarrollo de tecnologías críticas, desde los semiconductores avanzados hasta la innovación digital.
Por lo mismo, el futuro de Taiwán no es un asunto local ni exclusivamente chino. Es una cuestión de estabilidad regional y global. Darle la espalda a Taiwán implicaría no solo desconocer una realidad política y económica evidente, sino también abdicar de la defensa de un orden internacional basado en reglas, soberanía y democracia.
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