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Liliana Cortés: “La pobreza existe, aunque Chile dejó de verla” PAÍS

Liliana Cortés: “La pobreza existe, aunque Chile dejó de verla”

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La directora social nacional del Hogar de Cristo explica cómo la pobreza se ha vuelto invisible en un país que dejó de nombrarla, justo cuando más necesita ser mirada.


En tiempos de desconfianza y polarización, reivindica la labor silenciosa de miles de organizaciones, el valor de la solidaridad y la necesidad de políticas sociales que no cambien cada 4 años.

“Llevo 30 años trabajando en lo social y sentir este reconocimiento, compartirlo con las otras 99 mujeres, ver lo que hacen ellas, los desafíos que tenemos todos… es algo que me llena de orgullo. También me renueva. Me recuerda que todavía hay mucho por avanzar”.

Liliana Cortés (51), directora social nacional del Hogar de Cristo, fue nombrada por segunda vez entre las 100 Mujeres Líderes que destacan Mujeres Empresarias y El Mercurio. Se nota que la distinción le alegra, pero más la ruboriza. No es de las que adornan su currículum; es de las que prefieren seguir haciendo, antes que contar.

Este 2025 su categoría fue “servicio social”, la misma en que ya había sido distinguida cuando dirigía la Fundación Súmate, a cuya cabeza estuvo durante más de 12 años. Hoy esta trabajadora social formada en la Universidad Católica y fogueada en el quehacer directo con los más pobres, hace dos años asumió su rol más desafiante: conducir la Dirección Social Nacional del Hogar de Cristo, que acompaña a personas en pobreza severa desde los primeros años hasta el final de la vida. 

—Llevas dos años y tres meses a cargo. ¿Cuál es tu balance?

—Lo primero es que el Hogar de Cristo es un organismo vivo. Cambia, se adapta. Y la pobreza también cambia. Desde adentro, viendo a los equipos, viviendo la misión en terreno, siento que somos una organización que tiene que estar en permanente movimiento. Nuestro sello es la construcción de confianza, el vínculo, la cercanía con las personas más vulneradas. Y eso no se logra sin presencia, sin tiempo, sin escucha.

Hace una pausa. Piensa.

—Lo que más me satisface es ver cómo los equipos encarnan este sello. Lo que más me cuesta es otra cosa: la pobreza está muy invisibilizada. Yo venía del mundo de la educación, que tiene mucha más visibilidad pública. En la pobreza, en cambio, hay desconocimiento real. Mucha gente no sabe lo que hacemos. Saben lo que es el Hogar de Cristo, pero no saben qué hace el Hogar de Cristo. Se sorprenden cuando les contamos que trabajamos en todo el ciclo vital, desde jardines infantiles hasta el acompañamiento al final de vida. Eso habla de cuánto nos falta instalar el tema en Chile.

 —¿Qué falta para que las personas entiendan mejor esa trayectoria completa de trabajo del Hogar de Cristo, desde la infancia hasta la muerte digna?

—Lo primero es que Chile hace mucho rato que dejó de hablar de pobreza. Nos cuesta ver que hoy, mientras conversamos, hay gente que lo está pasando muy mal. Y no porque no tenga zapatos o comida, que también pasa, sino porque la vida se les hace imposible. Resolver salud, vivienda, trabajo, sentirse totalmente solos… eso también es pobreza. Y, cuando además no tienes recursos para resolverlo, es pobreza severa.

Para Liliana, el desafío es volver a visibilizar algo que preferimos barrer bajo la alfombra. No para victimizar, dice, sino para mirar de frente.

—Hay personas que están en Chile, aquí, con nosotros, y que viven situaciones muy precarias. No podemos seguir haciendo como si eso no existiera.

Daños colaterales

La conversación da un giro hacia el otro gran tema: la desconfianza. Esa que se instaló con fuerza después del escándalo de los convenios y que golpeó injustamente a miles de fundaciones que tienen credenciales de seriedad y trabajo bien hecho. 

—¿Cómo se trabaja hoy en lo social cuando la ciudadanía desconfía de todo, incluso de quienes hacen bien la pega?

Liliana no duda.

—Lo primero es distinguir. El caso de fundaciones que cometieron delitos es un caso de corrupción que debe investigarse y sancionarse. Punto. Pero eso no puede manchar a las más de 37 mil organizaciones de la sociedad civil que existen en Chile y que atienden a más de 500 mil personas cada año.

Habla con lo que ella llama “dolor práctico”: sabe que cada escándalo golpea como un martillazo.

—No se puede cargar con esa culpa a todo el resto. Nosotros trabajamos en alianza con la Comunidad de Organizaciones Solidarias, con Sociedad en Acción de la Universidad Católica, revisando datos, levantando encuestas. La sociedad civil cumple un rol indispensable en Chile y debe seguir haciéndolo de la mano del Estado.

Pero también apunta a una tarea interna:

—Tenemos que seguir enfocados en la transparencia activa: rendiciones, cuentas públicas, claridad en recursos, convenios, gastos. Algo que ya hacemos y que profundizamos año a año. Eso ayuda. 

—Te leí una columna donde decías que la desconfianza está instalada entre las personas en mayor pobreza. Y creo que a ellas no las convences con una cuenta pública. 

—Ciertamente que no, porque ellos no están conectados a esa lógica. Ellos viven la desconfianza en su vida diaria.

Por qué cerrar servicios

—¿Cómo se construye entonces confianza con las personas más vulnerables?

—Con tiempo. No hay otro camino. Las personas llegan con mucha desconfianza, porque han sido vulneradas miles de veces. Para generar vínculo necesitas estabilidad, saber que vas a estar ahí mañana. Y eso implica que las organizaciones no pueden estar pendientes de licitaciones que no llegan, recursos que se atrasan, programas que se caen. Eso destruye confianza.

Cita un ejemplo ilustrativo: 

—Cuando una persona en situación de calle logra inscribirse en un Centro de Salud Familiar, en un CESFAM, y asistir a su primer control, eso es construir confianza. No solo en nosotros, sino en el sistema. Es decirle: “Sí, tú tienes derecho a que te atiendan”. Y cuando el Estado responde, la confianza se expande.

Sobre el cierre de algunos programas del Hogar de Cristo orientados a personas en situación de calle, un punto sensible para socios y voluntarios, Lili es clara:

—No cerramos por cerrar. Antes de hacerlo, conversamos con los actores locales, analizamos quién más puede atender a esas personas. Si un municipio, otra fundación o incluso el arzobispado, como es el caso de Linares, puede hacerse, eso también aumenta la confianza. Porque la pobreza no puede depender de una sola institución.

La conversación deriva hacia las personas mayores, una de las áreas donde más se siente el impacto del envejecimiento acelerado del país.

—A este tema, Chile llegó tarde. Atrasado —dice con franqueza—. Necesitamos servicios masivos de apoyo domiciliario, no programas pequeños de barrio en barrio. La mayoría de las personas mayores quiere envejecer en su casa. Y tiene derecho a hacerlo. 

Explica que el Hogar de Cristo está empujando una transición: menos institucionalización, más apoyo preventivo, más trabajo con los cuidadores y el sistema nacional de cuidados.

—No podemos seguir llenando el país de establecimientos de larga estadía. Estos deben ser la última alternativa. La primera debe ser llegar antes, acompañar antes. Eso son nuestros servicios de asistencia domiciliaria. Y eso tiene que ver con cohesión social y confianza. Con respetar los deseos de las personas, escucharlas, construir soluciones conjuntas. Eso genera un entramado social que es la base de la confianza.

Esto no es el Hogar de Cristo

 “Esto no es el Hogar de Cristo” es una frase que se ha instalado en el imaginario nacional. Se usa para eludir el bulto. Es como decir: “Acá no recibimos cachos”. O “no me vengan con problemas”, en un estilo menos coloquial. 

—¿Cómo lees esa frase, Lili? ¿Te molesta? ¿Te enorgullece?

—La leo con cariño, fíjate. Porque primero demuestra que la gente sí sabe lo que hace el Hogar de Cristo. Cuando dicen “esto no es el Hogar de Cristo”, están diciendo que nosotros no ponemos límites a la acogida. Y es verdad: intentamos recibir a quien nadie más recibe. Eso nos identifica.

Aclara que acoger no significa romantizar la pobreza ni aceptar todo sin condiciones: “Lo que buscamos es que cada persona saque la mejor versión de sí mismo. Y para eso no basta la buena voluntad: se necesitan servicios, equipos, recursos, acompañamiento real.

Cerca del final, surge un tema luminoso: la solidaridad.

Pancho Melo lo había dicho: uno siempre recibe más de lo que da. Lili lo reafirma desde su experiencia cotidiana.

—La solidaridad no es un evento ni un día del año. Es una expresión de humanidad. Cuando vivimos acelerados, cuando no miramos al otro, nos deshumanizamos. La solidaridad es detenerse: darle agua a alguien en la calle, escuchar a un vecino, tender una mano sin esperar nada. Eso no requiere plata; requiere tiempo y voluntad.

Y agrega algo que pocas veces se dice explícitamente:

—La solidaridad está muy viva en los barrios más pobres. Porque no hay otra forma de sobrevivir. Ellos se ayudan entre sí todos los días. Nosotros deberíamos mirarlos para aprender.

En tiempos de elecciones y polarización, Liliana no elude el contexto.

—Necesitamos políticas sociales que no cambien cada cuatro años. No podemos seguir inventando la rueda cada ciclo electoral. La pobreza no espera ciclos.

Por eso valora el impulso de varias organizaciones —incluido el Hogar de Cristo— para convocar a los candidatos presidenciales a un foro social amplio, donde escuchen y respondan sobre problemas que no admiten postergación: pobreza, salud mental, cuidados, migración, calle, niñez. ¿Resultará? Quién sabe, pero será elocuente si es que no se da.  

Para cerrar, Liliana resume así la necesidad de oírse:

—Necesitamos más encuentro, más pausa, más humanidad. La confianza se construye así: mirándonos a los ojos.

 

Santiago, 24.09.25. Retratos Liliana Cortés Directora Social Nacional Fundación Hogar de Cristo.
AGENCIA BLACKOUT

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