
Fiscal de la zona oriente elige vivir «sin rencor» y aplicar su experiencia personal
«Tengo recuerdos de un militar apuntando con una metralleta a mis padres, que estaban en el suelo con las manos extendidas; tengo recuerdos de un relampagueo de la metralleta al momento de acercarse al lugar donde estábamos escondidos con mi madre y con mi hermana», cuenta.
Hijo de un matrimonio uruguayo que fue hecho desaparecer en Argentina, Anatole Larrabeiti creció en Chile, donde actualmente trabaja como fiscal, cargo al que intenta aplicar su experiencia personal, pero sobre todo vive sin rencor.
«No hay un rencor (hacia los que mataron a mis padres), no hay un odio. Ellos saben lo que hicieron. Yo sé lo que hicieron. Mucha gente sabe lo que hicieron», reflexiona Larrabeiti durante una entrevista con Efe.
Sus padres, Roger Julien y Victoria Grisonas, militaban en el Partido por la Victoria del Pueblo (PVP) y, perseguidos por las fuerzas militares de la dictadura uruguaya (1973-1985), huyeron clandestinamente a Argentina en 1975.
Allí, en el Gran Buenos Aires, vivieron durante un año medio junto a sus dos pequeños hijos, Anatole y Victoria, hasta que su vida se truncó en septiembre de 1976.
Tres décadas después, Anatole proyecta ahora su experiencia personal hacia su labor como fiscal en la zona oriente de la capital chilena.
«Trato de verlo siempre de la manera más positiva posible. Si a alguien le pasa esto y sobrevive a lo mismo, la idea es que pueda empatizar con muchas cosas a nivel social», reflexiona.
«Yo lo aplico en mi trabajo lo más que puedo (…) Trato de ver a la víctima desde el punto de vista humano. Y creo que sirve, es fácil, es sencillo -cuando uno ha vivido elecciones dramáticas de la vida y ha tomado decisiones en base a ella- conversar con estas personas, llegarles un poquito más al corazón», cuenta.
Sentado en la terraza de su departamento, en un día soleado de invierno, Larrabeiti recuerda aquel 26 de septiembre de 1976, cuando un multitudinario operativo rodeó la vivienda donde se encontraba la familia y terminó con la vida de sus padres.
«Tengo recuerdos de un militar apuntando con una metralleta a mis padres, que estaban en el suelo con las manos extendidas; tengo recuerdos de un relampagueo de la metralleta al momento de acercarse al lugar donde estábamos escondidos con mi madre y con mi hermana», cuenta.
«Luego nos sacan de ahí y pasamos un periplo de tres meses con traslados desde Argentina hacia Uruguay y al revés», explica.
Larrabeiti, que entonces tenía cuatro años, conserva también la imagen de las montañas nevadas que vio desde la cabina de un avión. Eran Los Andes y el avión, en el que iba junto a su hermana, de apenas año y medio, tenía como destino Chile.
En diciembre de 1976, ambos fueron abandonados en una céntrica plaza de Valparaíso y, posteriormente, trasladados a un orfanato.
Larrabeiti desconoce por qué los militares los abandonaron sin más, en una época en que las dictaduras de Argentina, Uruguay y Chile estaban interconectadas por el Plan Cóndor, la operación que les permitió perseguir de forma coordinada a militantes de izquierda.
Él y su hermana fueron adoptados por un matrimonio con problemas de fertilidad, aunque, a diferencia de lo que vivieron otros niños robados por la dictadura argentina, sus padres no respaldaban al régimen de Augusto Pinochet y eran simpatizantes de una izquierda moderada.
«Obviamente es más fácil de aceptar cuando tu familia es una bella familia y no tiene nada que ver con los implicados», considera Larrabeiti.
En aquellos años, su abuela paterna biológica «hizo un periplo maravilloso» y «movió cielo, mar y tierra» para encontrar a sus nietos, hasta que opositores chilenos, clandestinamente, le enviaron fotos de los niños aparecidos en Valparaíso.
Ella viajó en 1979 a Chile y se produjo «una pugna» con los padres adoptados, aunque «ambos con buenos argumentos de cariño», explica el hoy fiscal.
Después de aquello, un psicólogo evaluó al niño y determinó que, si retornaba a Uruguay, no iba a ser posible solucionar esa nueva pérdida de identidad, por lo que su abuela biológica, recuerda Larrabeiti, «con mucha altura de miras y mucha nobleza» determinó que los dos hermanos se quedasen en Chile.
«Habría sido horrible dejar a la familia de acá nuevamente», estima.
Larrabeiti insiste en que no guarda rencor alguno, pues los casos han sido o están siendo enjuiciados en Argentina, y en que no hay que olvidar lo que pasó.
«Lo terrible hubiese sido que no se hubiese sabido nunca lo que pasó. Que la memoria no tuviese con qué jugar. Por eso esta entrevista, por eso todas las entrevistas. Porque la difusión es importante para la memoria del colectivo. Porque no debe olvidarse», concluye con gesto firme y voz serena.