Opinión
Créditos: El Mostrador.
El territorio como motor del crecimiento sostenible
Inversión, un término clave en este período electoral. “Subir la inversión” o “salir del estancamiento”, son ideas fuerza usadas varias veces en el día por candidatos de distintos sectores políticos en los medios de comunicación y las redes sociales. ¿Pero qué significa esto en concreto?
Es correcto hablar de inversión a partir de indicadores económicos. Sin embargo, la construcción de ese guarismo tiene varios caminos para su concreción e integración en los indicadores del desempeño país. Uno de ellos, más simple, alude a los montos agregados de inversión en un activo que, por lo general, sólo ofrece una visión unidireccional, orientada a las cifras macroeconómicas. Pero, ¿cómo eso trasunta a la población? ¿Cómo, aparte de la creación directa de empleos, esas inversiones se transforman en activos virtuosos hacia su entorno y, de paso, sustentables con su actividad económica y, sobre todo, con los territorios que los acogen?
Si bien estas preguntas hace 20 años estaban presentes en la industria, sus respuestas apuntaban al cumplimiento normativo en materia de protección ambiental y compensaciones sociales, generalmente en el marco de las obligaciones de las Resoluciones de Calificación Ambiental del SEA. Casi todos los esfuerzos de inversión se abocaron a esa forma de gestionar sus activos. ¿Qué sucedió? La industria se llenó de proyectos donde las medidas de gestión de sus activos en materia de sustentabilidad estaban centradas en mitigaciones al final del proceso productivo (end of pipe), o desconectadas del scope productivo de cada inversión.
En consecuencia, proyectos mineros y de energía comenzaron a abordar sólo aspectos sociales asistenciales, supliendo la falta de Estado. Cientos de multicanchas, áreas verdes o policlínicos han sido ofrecidos e integrados como compensaciones territoriales, de manera estándar, atomizados y sin asociatividad.
Si se busca un cambio de fondo, una inversión con enfoque territorial debe concebir la compatibilidad entre el activo y los entornos naturales y sociales en que se desarrolla, esto se traduce en un modelo de negocio sustentable y competitivo. Esta forma de gestionar una inversión debe ejecutarse en todo el ciclo de vida: perfil, diseño, licenciamiento, construcción, puesta en marcha, operación y abandono. Lo que además, es plenamente adaptable a cualquier sector productivo: minería, infraestructura, agricultura y energía.
En este marco, Chile está en una posición única. Somos líderes en energías renovables y contamos con las mayores reservas de cobre y litio del mundo; es decir, somos pieza clave de la transición energética global. Pero, si queremos que esta oportunidad se convierta en desarrollo real, debemos hacerlo con la convicción de que la inversión no se gestiona desde el gabinete, sino que se construye con los territorios que la sostienen.
La visión de gestionar y fortalecer “activos saludables” se enfoca en atender las necesidades del entorno, con operaciones y proyectos como parte activa. La “licencia social” no es un concepto abstracto: es la forma en que una comunidad expresa su percepción y coexiste con un proyecto u operación. Integrarla desde el inicio del ciclo del activo permite interactuar de manera transparente y generar beneficios claros y duraderos para las comunidades, que constituyen el principal capital reputacional de una empresa.