Mascotas
Créditos: El Mostrador.
Demencia canina: el desafío silencioso que enfrentan cada vez más perros mayores y sus cuidadores
La demencia canina afecta cada vez a más perros mayores y suele pasar inadvertida. Especialistas destacan la importancia del diagnóstico temprano y un manejo integral para ralentizar su avance y mejorar la calidad de vida, además de su aporte a la investigación en salud humana.
La demencia canina, conocida en medicina veterinaria como síndrome de disfunción cognitiva (SDC), se ha convertido en un desafío cada vez más frecuente para quienes conviven con perros de edad avanzada. El aumento en la esperanza de vida de las mascotas, impulsado por los avances en nutrición y atención veterinaria, ha elevado también la incidencia de este trastorno neuroconductual, que afecta principalmente a perros desde los diez u once años.
La magnitud del problema es significativa. Según la veterinaria Tracey Taylor, de la Universidad de Adelaida, “algunos estudios sugieren que hasta el 60% de los perros mayores, en su mayoría mayores de once años, padecen demencia canina”. Se trata de una condición progresiva que suele avanzar de manera silenciosa, lo que dificulta su detección en etapas tempranas y retrasa la intervención, pese a que un diagnóstico oportuno puede mejorar considerablemente la calidad de vida del animal.
El SDC provoca un deterioro gradual de la memoria, el aprendizaje y el comportamiento, y va más allá de los cambios propios del envejecimiento. Especialistas estiman que cerca del 28% de los perros entre 11 y 12 años presenta signos de demencia canina, cifra que aumenta al 68% en animales de entre 15 y 16 años. La Facultad de Medicina Veterinaria de la Universidad de Cornell advierte que la progresión lenta de los síntomas suele dificultar su reconocimiento. Además, el trastorno comparte similitudes con el Alzheimer en humanos, tanto en su expresión clínica como en ciertos marcadores cerebrales, como la acumulación de placas amiloides y ovillos de proteínas.
Los signos suelen instalarse de forma paulatina y pueden confundirse con el envejecimiento normal. Entre las señales más habituales se encuentran la desorientación en espacios conocidos, cambios en la interacción social, alteraciones del sueño, ensuciamiento dentro del hogar, variaciones en la actividad diaria, ansiedad y, en algunos casos, conductas agresivas. A esto se suman comportamientos como perderse en lugares familiares, no reconocer a personas u otros animales, mostrarse más dependiente o menos sociable, perder interés por paseos o juegos, irritabilidad y dificultades para aprender o seguir órdenes. Taylor advirtió que “síntomas como perderse en casa, cambiar las interacciones con otros perros o humanos y mirar fijamente al vacío pueden ser signos de SDC”.
El diagnóstico sigue siendo complejo. No existe una prueba única ni biomarcadores confiables, y la confirmación definitiva solo es posible mediante el análisis cerebral post mortem. En la práctica clínica, los veterinarios recurren a distintas escalas, como CADES, CCAS y CCDR, para evaluar la presencia y severidad de los síntomas. La Universidad de Cornell también recomienda el cuestionario DISHAA, desarrollado por el especialista Gary Landsberg, que permite a los dueños identificar y cuantificar el deterioro cognitivo. Estudios recientes indican que el 66% de los perros evaluados con la escala CADES presentaba disfunción cognitiva, y un 11% mostraba síntomas graves.
Diagnóstico diferencial y manejo integral
Antes de confirmar un SDC, los especialistas insisten en descartar otras patologías mediante una evaluación veterinaria exhaustiva, que incluya exámenes físicos y neurológicos, análisis de sangre y orina, y estudios de imagen. Algunas enfermedades pueden confundirse con la demencia canina, como el síndrome vestibular, que se caracteriza por la aparición repentina de problemas de equilibrio, inclinación de la cabeza, nistagmo y dificultad para caminar o alimentarse. A diferencia del SDC, este trastorno suele mejorar con el tiempo y no implica un deterioro cognitivo progresivo.
Aunque la demencia canina no tiene cura, una intervención temprana y un manejo adecuado pueden ralentizar su avance y mejorar el bienestar del animal. La Universidad de Cornell recomienda medidas como asegurar zonas peligrosas del hogar, mantener rutinas estables, enriquecer el entorno con juegos de olfato y rompecabezas, y ajustar la dieta incorporando antioxidantes, ácidos grasos omega-3 y triglicéridos de cadena media. A ello se suma la importancia del enriquecimiento ambiental, la estimulación mental y física, y el uso de juguetes interactivos y ejercicios de adiestramiento.
En cuanto al tratamiento farmacológico, la selegilina (Anipryl) es el único medicamento aprobado por la FDA para el SDC, aunque su efectividad sigue siendo objeto de debate. Mientras algunos especialistas cuestionan su impacto, otros reportan mejoras en ciertos perros, especialmente en síntomas como el llamado “síndrome del atardecer” y la deambulación nocturna. También pueden utilizarse fármacos para abordar síntomas específicos, como ansiedad o trastornos del sueño, además de terapias complementarias como la acupuntura y la rehabilitación física.
El estudio de la demencia canina trasciende el ámbito veterinario y abre nuevas oportunidades para la investigación en salud humana. Un artículo de Science Alert destaca que los perros de compañía son modelos animales valiosos para el estudio de la demencia, ya que comparten el entorno y muchos factores de riesgo con las personas. En esa línea, el Proyecto de Envejecimiento Canino de la Universidad de Washington investiga cómo mejorar tanto la longevidad de las mascotas como la salud humana, aprovechando las similitudes entre el SDC y el Alzheimer. Sus investigadores sostienen que “el perro de compañía proporciona un modelo de enfermedad que contrasta con los modelos animales que viven en dominios altamente regulados y antinaturales, como laboratorios o perreras”, una perspectiva que podría impulsar avances relevantes en la medicina traslacional.