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Mujeres vampiro: imaginación y realidad BRAGA

Mujeres vampiro: imaginación y realidad

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La figura femenina del vampirismo, tan ancestral como ignorada por la cultura popular moderna, ha quedado relegada a un segundo plano, por el arquetipo masculino del vampiro, con Drácula como su gran emblema, señala Juan Antonio Sanz, periodista, viajero e investigador de fenómenos ocultos.


Seductoras, malignas, inmortales, bellas y letales. Así son las encarnaciones femeninas del vampirismo, desde las diosas oscuras y demoníacas de la Antigüedad hasta las vampiras históricas que marcaron con sangre la literatura y la leyenda, según un investigador de los mitos y misterios ancestrales.

¿Y si los vampiros originales no han sido los típicos hombres con capa negra, como marca el estereotipo masculino dominante, basado en el conde Drácula de la novela de Bram Stoker, publicada en 1897, sino que fueron unas mujeres tan bellas y seductoras como malignas, inmortales y letales?

El investigador Juan Antonio Sanz (Madrid, España, 1966) periodista y especialista en Historia Militar y Servicios de Inteligencia, cuya pasión por el folclore y los viajes lo ha llevado a rastrear leyendas por todo el mundo, defiende con argumentos y documentos la validez de esta hipótesis, en su libro’Vampiras’.

Esta obra es una continuación y ampliación de su trabajo de campo y documentación, centrado esta vez en el misterio femenino, que expuso en su anterior obra, ‘Vampiros, príncipes del abismo’, donde abordó el fenómeno de los no-muertos desde una perspectiva global.

Sanz propone una revisión profunda y documentada del arquetipo femenino del vampiro, esa enigmática criatura que consume la energía y la sangre de sus víctimas para perpetuar su malvada existencia.

Vampiras legendarias

En su exhaustiva revisión de esas siniestras y cautivadoras figuras que encarnan un lado oscuro de la feminidad, figuran las diosas oscuras y demoníacas de la Antigüedad, como la legendaria Lilith hebrea, madre de todos los vampiros o la egipcia Sekhmet, así como las empusas griegas, las nügui chinas, las mitológicas lamias y otras criaturas oscuras.

Sanz también pasa revista a las vampiras históricas que marcaron con sangre la leyenda en la literatura, como Carmilla, Clarimonde, la condesa sangrienta húngara Erzsébet Báthory, féminas que, desde la magia negra y la invocación por la sangre, personificaron el mito del vampirismo.

Para investigar la figura femenina del vampirismo, Sanz efectuó un largo viaje por distintos continentes y culturas, que incluyó desde los manuscritos hebreos hasta el Japón feudal, pasando por los Cárpatos, China y América, y que le llevó a rastrear las huellas del mito en enclaves históricos como la fortaleza de la condesa Báthory en la actual Eslovaquia.

Juan Antonio Sanz analiza, en una entrevista con EFE, las características de las mujeres vampiro que son más llamativas y las diferencian de los tradicionales vampiros masculinos, así como las posibles razones de que el mito del vampirismo, que en sus orígenes fue eminentemente femenino, haya dado paso a una figura predominantemente masculina.

Colmillos afilados y seductores

“La capacidad de seducción es el rasgo más perceptible en la manifestación literaria del mito de la mujer vampiro, a lo largo, sobre todo del siglo XIX, cuando la literatura sobre vampiras adquiere todo su esplendor”, explica este investigador.

Este autor destaca a ‘Carmilla’, de Joseph Sheridan Le Fanu (obra publicada en 1872, 25 años antes de Drácula) y a ‘La muerta enamorada’, de Teophile Gautier (publicado por primera vez en 1836), como dos ejemplos de este rasgo característico de las vampiras.

“Si nos sumergimos en la mitología vampírica, desde las islas británicas hasta Japón, hay multitud de ejemplos de vampiras legendarias que utilizan la seducción como método de caza”, añade.

Las vampiras seducen “partiendo no solo de su propia belleza, sino además de su capacidad para embaucar al hombre, consiguiendo superar con su astucia la supuesta racionalidad de su presa, que queda reducida, en último término, a una caótica maraña de deseo ciego que le llevan a su perdición”, explica.

“Mientras que el vampiro masculino en la mayor parte de las narraciones hace uso de la violencia y el terror agresivo para supeditar a sus víctimas, las vampiras seducen, engañan, se valen de la oscuridad y dan la vuelta a las tornas del pensamiento patriarcal de miles de años”, sostiene.

“La desvalida, preciosa y aparentemente frágil mujer es en realidad como una mantis religiosa o como una araña hipnótica que devorará a su presa sin contemplaciones”, enfatiza.

El amor en el mundo de los “no muertos”

Sanz destaca otro rasgo que predomina en muchas vampiras representadas en la mitología, la literatura y después en el cine, y que consiste en que “tales seres pueden llegar a enamorarse de sus víctimas, siendo su mayor triunfo llevarles al mundo de los ‘no muertos’, para compartir una eternidad maldita”.

Por otra parte, “la aniquilación de las vampiras a manos de sus ‘amados’ supone también para éstos otro tipo de condena, la de renunciar a un amor terrible, pero inigualable, a cambio de no perder el alma”, reflexiona.

“Otra curiosa característica de las vampiras humanas, esto es, históricas, es su relación con la brujería”, de acuerdo a Sanz.

“Son mucho más abundantes los ejemplos de brujas, hechiceras y chamanas que han utilizado el derramamiento de sangre, su consumo y la realización de conjuros malignos con ese líquido vital, que los casos de hombres cuyas prácticas oscuras hayan derivado en vampirismo humano”, especifica.

Historia vampírica manipulada por el hombre

Sanz considera que hoy predomina la imagen masculina del vampiro porque “durante casi toda la historia del ser humano, ha sido el hombre, y no la mujer, quien ha trazado y manipulado las hojas de ruta del folclore y de los acontecimientos históricos, pero en la esencia más profunda del mito, el vampiro era femenino”.

Señala que “el cristianismo medieval también plasmó en el vampiro masculino muchos de los rasgos que ya se atribuían a los demonios y viceversa”.

“En Europa del Este, los popes ortodoxos no aglutinaron ambas figuras, la de los demonios y los vampiros, como ocurrió en Occidente y allí los vampiros adquirieron rasgos diabólicos que concordaban mucho más con las acciones malignas que podían desarrollar sobre todo los hombres”, analiza.

“Fue, sin embargo, en Grecia y el Mediterráneo donde se preservó esa esencia femenina del vampirismo proveniente de Mesopotamia y de mucho más allá, de Oriente”, declara.

El festín de sangre

“Desde principios del siglo XIX se quiso dotar al vampiro masculino de esa seducción que hasta entonces solo tenía la vampira. Pero era una figura que no emanaba en realidad mucho atractivo, salvo el de su aspecto”, según Sanz.

“El vampiro masculino destilaba maldad, incluso aunque fuera un joven atractivo. Ahí está el ejemplo de ‘El Vampiro’, de John William Polidori”, enfatiza.

“En cambio la mujer vampiro era una trampa inmediata para su víctima. Era el depredador perfecto.La planta carnívora que atrae al insecto por su aroma o precioso aspecto y lo conduce irremediablemente a su perdición”, enfatiza.

“En definitiva, mientras que al vampiro hombre se le veía venir y se le podía detectar en su esencia malévola, en la vampira era mucho más difícil distinguir esa malignidad hasta que era demasiado tarde”, señala.

Pero “incluso dándose cuenta de esa maldad, el hombre presa elegía por sí mismo su terrible destino” añade.

En opinión de Sanz “no todo en las leyendas, mitos e historias de vampiras es tan romántico, ni mucho menos”.

“El gusto de las vampiras por la sangre de los niños escondía un terror mucho mayor que el que podía producir cualquier vampiro masculino, porque ellas sabían bien como vulnerar los límites y defensas del gineceo. Ellas, las vampiras, sabían dónde su acción causaba el mayor dolor”, concluye el investigador.

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