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¿Ellas se lo buscaron? Narco, pobreza y violencia de género

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Andrea Aracena Opazo
Por : Andrea Aracena Opazo Directora Ars Global
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Me decidí a escribir esta columna porque me causa una tremenda desazón y la verdad que también bastante malestar que cada vez que aparece una noticia sobre una mujer/joven asesinada en un barrio popular ligada –real o supuestamente– al narcotráfico, se activa la misma narrativa social: “algo habrá hecho”, “para qué se mete con narcos”, “si les gusta la plata fácil, que espera que le pase”.

Esas frases, tan cotidianas como crueles, funcionan como un cierre rápido de la conversación y a los hechos, pareciera que el decirlas nos ahorra pensar en esas cosas de las que no queremos estar cerca, nos evita incomodarnos. Y, sobre todo, limpia de responsabilidad a los que ejercen la violencia.

En los últimos meses vimos dos casos muy crueles en la región. En Argentina, el triple asesinato de Brenda del Castillo, Morena Verdi y Lara Gutiérrez, dos jóvenes de 20 años y una adolescente de solo 15, torturadas y asesinadas en el barrio llamado “Florencio Varela”, en un crimen que al parecer fue transmitido vía streaming por redes sociales y vinculado a una venganza narco.

En Chile, el crimen de Krishna Aguilera, una joven de 19 años reclutada y controlada por un narcotraficante de San Bernardo, desaparecida durante semanas y hallada en una fosa en Calera de Tango, en lo que la Fiscalía ha descrito como un secuestro con homicidio en contexto de crimen organizado y violencia de género. A esto sumamos la grave agresión que sufrió su hermana Cristal la que no es difícil comprender que no se debió a un asalto sino a una forma de “cobrar” la exposición que ella le dio al caso de desaparición de su hermana y que logra llegar a la banda involucrada.

Ambos casos fueron leídos y difundidos rápidamente como “ajustes de cuentas”, “tema entre narcos”, como si esa etiqueta fuera suficiente para explicar –y casi justificar– lo ocurrido. Pero es imperativo analizar, remirar, reflexionar con enfoque de género estos casos y hacernos preguntas que realmente apunten al origen de esta problemática y no a la respuesta facilista que revictimiza una y otra vez a las víctimas, cuando uno lo piensa así, la pregunta cambia: ¿qué lugar ocupan los cuerpos de las mujeres en la lógica del narcotráfico y de la violencia territorial?

Históricamente y en nuestra región, en estas redes criminales, los cuerpos de las mujeres jóvenes son usados como recurso y mensaje. Recurso, porque se las recluta para trabajar en labores vinculadas principalmente al pesaje de la droga, armar paquetes, transportar “mulas”. Y también como parejas sexuales. Mensajera, porque sus cuerpos y sus vidas son transgredidas de las formas más crueles que podamos imaginar con el propósito de “aleccionar”: disciplinar a la propia banda, sembrar miedo en el barrio y mostrar poder frente a otros grupos. No se trata sólo de crimen organizado: es violencia de género en un contexto extremo, donde se cruzan machismo, desigualdad y control armado de los territorios.

En este contexto entonces es preocupante el juicio automático “Ella se lo busco” porque esa idea individualiza la responsabilidad en las víctimas, borrando y quitándole espacio para el análisis a los factores estructurales que son los que de permiten que estas situaciones ocurran:

  • La pobreza que deja a muchas jóvenes sin opciones laborales dignas.
  • La ausencia o la lentitud del Estado en espacios territoriales donde el narco se convierte en el proveedor de ingresos, protección y pertenencia.
  •  Las relaciones de pareja profundamente asimétricas, donde el control, la amenaza y la dependencia emocional hacen casi imposible salir.
  •  La normalización de las actitudes y normas culturales que perpetúan la violencia.

Cuando decimos “para qué se meten con narcos” y ponemos toda nuestra atención ahí, nos alejamos de las preguntas importantes: ¿por qué el único que ofrece dinero y seguridad en la población es un narco y no una política pública?; ¿por qué el sistema de protección no logra llegar antes de que la violencia sea letal?; ¿por qué la justicia, las policías y los servicios sociales aparecen tarde, cuando ya estamos contando cuerpos?

El discurso mediático también importa. En Argentina y también en Chile aparecen noticias que subrayan que eran “chicas vinculadas al narco”, “jóvenes prostitutas”, “chicas que les gustaba mucho el dinero”. Se muestran fotos de su ropa, de la forma en que se maquillaban, de sus últimos posteos en instagram. Eso construye un marco donde la vida de estas mujeres vale menos: se las presenta casi como “daños colaterales” de una guerra ajena, de algo que no tiene que ver con las hijas del ciudadano común, que no tiene que ver conmigo, dándole un corte a la empatía en la frontera de la clase social y del estigma.

Honrar la memoria de estas jóvenes y de tantas otras que ha sido víctimas de esta violencia no es solo pedir justicia en tribunales. Es dejar de matarlas también con la palabra, renunciar a la idea de que existen mujeres “descartables” y asumir que, mientras sigamos creyendo que algunas se lo buscaron, la violencia de género seguirá encontrando excusas para justificarse.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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