Yo opino
Créditos: Cedida.
Love Bombing: a propósito de relaciones tóxicas
El love bombing no es amor apurado ni pasión intensa: es ansiedad disfrazada de romanticismo, hambre afectiva envuelta en encanto y una fantasía que se cae sola cuando aparece la vida real. Se mete en parejas, amistades y hasta en la pega. Acá, una guía para reconocerlo.
A propósito de que está tan de moda diseccionar nuestras relaciones tóxicas como si fueran capítulos de serie, me adentré en el love bombing para no repetir conceptos al lote. Descubrí que ocurre cuando alguien te inunda de cariño, atención y promesas a una velocidad tan absurda que te quiere de esposa y madre de sus hijos en el segundo pisco sour.
Al comienzo se siente como un privilegio místico: mensajes desde que despiertas, halagos que ni tu mejor amiga te daría, planes de vida que parecen tráiler de película romántica y esa sensación de ser tratada casi como un objeto sagrado, como si hubieran esperado toda la vida para encontrarte. Pero no es amor: es ansiedad, miedo al abandono o necesidad de control maquillada de romanticismo. Te suben al pedestal a la velocidad de la luz; tú dudas medio segundo porque algo no calza, pero igual te entregas… y justo ahí aparece la frialdad, la distancia o directamente la manipulación.
¿Por qué alguien hace esto? Spoiler: no es porque “te ame demasiado”, es porque no sabe amar tranquilo. El love bombing es un intento desesperado de ordenar un mundo interno más cojo que carro de supermercado: necesitan aferrarse para no desarmarse. Ahí entra Kernberg con su precisión quirúrgica: describir cómo estas personas fabrican una versión tuya perfeccionada, casi un elfo celestial, que no pone límites, no incomoda y no frustra jamás.
No se enamoran de ti, sino de un holograma emocional que ellos mismos construyen para sentirse seguros: una imagen ideal que solo existe en su cabeza porque les tapa el vacío interno. Y cuando la vida real aparece —cuando tú respiras, te depilas, opinas, te mueves y amaneces chascona— esa fantasía se derrumba. Del cielo al hielo.
Bowlby y Mary Main aportarían otra pieza: el apego desorganizado. Es la estructura donde la cercanía se vive como salvavidas y amenaza al mismo tiempo. Buscan agarrarse para no hundirse, pero la intimidad verdadera —no la idealizada— les activa el miedo, la confusión y la retirada. Es un tira y afloja que no tiene que ver contigo, sino con su historia emocional previa.
La psicología del trauma completa el cuadro: para muchos, la intensidad afectiva funciona como calmante improvisado para un sistema nervioso saturado. Si te tienen cerca, se calman; si te alejas, sienten peligro. Por eso prometen tanto, se funden rápido y luego desaparecen. No es juego: es un incendio interno intentando apagarse con la primera persona que pasa. En buen chileno: no te bombardean porque seas irresistible, sino porque estabas ahí cuando necesitaban un extintor.
¿Y la víctima? Queda literalmente “¿de qué me perdí?”, como si la hubieran metido en una juguera afectiva y luego la hubieran dejado mirando los pedazos. Primero vive una intensidad que parece amor de película; luego una retirada tan abrupta que da vértigo. Queda con una mezcla cruel entre nostalgia y vergüenza: nostalgia por esa versión ideal —que nunca existió— y vergüenza por haber creído en ella. Se pregunta si imaginó las
señales, si exageró, si se ilusionó sola. Queda atrapada en un péndulo: una parte sabe que algo estuvo mal, pero la otra sigue buscando el brillo inicial, como adicción a la primera dosis.
La autoestima queda hecha pebre: no por maltrato directo, sino por la contradicción entre el comienzo glorificado y el final indiferente. Duda de su intuición, de su memoria, de su criterio. Se siente “especial” y desechable en la misma semana. Cuerpo tenso, mente obsesiva, sueño alterado y un duelo incómodo por algo que nunca terminó de existir. Lo más cruel: intenta entender una historia que jamás tuvo lógica, porque el amor no era el
problema. El problema era que el otro no se estaba relacionando contigo: estaba desesperado intentando regular su propio caos. Tú solo estabas ahí cuando necesitaban apagar el fuego.
Y una pensaría que esto pasa solo en el amor romántico, que el celibato emocional sería una especie de escudo. Pero no. El love bombing es camaleónico: se adapta al contexto que encuentre.
En la pega aparece sin flores, pero con correos “urgentes”. Parte cuando una jefatura o compañero te sobrevalora de forma exagerada y demasiado rápida: eres la “pieza clave”, “la salvación del equipo”, “lo mejor que ha llegado en años”. Y tú —que quieres creer en la buena fe— te sientes protagonista de Diario de una pasión, pero versión Excel. Te prometen crecimiento, flexibilidad, oportunidades; te elogian por un correo bien escrito; te hacen sentir imprescindible. Y cuando ya estás comprometida afectivamente con ese ambiente que parecía ideal, aparece el giro: sobrecarga, disponibilidad eterna, tareas que nadie quiere y expectativas imposibles. En chileno: primero te inflan, después te aprietan. Y tú quedas confundida, agradecida por migajas y sintiendo que el problema eres tú, cuando solo caíste en la versión corporativa de la captura afectiva.
En las amistades también pasa. Esa amiga que aparece de la nada y en dos semanas te declara su persona favorita, te escribe todos los días, te cuenta sus traumas, te invita a todo, te elige para todo. Una conexión casi mística. Pero luego llegan las demandas, los celos, el enojo silencioso si sales con otra gente, esa sensación de que le debes disponibilidad emocional constante. Lo que parecía un abrazo al alma se vuelve un apretón al cuello. No era conexión mágica: era urgencia emocional disfrazada de amistad. Y tú quedas dudando si fallaste como amiga, cuando en realidad solo te tocó la versión amistosa del mismo fenómeno: demasiada intensidad que nunca tuvo que ver contigo.
¿Y qué hacen nuestros fieles lectores cuando se encuentran con un ejemplar así? Primero, respirar: no es tu alma gemela acelerada, es alguien enredado consigo mismo. Segundo, bajar la velocidad: si el otro viene a la velocidad de la luz, tú baja a 30 km/h. La inmediatez los alimenta; el ritmo humano los revela. Tercero, poner límites simples: si se ofende porque no respondiste en cinco minutos, mejor saberlo ahora que después de presentarle a tu mamá. Observa más de lo que interpretas: quien promete el cielo en dos semanas rara vez sabe vivir en la tierra. Y si aparece frialdad, control o retirada quirúrgica, no trates de resucitar la versión ideal: su intensidad nunca tuvo que ver contigo. En chileno: no te
enamores del tráiler. Espera la película. Y si no cuadra, sal antes de que te toque pagar las palomitas.
- El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.