CULTURA|OPINIÓN
Crédito: BBC
Eunice Foote y cómo la diversidad de perspectivas contribuye a la ciencia
Como sufragista y científica, nos recuerda que la ciencia es un esfuerzo social, y que sin equidad en la investigación podemos perder oportunidades valiosas respecto de problemas que enfrentamos a contrarreloj. Su historia es una fuente de inspiración para una ciencia más justa.
La ciencia climática es una de las disciplinas donde la investigación se entrelaza más directamente con desafíos éticos y políticos de hoy. Tras seis ciclos de evaluación, el IPCC no deja lugar a dudas sobre los riesgos que el cambio climático representa para nuestro presente y futuro.
En 2023, la entidad reafirmó que “las actividades humanas, principalmente a través de emisiones de gases de efecto invernadero, han causado inequívocamente el calentamiento global”, en un contexto en que dichas emisiones “continúan aumentando, con contribuciones históricas y actuales desiguales [entre países y dentro de cada país] derivadas del uso insostenible de la energía, los usos y cambios del uso del suelo, los estilos de vida y los patrones de consumo y producción”.
Nuestra capacidad de atribuir el cambio climático a la actividad humana es un logro relativamente reciente, pero el efecto invernadero de gases como el vapor de agua, el dióxido de carbono y el metano se conoce desde mediados del siglo XIX. No obstante, solo recientemente una científica y activista por los derechos de la mujer fue reconocida entre sus descubridoras. Su contribución nos motiva a reflexionar sobre la relevancia de promover condiciones para un involucramiento amplio de actores en el combate al cambio climático, en un momento en que enfrentamos decisiones cruciales en Chile y nuevos desafíos tras la COP30 en Brasil.
Eunice Foote, activista
Eunice Newton nació en 1819 en Goshen, Connecticut, antes de que su familia se mudara a Ontario, Nueva York. Estudió en el Troy Female Seminary, institución fundada por la feminista Emma Willard que promovía el estudio de las ciencias. Allí Newton adquirió las herramientas y motivaciones que luego volcaría a su trabajo experimental, aunque al finalizar sus estudios en 1838 aún no existían caminos de profesionalización para mujeres.
En 1841 se casó con Elisha Foote, abogado con quien compartió su pasión por las ciencias y el activismo. En los Foote se combina el compromiso social y el interés científico, una constante que hasta hoy caracteriza a muchos investigadores que se posicionan a favor de causas como luchas contra la explotación de la naturaleza, la justicia reproductiva, y la propia justicia climática.
Eunice y Elisha apoyaron los movimientos abolicionistas, el voto de las mujeres y la templanza. La firma de ambos se encuentra en la Declaración de Sentimientos de 1848, escrita por Elizabeth Cady Staton, por el derecho al voto de las mujeres en Seneca Falls.
Eunice Foote podría ser recordada por la faceta que hemos mencionado. Sin embargo, su nombre fue redescubierto hace algunos años por haber sido la primera persona en identificar el efecto invernadero de ciertos gases y su potencial relación con el cambio climático.
Un experimento en los márgenes
La relevancia del experimento que comentamos va más allá de reconocer su primacía. Aunque los debates sobre la prioridad de los descubrimientos son comunes, este caso nos invita a reflexionar sobre por qué la diversidad (o su ausencia) impacta en los avances científicos.
El experimento de Foote fue realizado en su hogar junto a su esposo (quien condujo otro experimento en paralelo) y consistió en colocar dos termómetros en cilindros de vidrio de 30 pulgadas de largo y 4 pulgadas de diámetro. Una vez alcanzada una temperatura similar en ambos, fueron expuestos al sol para medir sus temperaturas cada dos o tres minutos. El experimento se repitió con diferentes componentes. Por ejemplo, se utilizó “aire húmedo” y “aire seco”, descubriendo que el primero retenía significativamente más calor. Finalmente, se comparó la temperatura de varios gases frente al “aire común”, encontrando que “el mayor efecto de los rayos solares se ha dado en el gas de ácido carbónico [CO₂]”. Sobre este hallazgo, Foote afirma:
“[…] una atmósfera compuesta por ese gas otorgaría a nuestra Tierra una temperatura elevada, y si, como algunos suponen, en un período de su historia el aire contuvo una proporción mayor que en la actualidad, esto necesariamente debió resultar en un aumento de temperatura tanto por su propia acción como por el incremento de su peso” (Foote, 1856).
Los resultados fueron leídos el 23 de agosto de 1856 en la Décima Reunión Anual de la Sociedad Americana de Ciencias Avanzadas (AAAS por sus siglas en inglés). El artículo “Circumstances Affecting the Heat of the Sun’s Rays” de Eunice fue leído por el primer director de la Smithsonian Institution, mientras que su esposo leyó su propio manuscrito. El trabajo de Foote estuvo cerca de perderse al no ser publicado en el volumen de actas de la reunión. Sería publicado más tarde en American Journal of Science and Arts (AJS), para ser redescubierto la década pasada, siguiendo la hebra de breves reseñas en periódicos.
Sus conclusiones fueron conocidas antes que las de John Tyndall, descrito previamente como el descubridor del efecto invernadero por experimentos sobre sus causas a nivel molecular, realizados tres años más tarde.
Repetición de los experimentos
El redescubrimiento de Eunice Foote motivó la evaluación de sus resultados mediante métodos modernos. En 2022, Joseph Ortiz y Roland Jackson analizaron sus fortalezas y debilidades, como el hecho de que el vidrio utilizado no permite el paso de la radiación infrarroja de onda larga responsable a nivel molecular del efecto invernadero.
Aún así, los autores sostienen que, a diferencia de Tyndall, su investigación no buscó responder a “cómo” o “por qué” los diferentes gases tienen distintos efectos en la retención o el aumento del calor, pero responde de manera correcta al problema sobre si la concentración y composición de un gas afecta el calentamiento atmosférico en respuesta a la energía solar, y en qué grado.
El experimento de Foote justifica su conclusión de que “si hubiera más gas ácido carbónico [CO₂] en la atmósfera, el planeta sería más cálido”, lo que, a juicio de los investigadores, convierte a su trabajo en “la declaración más temprana conocida y verificada experimentalmente de que las concentraciones de dióxido de carbono en la atmósfera conducen al calentamiento global y pueden explicar periodos cálidos en el pasado geológico”.
Eunice Newton Foote continuaría trabajando en ciencia y publicando nuevos experimentos no relacionados con gases de efecto invernadero. Posteriormente, se mudaría de ciudad con su familia, falleciendo en Massachusetts en 1888.
La diversidad de perspectivas enriquece la investigación
Para algunos, Tyndall realizó experimentos concluyentes, aunque está fuera de dudas cuánto más ventajosas fueron sus circunstancias. En otro doblez del debate ha sido cotejado si los resultados de Foote fueron conocidos por el físico irlandés, lo que probablemente no sucedió. La falta de conocimiento y reconocimiento de los avances de otros investigadores e investigadoras fue una debilidad de la ciencia de la época. Las condiciones de ambos hicieron impensable cualquier forma de colaboración.
Una causa es la escasa comunicación, como destacan en “Against the Odds: Women Pioneers of Science” los divulgadores Mary y John Gribbin. Hoy sabemos que en 1859 el científico alemán Gustav Magnus realizó en Berlín experimentos similares a los desarrollados por Tyndall, de los que ninguno tuvo noticia hasta la publicación de los resultados de Tyndall dos años después. “En este sentido”, sostienen los autores, “resulta poco sorprendente que ninguno de ellos hubiera sabido nada sobre el trabajo de una mujer científica amateur, publicado en una revista poco conocida en Estados Unidos”.
Otra razón probable y más estructural reside en los sesgos de género. Aunque no existían prohibiciones explícitas a la asistencia de mujeres a las reuniones de la AAAS —de hecho, no sabemos si Eunice asistió aquel año—, sabemos que su trabajo, al ser leído por un director de la Smithsonian Institution (lo que intentó ser una forma de destacarlo), fue precedido por comentarios tales como que “la esfera de las mujeres no sólo abraza lo útil y hermoso, sino también la verdad”.
En un estudio sobre la prioridad del descubrimiento en 2019, Roland Jackson sostuvo que “Eunice Foote estuvo en desventaja no sólo por la falta de una comunidad académica en Estados Unidos y la pobre comunicación con Europa, sino por dos factores adicionales: su género y su estatus amateur”. A esta afirmación, podemos añadir razonablemente que ambas condiciones se reforzaron mutuamente.
Hoy en día, la colaboración es cuestión fundamental en las prácticas científicas: el conocimiento no se produce de manera aislada, y aquello que se ha considerado históricamente como el margen (tanto en términos de geografía como de actores) es sustancial en su desarrollo.
Ciencia y desafíos comunes
La contribución de Foote va más allá de haber sido pionera en descubrir el efecto invernadero. También nos permite situar dicho descubrimiento dentro de un contexto. En particular, las dificultades que Eunice Foote enfrentó ilustran cómo el quehacer científico, cuando reconoce solo a ciertos sujetos como creadores de conocimiento, pone en riesgo la obtención de mayores avances, invisibilizando a quienes contribuyen a su construcción y disminuyendo el significado de la ciencia para la sociedad.
Su historia es un ejemplo del silenciamiento de muchas mujeres y de la necesidad de valorar su contribución. Hoy que el combate al cambio climático demanda mayor involucramiento de la sociedad y respuestas basadas en evidencia, resulta fundamental garantizar que todos quienes contribuyan sean reconocidos: esto incluye científicas y científicos, activistas medioambientales y movimientos sociales comprometidos con el buen vivir. La educación científica juega un papel clave en democratizar el conocimiento en este sentido, permitiendo que la sociedad se involucre en la solución de desafíos comunes.
En todo ello, Eunice Newton Foote, como sufragista y científica, nos recuerda que la ciencia es un esfuerzo social, y que sin equidad en la investigación podemos perder oportunidades valiosas respecto de problemas que enfrentamos a contrarreloj. Su historia es una fuente de inspiración para una ciencia más justa, reflexiva, equitativa y abierta, capaz de mirar su historia y cuestionar sus propias prácticas.
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