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Dos amenazas existenciales pesan sobre Europa Opinión Archivo

Dos amenazas existenciales pesan sobre Europa

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François Meunier
Por : François Meunier Economista, Profesor de finanzas (ENSAE – Paris)
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La desgracia ajena es una fuente frágil de esperanza. En un tono más positivo, la UE está empezando a tomar conciencia de lo que está en juego y propone, por ejemplo, a través de los informes Draghi y Letta, vías prácticas, siempre y cuando sepan actuar de forma conjunta.


Europa, más precisamente la Unión Europea, entra en una zona de extremo peligro. No es exagerado ver en ello dos hechos mayores de orden económico: haber fallado, frente a EE.UU., en la revolución digital y, frente a Asia, la de los microprocesadores, viendo surgir una asombrosa capacidad industrial en China, superando el 30% de todos los productos manufacturados producidos en el mundo, desplazando así en muchos ámbitos lo que era una especialidad europea.

La revolución digital es aquella que permitió que se edificaran los grupos muy poderosos e inmensamente rentables de la Tech. Se trata en gran medida de industrias llamadas “de redes”; es decir, que se benefician de efectos de escala muy importantes, y que son activas en el ámbito de lo que se puede designar como bienes públicos mundiales: comunicación, finanzas, software, etc. Frente a un WhatsApp, frente a un Uber, frente a un Visa, es muy difícil, salvo esperar una innovación mayor, hacer crecer una oferta alternativa. Siendo la UE una zona comercial muy abierta, no pudo hacerlo en su origen y los grupos estadounidenses penetraron el mercado con facilidad.

Rusia y sobre todo China comprendieron la dimensión geopolítica de estas industrias (¿qué pasaría si el Gobierno estadunidense o uno de estos grupos decidieran dejar de actualizar el software Windows o iOS? ¿Qué pasaría si Visa interrumpiera sus servicios monetarios con Europa?). Por lo tanto, erigieron barreras a tiempo y desarrollaron alternativas de calidad igual. Su proteccionismo no era comercial, era ante todo de seguridad nacional y de soberanía.

En claro, descuidando la dimensión geopolítica del comercio, Europa fue tomada por sorpresa.

China ahora

Un choque psicológico se produjo en Alemania cuando cayeron las últimas estadísticas del comercio exterior: muestran ahora un déficit de Alemania en sus intercambios de automóviles con China. Alemania había conocido un fuerte crecimiento gracias a sus exportaciones, notablemente las de máquinas-herramientas a China. Fortalecida por estas transferencias técnicas, esta última la supera ahora, como lo hace con respecto de los otros países europeos. Todos pierden pie en los diferentes mercados mundiales y en el suyo propio.

Y la China de los años 2020 no es el Japón de los años 1980: no se le puede obligar a apreciar fuertemente su moneda, el renminbi, notoriamente subvaluado, como se pudo hacer en la época con el yen japonés.

La consecuencia se puede leer en un crecimiento europeo muy mediocre, con una productividad estancada. El retraso de crecimiento con respecto a EE.UU. desde la gran crisis financiera de 2008 es patente. Ciertamente, los países europeos se comparan bien con Illinois u Ohio, cierto, con mayor calidad de vida, pero les faltan esas regiones prósperas que son Seattle, Silicon Valley, Massachusetts o incluso Florida. Son ellas las que colectan beneficios gigantescos que a su vez financian con fondos privados las industrias del mañana: cuando Europa invierte un euro en el ordenador cuántico, en los cohetes o en la fusión nuclear, EE.UU. invierte 10 dólares, e incluso mucho más tratándose de la IA.

A falta de crecimiento, el Estado providencia, tan característico del modelo de sociedad que promueve con orgullo Europa, está en crisis. Se había vuelto, particularmente para Francia que conozco mejor, algo “perezoso”, otorgando cada vez más derechos e ingresos de transferencias, sin prestar mucha atención al modo de financiamiento. Ahora bien, una ayuda social no se justifica solo por su generosidad; debe responder a una demanda social e, incluso, a veces a un conflicto social que hay que arbitrar.

El beneficio que “cae de arriba” sobre una población espectadora de parte de un Estado compasivo provoca la exigencia de tener más. Con un crecimiento débil y finanzas debilitadas, la deuda pública de numerosos países europeos se ha inflado y les prohíbe tomar medidas masivas, como lo exigen ahora el nuevo contexto militar y la transición climática. EE.UU. también tiene un nivel de deuda muy elevado, pero la causa no es tanto el exceso de gastos como la reducción de los impuestos, en un contexto de desigualdad fiscal cínicamente asumida.

El regreso de los imperialismos

No es bueno ser débil en un mundo brutal, marcado por una nueva guerra fría, la que prevalece hoy entre China y EE.UU. La posición estadounidense frente a Europa no carece de coherencia, aunque se exprese hoy con Trump de forma exagerada y a veces grotesca. Se deriva en gran medida del nuevo balance de fuerzas.

Trump tiene dos razones para “odiar” a Europa, porque se trata de eso. Hay que mostrar que el Partido Demócrata está llevando al país al fracaso al querer replicar un modelo social europeo que es descrito como “en quiebra” y al querer difundir un modelo cultural al que, curiosamente, se le ha dado el nombre de “woke” (observen el contraste entre el impacto insignificante a nivel social del llamado “wokismo” y, por el contrario, la poderosa fuerza de Restauración que se pone bajo la bandera del “antiwokismo”).

La segunda es geopolítica: es deseable que Europa se reduzca a un conjunto de países dispersos que es fácil de dominar, como se expresa sin rodeos en el reciente documento sobre la Estrategia de Seguridad Nacional. Porque así son más útiles para consolidar la base mundial de Estados Unidos que si se reagrupan en una entidad política autónoma, la UE, que puede convertirse mañana en un rival estratégico.

Permítanme esta comparación: en el espíritu de esta nueva política, el control sobre Europa debe ser igual al que han conducido con respecto a los países de América Latina. Los países europeos deben volverse “colonizables”.

El apoyo a la posición rusa en el asunto ucraniano cobra todo su sentido. No se trata de ayudar a Rusia en sí misma ni de intentar separarla de China; se trata de asestar un golpe fatal a la Unión mostrando su incapacidad para defender un país que se reivindica como perteneciente a su zona. Una derrota militar desestabilizaría duraderamente la región, debilitando los países limítrofes como por lo demás la propia Rusia, que se vería obligada a permanecer en estado de beligerancia.

La reafirmación reciente de que Groenlandia debe pertenecer a EE.UU. es un golpe adicional. El penoso fracaso europeo en la negociación sobre los aranceles (al 15% cuando están al 10% para Gran Bretaña y para América Latina) es otro. A diferencia de Brasil y de China, Europa, desunida, no ha sabido rebelarse.

La temática cultural (inmigración, valores cristianos, antiwokismo…) tiene una segunda ventaja táctica. Refuerza políticamente a los partidos europeos de extrema derecha (AfD en Alemania, Reform UK, RN en Francia y por supuesto los gobiernos que hoy dirigen Chequia, Eslovaquia y Hungría), mientras Meloni en Italia cultiva la ambigüedad. Una especie de quinta columna iliberal con efectos desestabilizadores.

Jugar con la rivalidad China-EE.UU. no es una opción

Y hay poca esperanza de que Europa pueda jugar en su provecho con la rivalidad entre EE.UU. y China, poniendo a estos dos gigantes en balance, una estrategia que intentan seguir (con algún éxito) ciertos países de América Latina. China no llorará si Europa pierde su preciosa industria automotriz. Guarda el recuerdo lacerante de los tratados desiguales, esa vergüenza suprema arrojada sobre la China de la época de los imperios europeos. La rivalidad con EE.UU. es galvanizante para ella y permite que una buena parte de sus élites permanezcan movilizadas en torno a la dirección actual del Partido Comunista.

El vínculo político con Europa es de una importancia muy secundaria con respecto a la necesidad de colocar sus productos en este vasto mercado. Si hay que contrarrestar la potencia estadounidense, parece más eficaz para China apostar por el continente sudamericano o por África.

¿Una nota de esperanza?

Por supuesto, ni China ni EE.UU. tienen “todas las cartas en la mano”, para hablar como Trump. Cuando Estados Unidos deja de apoyar a Ucrania, juega el debilitamiento de Europa; pero pierden al mismo tiempo su capacidad de influencia sobre Zelenski, en el momento en que Europa refuerza su ayuda. Obligar a Europa a esfuerzos militares más grandes tiene una doble cara: si la UE lo logra, se dará cuenta tarde o temprano de que necesita menos apoyarse en la industria estadounidense para su armamento; tomará también conciencia de su fuerza geoestratégica; podrá suprimir las 30 bases militares que EE.UU. mantiene en su suelo y que le permiten una proyección estratégica a Asia. Y, al fin y al cabo, Ucrania puede resistir.

Del mismo modo, China conoce sus problemas y la estrategia del todo-exportación para garantizar una paz social interna toca sus límites. Va a encontrar una hostilidad creciente de los países que ven con inquietud la afluencia de productos chinos y con ellos la desaparición de sectores enteros de sus industrias y empleos.

La desgracia ajena es una fuente frágil de esperanza. En un tono más positivo, la UE está empezando a tomar conciencia de lo que está en juego y propone, por ejemplo, a través de los informes Draghi y Letta, vías prácticas, siempre y cuando sepan actuar de forma conjunta.

Queda como siempre la toma de conciencia de los pueblos para quienes la historia nunca es una fatalidad. Particularmente para la UE, este gran proyecto, único hasta la fecha en la historia, de reagrupamiento de los pueblos por vía democrática.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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