
Harvard frente al reino autoritario
Lo que busca el Gobierno estadounidense, por extensión, es debilitar las bases de la cultura democrática, amenazando y aplastando la libertad académica de enseñar, investigar, aprender y debatir, que es consustancial a la universidad.
Una verdadera escalada de ataques viene promoviendo el presidente Trump contra la más antigua y prestigiosa universidad de los Estados Unidos: la Universidad de Harvard. Partió por acusar mañosamente a la casa de estudios de proteger comportamientos antisemitas. Enseguida, le exigió establecer una serie de controles sobre sus estudiantes protestatarios; después, pretendió que la universidad revisara sus programas en áreas sensibles como estudios del Medio Oriente y otros que atraen el interés de estudiantes foráneos, especialmente China.
Al resistirse la institución acosada de tan flagrante intervención gubernamental en sus asuntos internos, Trump aumentó la presión cancelando proyectos y asignaciones fiscales y aumentando las exigencias de información y de revisión de programas académicos.
La actitud de Harvard de defenderse ante la Justicia y la corte de la opinión pública indujo al jefe de Estado a retrucar recortando aún más fondos y, en los últimos días, prohibiendo la admisión de estudiantes extranjeros a los cursos de Harvard, los que hoy representan más de un cuarto de su matrícula.
Como escribe en estos días Maggie Haberman, destacada periodista de The New York Times, “[Trump] quiere transmitir el mensaje de que no se tolerará ninguna disidencia, a menos que alguien más lo intente. Aplastar a los oponentes transmite un mensaje a los demás: que hay una manera correcta de comportarse, mediante la rendición, y una manera incorrecta de comportarse, que es defenderse”. De allí su empecinamiento por doblegar la voluntad de Harvard.
Este es seguramente el mayor frente abierto por el presidente y su Gobierno, bajo la inspiración de una ideología autoritaria, iliberal, nacionalista y populista –la ideología de su movimiento MAGA– en su batalla contra la cultura liberal, científica, intelectual, pluralista, crítica y cosmopolita representada y simbolizada por la Universidad de Harvard, una de sus máximas expresiones. Es, asimismo, el choque de dos visiones de mundo, dos concepciones ideológicas y culturales.
Lo que busca el Gobierno estadounidense, por extensión, es debilitar las bases de la cultura democrática, amenazando y aplastando la libertad académica de enseñar, investigar, aprender y debatir, que es consustancial a la universidad, regulando políticamente su autonomía como una organización libre del saber, la crítica y la reflexión.
De paso, permite al Gobierno poner a la defensiva a profesores, científicos y estudiantes, motejándolos como izquierdistas woke y, más serio aún, cuestionando su lealtad al país, junto con sembrar sospechas sobre aquellos que vienen de otras partes del mundo. Según se preguntaba Trump a sí mismo frente a su gabinete de ministros el 30 de abril pasado: “Y esos estudiantes, ¿de dónde viene esa gente?”. Y siguió: “Los estudiantes que tienen, los profesores que tienen, la actitud de ellos no es americana” (estadounidense).
La propia idea de universidad –su apertura internacional, su cultura crítico-intelectual, su autogobierno, sus valores académicos, todo eso– queda así puesta en tela de juicio. Previene al mundo entero de que aún la más sólida y prestigiosa institución universitaria está en peligro cuando la democracia flaquea en la sociedad y la política deviene el reino del autoritarismo.
- El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Inscríbete en nuestro Newsletter El Mostrador Opinión, No te pierdas las columnas de opinión más destacadas de la semana en tu correo. Todos los domingos a las 10am.