
Violencia en el trabajo y malestar social
Porque el trabajo no es un espacio aislado: se constituye desde las tensiones que la economía, la política y la cultura ejercen sobre él.
Hace unos días, un trabajador de una bencinera falleció tras ser atropellado por un conductor que irrumpió violentamente en la estación de servicio, en Providencia. Este trágico hecho, donde un hombre muere por la acción de terceros ajenos a la relación laboral –clientes, usuarios, proveedores–, se suma a otros episodios similares: el conserje brutalmente golpeado en Vitacura por un extraño a la comunidad o el secuestro de una ejecutiva de AFP Provida por un cliente frustrado por no poder cobrar la pensión de sobrevivencia de su esposa.
Todos estos casos tienen en común que la fuente de la violencia proviene de una persona ajena a la relación laboral, novedad conceptual que la nueva Ley 21.643 (Ley Karin) introduce, definiendo la violencia en el trabajo como “aquellas conductas que afecten a las y a los trabajadores, con ocasión de la prestación de servicios, por parte de clientes, proveedores, usuarios, visitas, entre otros”.
Ahora bien, ¿cómo prevenir este tipo de violencia? La Superintendencia de Seguridad Social difundió, en el contexto de esta ley, un protocolo de prevención del acoso sexual, laboral y violencia en el trabajo. Basado en teorías e instrumentos escandinavos (Suecia, Noruega, Dinamarca), este protocolo se orienta a prevenir el acoso sexual, laboral y la violencia mediante una visión organizacional que excluye el contexto social, político y económico más amplio.
Mediante la identificación, evaluación, intervención, difusión y capacitación de los riesgos de la organización del trabajo, llamados también riesgos psicosociales, este protocolo pretende prevenir el acoso sexual, laboral y la violencia que ocurre en el trabajo. Esta perspectiva centrada en el trabajo como unidad autónoma tiene sentido en países con altos niveles de empleo formal, protección social universal, educación y salud gratuita y, en general, los más elevados niveles de bienestar y equidad en el mundo. Claramente, en esos contextos, la prevención puede limitarse a la organización del trabajo dentro de los límites de cada empresa.
¿Es aplicable este paradigma en Chile para prevenir la violencia en el trabajo? Sin desmerecer los aportes del protocolo, sostenemos que no es posible prevenir la violencia en el trabajo sin considerar los determinantes sociales, económicas e institucionales de nuestro país. En Chile, la violencia que atraviesa el mundo laboral forma parte de un fenómeno más amplio: es también violencia social, tal como señala Christophe Dejours, médico y psicoanalista francés, uno de los principales teóricos sobre temas laborales: “El mundo del trabajo es el laboratorio desde el que se experimenta la sociedad”.
Los casos mencionados ilustran realidades estructurales que trascienden a las organizaciones. El secuestro de la ejecutiva de AFP Provida, por ejemplo, no solo habla de una conducta individual violenta, sino de una violencia institucional, donde la burocracia y la precariedad del sistema de pensiones generan frustración, maltrato y desamparo. La golpiza al conserje en Vitacura evidencia una violencia de clase, donde las desigualdades económicas deshumanizan a quienes ocupan puestos de trabajo más precarizados. Y el atropello en la bencinera en Providencia obliga a preguntarnos por qué el despacho de bencina, una forma de subempleo –eliminada en muchas economías desarrolladas–, sigue siendo una labor humana en nuestro país.
En fin, creemos que las precarias condiciones contractuales, el subempleo, las presiones productivas, la informalidad, las extenuantes jornadas, así como los múltiples determinantes sociales propios de una economía neoliberal, constituyen riesgos que deben ser intervenidos para prevenir la violencia en el trabajo. No basta administrar los riesgos de la organización del trabajo, es necesario también gestionar los riesgos de la organización de la sociedad, especialmente porque el trabajo se configura a partir de la presión que la estructura económica impone sobre el mismo. Porque el trabajo no es un espacio aislado: se constituye desde las tensiones que la economía, la política y la cultura ejercen sobre él.
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