
El deber ser de la Democracia Cristiana
La Democracia Cristiana no puede, por omisión ni por errores políticos y estratégicos, colaborar en modo alguno para que esa derecha regresiva y antidemocrática se instale nuevamente en el Gobierno de nuestro país.
La Democracia Cristiana enfrenta en estos días un debate crucial que, más allá de lo electoral, implica resolver su crisis de identidad para que los chilenos entiendan que se puede esperar y cuál es el proyecto de dicho partido. No es un debate a puertas cerradas, es una discusión que debiera interesar a todo Chile y, en especial, a los sectores populares de jóvenes y trabajadores. Prueba de lo que decimos es que muchos analistas, no militantes, escriben hoy y pontifican sobre el rol que ella debe asumir.
Somos de aquellos que sostienen que la DC ha sido desde su fundación –y debe seguir siendo– un partido progresista. Tengamos presente que, de acuerdo con el Diccionario de la Real Academia, “un partido progresista es partidario del progreso político y social, y del desarrollo de las libertades públicas”.
A pesar de que algunos que persiguen nuestra destrucción quieren arrastrarnos a aventuras con las derechas (¡el centro no existe!), los porfiados hechos, nuestra historia y el testimonio de sus fundadores y grandes líderes nos dan la razón.
El testimonio notable –por su capacidad y su conducta ética– de sus jóvenes líderes cuando fueron llamados a colaborar en funciones ministeriales, y, en particular, las transformaciones políticas y sociales desarrolladas durante el Gobierno de Eduardo Frei Montalva (1964-1970), pasando por el combate a la dictadura de Pinochet –después de errores y la confusión inicial de nuestra dirigencia– y la disminución de la pobreza en los gobiernos de la reconstrucción democrática, confirman su carácter progresista.
En ese contexto, comparto el testimonio de Radomiro Tomic, en el homenaje a los fundadores, expresidentes nacionales del partido, realizado en Santiago el 24 de julio de 1985 con motivo del 50 aniversario de la creación de la Falange Nacional.
Afirmaba Tomic, en esa ocasión, que la joven generación cristiana de los años 30 dio nacimiento a la Falange Nacional: “Para denunciar el viejo orden falsamente cristiano e insuficientemente democrático y para anunciar que los valores cristianos hacen posible construir una nueva sociedad ‘vitalmente cristiana’ y una nueva democracia”.
Tomic repasa lo que él llama “las dos motivaciones fundamentales” que los llevaron a dar vida a la Falange Nacional: el imperativo cristiano y el imperativo patriótico.
Respecto del imperativo cristiano, Tomic pone en el centro el angustioso desafío del papa Pío XI: “El mayor escándalo del siglo XX es la apostasía de las masas”.
¿Por qué la apostasía de las masas si todo en el Evangelio privilegia a los pobres, con quienes se identifica una y otra vez el propio Jesucristo? ¿Quiénes, cuándo y cómo y por qué habían logrado que la Iglesia pareciese la “aliada natural” del “poder establecido”, de los ricos y de los “satisfechos” de este mundo?
Quienes denuncian este verdadero sacrilegio de usar el nombre de Cristo para legitimar la explotación de los débiles y de los pobres son acusados de “marxistas”. Así lo hicieron con la Falange Nacional (comunistas, peores que los comunistas), lo hicieron también con la Democracia Cristiana, y volverán a hacerlo cuando la hora llegue, nos anunciaba la capacidad profética de Radomiro.
Y agregaba: “Esta reflexión es necesaria porque en verdad la Democracia Cristiana no habría sido nada ayer, ni lo sería ahora, ni lo será mañana, sino en la medida que busque su fundamentación moral en la convicción de que solo los valores esenciales del cristianismo pueden ser el basamento de la ‘Civilización del Amor’, y más concretamente de un nuevo orden vitalmente cristiano, en palabras de Maritain, necesariamente antagónico al ‘egoísmo sistematizado’ que es el alma y el motor del orden materialista contemporáneo”.
Y respecto de lo que él llamó el imperativo patriótico, señaló: “Otra cita de Pío XI determinó la decisión de muchos. El Papa había dicho: ‘La forma más alta de la Caridad –del amor a Dios en el servicio al prójimo– después del estado religioso mismo, es la política, es la acción política’. Es claro que un partido político de inspiración cristiana sin cristianos será tan infecundo como un árbol de cartón. Igualmente, claro, debe ser, sin embargo, que un partido político es mucho más y mucho menos –¡las dos cosas a la vez!– que un conjunto de proposiciones ideológicas o filosóficas frente a Dios, al hombre, la historia, etc. La Falange Nacional ayer y la Democracia Cristiana hoy, no se justifican solo por su fundamentación, sino por las opciones definidas que deben asumir en la valoración de las realidades concretas determinantes del presente del país en que actúan, y de la efectividad de su esquema de transformación y avance en el futuro.
“Así, en el plano político conceptual y en nuestra acción concreta, la lucha contra las injusticias inherentes al orden establecido y por la sustitución del capitalismo, fue una de las dos ‘motivaciones fundacionales’ que generaron la Falange Nacional”.
Los militantes de ese partido y, en particular sus dirigentes, hoy en crisis electoral y política, tienen la responsabilidad de entregarle al país el compromiso de una conducta política progresista que recupere sus valores y principios sin ambigüedades.
Pueden revisarse, por supuesto, varios de sus fundadores y grandes líderes como Eduardo Frei Montalva, Bernardo Leighton, Gabriel Valdés y no se encontrará ninguna referencia histórica a que el objetivo del partido sea buscar alianzas con la derecha ni situarse en el centro político.
Sí, la ratificación por nuestros fundadores de nuestra vocación revolucionaria para cambiar el orden establecido y construir una nueva sociedad plenamente humana.
Sí, somos un partido progresista, nunca conservadores o administradores del statu quo. Dispuestos, en momentos históricos como el que vivimos, a trabajar con todas las fuerzas progresistas para avanzar en bien común y justicia social, conscientes de nuestras diferencias, pero sin exclusiones.
Hoy, nuestro compromiso de siempre se expresa en la voluntad de consolidar un pacto parlamentario con el Socialismo Democrático que asegure la continuidad parlamentaria de nuestro partido, convencidos todos –nosotros y nuestros socios– de que la presencia del humanismo cristiano es clave para seguir avanzando en la construcción de una sociedad más justa e inclusiva, y en el necesario respaldo a su candidata presidencial, Carolina Tohá, en el actual proceso de primaria, y a un compromiso conjunto en un programa de gobierno de unidad en la diversidad, “con generosidad y amplitud” como señala el último voto político de nuestra Junta Nacional.
Sin odio y sin violencia, Carolina Tohá representa la única oportunidad de que Chile salga de la polarización extrema a que se encuentra enfrentado y continúe profundizando el camino de avance a una sociedad más justa, comunitaria e inclusiva.
Más allá de la próxima primaria, la DC debe mantener sus principios y valores para ser germen de unidad amplia del progresismo y evitar así que la derecha se instale en el Gobierno con la primacía de la derecha extrema organizada con recursos a escala global y que no requiere de interpretaciones sino solamente revisar la conducta de sus líderes Trump, Milei y el propio Kast.
Sabemos que con el triunfo de Matthei, ella deberá gobernar y estará supeditada a la presencia en su Gobierno de republicanos, y que la situación empeorará si es el propio Kast el elegido.
La Democracia Cristiana no puede, por omisión ni por errores políticos y estratégicos, colaborar en modo alguno para que esa derecha regresiva y antidemocrática se instale nuevamente en el Gobierno de nuestro país.
Su deber ser esta nuevamente puesto en juego y la inmensa mayoría de sus militantes sabremos honrarlo.
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