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No gritó, votó Opinión

No gritó, votó

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Guillermo Pickering
Por : Guillermo Pickering Abogado, exsubsecretario del Interior y de Obras Públicas.
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Tohá quedó como una gran exponente de la Concertación, de la cual muchos seguimos sintiéndonos orgullosos, porque trajo progreso al país y dignidad para los ciudadanos. Se requerirá aprender mucho de esa coalición para crecer  con solidez y con estabilidad.


La victoria de Jeannette Jara en la primaria presidencial no es apenas una victoria electoral. Es la emergencia serena y democrática de ciudadanos que conforman una mayoría del pueblo progresista, que encontró, por fin, una forma institucional de expresarse después de años de desafección, rabia y estallidos. No es el octubrismo ni mucho menos, no es la violencia callejera ni el maximalismo ideológico lo que se impone aquí, ni tampoco la votación del Partido Comunista. Entre los que votaron a Jeannette Jara hay sobre todo jóvenes y mujeres independientes, socialistas, exdemocratacristianos, liberales, radicales, PPD, pero sobre todo una mayoría silenciosa y cansada que decidió hablar, no gritar.

Ese pueblo de izquierda —que no aparece en las encuestas ni en los análisis de laboratorio— encontró un cauce democrático para decir lo que llevaba años diciendo entre líneas: “no nos representan”, incluyendo a la visión histórica y contestataria tradicional del Partido Comunista. Lo hizo desde dentro del sistema, pero cambiando sus códigos desde abajo. No olvidemos la cantidad de veces que tuvo que salir a la prensa para aclarar los dichos del presidente de su propio partido que, más que apoyarla, en ocasiones parecía querer que perdiera.

Jara les habló a los obreros, a los empleados de la clase media, no a los dirigentes. A la gente común, no a los consultores. A los que viven la política como un medio, no como carrera personal o grupal.

Jara tampoco es una outsider. Fue funcionaria pública, sindicalista, abogada, ministra. Pero representa a ese grupo silencioso que ha sido por décadas el corazón invisible del Estado. Es la voz de los que han trabajado con esfuerzo, constancia y convicción en puestos donde no hay cámaras ni aplausos, mientras los ascensos estaban reservados a los cercanos al poder. Es la voz de aquellos a los que nunca se les ha reconocido el mérito. Y por eso su triunfo es tan perturbador para la elite política: porque no responde al guion.

Esta vez no fue un grito ni una barricada. Fue un acto sereno y masivo. Un golpe institucional desde abajo. Una insurrección democrática de los que siempre están ahí, pero nunca son convocados. Por eso Chile siempre nos sorprende y nos va a sorprender.

Y lo que duele a muchos no es solo que haya ganado. Es que lo haya hecho sin pedir permiso, sin disfrazarse de lo que no es, sin arrodillarse ante los que han querido manejarla o vetarla.

Los incrédulos tuvieron que ver los votos para reconocer que no se trataba de una figura impuesta, sino de una demanda antigua que encontró cuerpo. Durante años sostuvieron un discurso que decía representar al pueblo, pero que no quiso escuchar su lenguaje real. Y cuando la realidad les habló en voz clara a través de Jeannette Jara, su insistencia se volvió estéril. No supieron verla venir. El triunfo de Jara fue también un momento de sinceramiento para una izquierda que confundió la lealtad con la rigidez de la momificación.

Por su parte, el Frente Amplio, que se autoproclamó la gran renovación de la política, tampoco dio el ancho. Se envolvió en una superioridad moral fatigante, incapaz de leer al pueblo real más allá de sus propios círculos universitarios. Convirtieron el discurso de cambio en una cátedra sin alumnos, repitiendo consignas que ya no entusiasman a nadie. Frente a un país cansado y urgido de certezas, se quedaron dando lecciones sin la credibilidad que malgastaron.

Y en medio de eso, hay que decirlo con justicia: Carolina Tohá no merece el juicio fácil ni el olvido rápido. Fue valiente, honesta y brillante, pero fue el rostro visible detrás del cual se ocultaron los mismos de siempre, los que se niegan a soltar el control aunque ya no tengan dirección ni relato.

Tohá quedó como una gran exponente de la Concertación, de la cual muchos seguimos sintiéndonos orgullosos, porque trajo progreso al país y dignidad para los ciudadanos. Se requerirá aprender mucho de esa coalición para crecer  con solidez y con estabilidad.

Pero esto no ha hecho más que empezar.

En los días que vienen habrá desconcierto. Dirigentes históricos de la centroizquierda se restarán o lo harán en silencio. Algunos votantes se deslizarán hacia Matthei o Kast, buscando la seguridad tras la promesa de militarizar el país. Y ese será el momento decisivo: o Jeannette Jara logra ensanchar su convocatoria y dar garantías amplias, o ganará irremediablemente la ultraderecha, sea directa o indirectamente a través de Matthei.

Porque sí, puede ganar Kast y hasta el momento es lo más probable.

Y no será porque el país se haya derechizado, sino porque la DC desapareció como actor político relevante y la izquierda —en todas sus versiones— no ha sido capaz de levantar un proyecto colectivo que le dé sentido a la vida de millones de personas. Se encerraron en los márgenes. Cedieron a la arrogancia de quienes creyeron que por el hecho de ser jóvenes tenían la razón. Ignoraron que la democracia no es un discurso, es una pedagogía cotidiana que requiere energía y experiencia.

El gran resultado de Jeannette Jara no es un triunfo completo. Es apenas el primer paso. Y sería un error monumental creer que con ganar la primaria basta. Hoy comienza un camino cuesta arriba, donde se debe demostrar que este triunfo puede convertirse en mayoría real, en gobierno posible, en país para todos.

A quienes ganaron les toca ahora abrir, no cerrar. Convocar, no pasar cuentas. Hacer política con los que piensan distinto, sin pedir renunciar a sus biografías. Si quieren ser gobierno, deben entender que una victoria en las urnas no es una licencia para aislarse, ni para radicalizarse, ni para levantar muros dentro del propio campo popular.

Ahora, después del resultado electoral, será el instante en que la candidatura de Jeannette Jara se jugará su destino. Si responde con soberbia o cerrazón, si no da garantías, si no ofrece un gesto político verdadero, va a perder por amplio margen, arrastrando al país a una hegemonía de derecha que durará años, y esa sí será su responsabilidad.

Pero si ese día aparece un discurso que invite, que reconozca y valore lo que tanto nos ha costado construir a los chilenos, que no reniegue del pasado democrático, sino que lo valore y lo proyecte, entonces puede ocurrir algo distinto. Si a ese discurso le siguen actos, señales, espacios compartidos, rostros diversos, entonces este triunfo puede convertirse en algo más grande que sí mismo.

Jeannette Jara tiene una oportunidad histórica, pero no es una epopeya épica. Es una carrera contra el miedo. Debe hablarle al Chile que trabaja, que teme, que duda. A los que votaron por ella y a los que hoy piensan restarse. A quienes están más preocupados por la seguridad que por la ideología. A los que esperan que el país crezca. A quienes no quieren más retrocesos ni refundaciones eternas, pero tampoco quieren un Chile insensible y blindado.

Lo que está en juego es más que una elección. Es la posibilidad de que el pueblo vuelva a creer. Y si se pierde esa fe, el río arrastrará a todos, también a los que hoy se creen a salvo en la orilla correcta.

Y esta vez el pueblo no gritó. Votó.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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