Publicidad
Democracia participativa ahora: ¿qué, por qué, cómo? Opinión

Democracia participativa ahora: ¿qué, por qué, cómo?

Publicidad
Alfredo del Valle
Por : Alfredo del Valle Fundación para la Innovación Participativa.
Ver Más

En pocos meses se comprendería toda la complejidad de cada desafío –que es riqueza escondida– y se lograría claridad para gobernarlo con eficacia.


En su reciente libro ¿Democracia muerta?, Juan Pablo Luna plantea la necesidad de reinventar la democracia liberal, ya que el populismo y la polarización son síntomas del desfonde de la promesa del “régimen político menos malo que ha logrado implementar la humanidad”. Señala que un requisito para hacerlo es capturar y representar la complejidad social. En Chile tenemos avances importantes en esta dirección, con experiencias que abordaron la complejidad a través de la “participación fuerte” y que han logrado impactos notables a lo largo de varias décadas. Esos avances se pueden proyectar a futuro, como lo sintetizan los cinco puntos que siguen.

Primero, la democracia liberal o representativa no ofrece bases realistas de gobierno del pueblo por el pueblo para el pueblo porque las sociedades actuales son infinitamente más complejas que cuando nació ese modelo dos siglos atrás. Presentan una enorme diversidad de actores y de desafíos entrelazados, que se encuentran a años luz de lo que logran representar los discursos ideológicos o los partidos políticos de hoy. Y cambian a mucho mayor velocidad.

En el fondo, lo que está en crisis es su idea de representación mediante el voto. La democracia se ha reducido a una competencia feroz por el voto a través de mensajes simplistas, en una cancha dispareja por manipulaciones, medias verdades y desinformación.

Segundo, como consecuencia estamos plagados de tragedias sociales y ecológicas que no se resuelven: corrupción creciente; crimen organizado y narcotráfico; desigualdad obscena; migraciones masivas; miseria y pobreza indigna; gobiernos aliados con el crimen organizado;  tecnología que intensifica estas tragedias; tráficos de personas y de armas; aguas, aire y suelos contaminados; crisis climática que genera inundaciones, sequías e incendios forestales; destrucción de la biodiversidad; pérdida de suelos fértiles y avance de los desiertos; y muchas tragedias más.

Las ideologías extremistas solo agravan estas tragedias con su violencia verbal y sus propuestas de ahondar la violencia pública. Y las ideologías moderadas tampoco las resuelven, porque no bastan para conducir con eficacia las transformaciones complejas que se requieren, en sus dimensiones política, social, técnica, económica y cultural. ¿Cuántas decenas de transformaciones se necesitan?, ¿cómo hacerlas bien?, ¿cuántas es capaz de procesar un gobierno de cuatro años, con o sin mayoría parlamentaria? 

Tercero, es posible visualizar la democracia participativa como complemento de la representativa, no como sustituto. El voto libre periódico e informado es necesario, para renovar autoridades con legitimidad. Pero no es suficiente. Las personas y sociedades pueden y quieren hacer mucho más que entregar o quitar poder cada cuatro años, observar a los políticos en acción, repetir consignas en redes sociales y movilizarse para protestar. Quieren contribuir a crear su propio futuro.

Ellas tienen la clave para comprender y gobernar la complejidad porque la viven todos los días, saben qué se necesita y saben qué funciona y qué no funciona. El gran desafío consiste en rescatar la enorme riqueza de este saber y llevarla a la práctica. Pero las vías convencionales no logran hacerlo, porque todas simplifican: el análisis, el ensayo-y-error, las encuestas y consultas, las mesas y comisiones, las votaciones rápidas, los grupos focales, o la mera validación de proyectos ya diseñados que la ley chilena entiende por participación ciudadana.

Cuarto, en Chile hemos realizado transformaciones participativas de gran impacto, que están a la vista 30 años después. Santiago, con 7,5 millones entre montañas, ha tenido solo 10 días de emergencia atmosférica desde 1999 pese a la escasez de lluvias (el último en 2016). Chile ha salvado 20 mil vidas y evitado 300 mil lesiones en el tránsito desde 1993 sin carabineros en cada esquina, porque logró un cambio cultural único en América Latina.

Estas y otras transformaciones complejas, con más de 100 innovaciones y 200 participantes cada una, las diseñaron sus propios actores con la guía de un método sistémico desarrollado en Chile que gestiona toda la complejidad de cada desafío. Lo hace mediante “participación fuerte”: un diálogo múltiple por “consenso ágil” que produce resultados con eficacia y legitimidad.

El método, validado con miles de participantes, aprovecha la prodigiosa capacidad del cerebro y el lenguaje humano para procesar significados complejos. Lo describe el libro El arte de gobernar la complejidad, que se presentará en Santiago el próximo 13 de agosto.

Quinto, podemos avanzar ahora hacia la democracia participativa con una iniciativa concreta y pionera desde la sociedad civil que está al alcance de nuestro país. Se emprendería un abanico de experiencias paralelas para abordar desafíos complejos desde la escala local hasta la nacional. Podrían realizarse en cualquier ámbito: creación de trabajo digno, desarrollo territorial, seguridad ciudadana, regeneración de suelos, economía circular, educación, etc.

En pocos meses se comprendería toda la complejidad de cada desafío –que es riqueza escondida– y se lograría claridad para gobernarlo con eficacia. Además cada experiencia avanzaría hacia una cultura democrática más profunda, creando motivación, confianzas, conciencia del potencial, consensos, alianzas, redes y capacidades de innovar. La iniciativa podría ser conducida con transparencia por un consorcio de universidades y fundaciones, que entregaría sus propuestas al sistema político. 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad