
Europa cede y el comercio se fragmenta: riesgos para Chile
El acuerdo entre Estados Unidos y la Unión Europea no es solo un arreglo bilateral: es la señal de un orden económico global cada vez más fragmentado. Para países como el nuestro, actuar con anticipación ya no es solo prudente; es una necesidad estratégica.
El acuerdo comercial anunciado el 27 de julio entre el presidente estadounidense Donald Trump y la presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen, marca un punto de inflexión en las relaciones económicas transatlánticas. Bajo el llamado “Acuerdo de Turnberry”, Estados Unidos aplicará un arancel promedio del 15% sobre la mayoría de los bienes europeos, mientras que la Unión Europea mantendrá aranceles nulos para casi todas las exportaciones estadounidenses. A cambio, Europa se comprometió a adquirir productos energéticos de origen estadounidense por 750 mil millones de dólares e invertir otros 600 mil millones en su economía antes de 2028.
Pese a la retórica oficial, el pacto es claramente desigual. Para Europa implica triplicar sus aranceles promedio, con consecuencias inmediatas en precios y competitividad. Además, los compromisos de compra e inversión son aspiracionales, no vinculantes, y muchos analistas dudan que se cumplan, ya que contradicen los objetivos de descarbonización de la UE. Esto deja en duda los beneficios concretos que el acuerdo podría generar.
La explicación de esta claudicación es política: Trump amenazó con aranceles del 30% si no se alcanzaba un entendimiento. Gobiernos como el alemán e italiano lo respaldaron como el “mal menor” para evitar una guerra comercial. Francia, en cambio, lo calificó como una derrota que erosiona la autonomía europea y revela la falta de cohesión en Bruselas.
Más allá del impacto inmediato, el acuerdo debilita el sistema de normas que dio estabilidad al comercio mundial. La estrategia de Washington, basada en la presión y el bilateralismo, amenaza con replicarse en otros frentes, como ya ocurrió con Japón, Reino Unido o Vietnam, y refuerza la fragmentación del sistema global.
La teoría económica anticipa consecuencias negativas. Los aranceles del 15% generan ineficiencias: encarecen importaciones, reducen el bienestar del consumidor y desvían recursos hacia sectores menos productivos. Los compromisos de compra forzada distorsionan la asignación de recursos y pueden postergar inversiones más eficientes, especialmente en sectores clave para la transición energética europea.
A esto se suma el riesgo de desviación de comercio. Como advirtió Jacob Viner, los acuerdos proteccionistas desvían intercambios hacia mercados menos competitivos, elevando precios y reduciendo los beneficios de la especialización. Para economías pequeñas y abiertas como Chile, esto implica mayor volatilidad en los precios de exportación, más competencia en sectores estratégicos y, en algunos casos, pérdida de acceso preferente a mercados relevantes.
El debilitamiento de la Organización Mundial del Comercio agrava el escenario. Sin un árbitro creíble, las potencias actúan unilateralmente, priorizando beneficios inmediatos. Esto alimenta una “espiral proteccionista” que reduce el comercio y la inversión global.
Para Chile, este nuevo escenario plantea desafíos significativos. La creciente utilización de aranceles como herramienta política limita el margen de acción de países que dependen del acceso a mercados externos y de reglas multilaterales claras. Si Estados Unidos y Europa concentran compras e inversiones en sus propias economías, terceros países perderán competitividad relativa en rubros como alimentos, minería o energías limpias.
Al mismo tiempo, la presión arancelaria sobre productos europeos podría empujar parte de esa producción a buscar mercados alternativos en América Latina, intensificando la competencia en sectores donde Chile intenta posicionarse.
Ante este panorama, Chile debe profundizar su red de tratados, fortalecer alianzas regionales y elevar su competitividad interna. La estabilidad macroeconómica, la certeza regulatoria y una estrategia clara de integración con socios clave serán esenciales para sostener el crecimiento y mitigar los impactos externos.
El acuerdo entre Estados Unidos y la Unión Europea no es solo un arreglo bilateral: es la señal de un orden económico global cada vez más fragmentado. Para países como el nuestro, actuar con anticipación ya no es solo prudente; es una necesidad estratégica.
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