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Geopolítica de la Inteligencia Artificial (XI): China, retórica y praxis del control de la IA Opinión Archivo

Geopolítica de la Inteligencia Artificial (XI): China, retórica y praxis del control de la IA

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Marcos López Oneto
Por : Marcos López Oneto Abogado, Doctor en Derecho, team resercher Center for AI and Digital Policy
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China, con su propuesta, ha movido una pieza mayor en el tablero de la inteligencia artificial global. El resto del mundo deberá decidir si responde con ingenuidad, con desconfianza paralizante o con una diplomacia estratégica que sepa articular apertura y exigencia.


En la clausura de la Conferencia Mundial de IA 2025, celebrada en Shanghái, China desveló su ambicioso Action Plan on Global Governance of Artificial Intelligence, a saber: un documento programático que, en apariencia, busca situar a la IA en el corazón de una nueva arquitectura normativa global. La propuesta se presenta bajo el halo de principios universalistas: desarrollo seguro y controlable, equidad, apertura, inclusión, respeto por la soberanía, cooperación multilateral, gobernanza mundial, sostenibilidad ecológica y protección de derechos digitales. Sin embargo, cuando esta retórica se examina a la luz del modelo interno chino de control algorítmico, vigilancia masiva y censura sistemática, emergen profundas paradojas que, en principio, comprometen la credibilidad del plan.

La escena: un nuevo Bretton Woods de la IA

El documento, publicado por la agencia oficial Xinhua, articula doce ejes estratégicos, desde la promoción del código abierto y la infraestructura digital verde hasta la armonización de estándares éticos y la creación de una comunidad internacional de cooperación técnica. China propone que el sistema multilateral —especialmente las Naciones Unidas— se convierta en la columna vertebral de la gobernanza algorítmica, y llama a reducir la “brecha de inteligencia” entre el Norte y el Sur Global mediante transferencia tecnológica, plataformas conjuntas de datos y formación en capacidades.

El tono es ambicioso, casi constituyente. Se sugiere una transición hacia un sistema de gobernanza digital mundial que supere las fragmentaciones geopolíticas y económicas actuales. Pero, ¿es esta la genuina antesala de un nuevo “pacto digital global” o una sofisticada estrategia de legitimación y soft power tecnológico?

La paradoja fundacional: apertura desde el bastión del control

Resulta, cuando menos, desconcertante que el mismo Estado que opera uno de los ecosistemas digitales más cerrados del planeta —con el Great Firewall, el sistema de crédito social, el reconocimiento facial ubicuo y un régimen de censura algorítmica estructural— se erija ahora como defensor de la “apertura tecnológica” y la “cooperación inclusiva”. La contradicción no es solo semántica, sino estructural.

Por ejemplo, el plan promueve comunidades de código abierto a nivel global, pero en su territorio nacional, China impone localización forzada de datos, inspección de algoritmos extranjeros, y transferencia tecnológica obligatoria. Se aboga por la “protección de datos personales”, mientras internamente se opera una red de vigilancia sin precedentes, donde las cámaras, sensores y patrones de movilidad alimentan una IA que funciona como dispositivo de control social.

Esta brecha entre discurso y práctica recuerda a lo que los teóricos de la gobernanza global llaman “disonancia normativa”: la adhesión performativa a principios universalistas, mientras se preservan modelos autoritarios de gestión del poder digital.

Gobernanza o hegemonía: el telón de fondo geopolítico

En el fondo, el plan chino es también una estrategia para disputar la hegemonía normativa en el campo de la IA, históricamente liderada por Occidente, particularmente por los Estados Unidos y sus gigantes tecnológicos. Al ofrecerse como arquitecto de un “marco común” para la inteligencia artificial —supuestamente basado en la equidad y el respeto soberano—, China busca desplazar la actual unipolaridad digital y establecer nuevas reglas de juego donde sus intereses estratégicos no solo estén representados, sino normativamente blindados.

Este giro no es nuevo: se inscribe en la larga marcha hacia la “soberanía tecnológica”, que comenzó con el rechazo a los estándares de internet abiertos occidentales y la creación de una cibersoberanía al estilo chino. El Action Plan es, en este sentido, un capítulo más de un proyecto civilizatorio alternativo, que busca convertir a la IA no solo en vector de desarrollo, sino en palanca de poder global.

¿Qué hacer ante esta propuesta?

La comunidad internacional enfrenta aquí un dilema clásico de la teoría política: ¿es posible evaluar propuestas técnicas sin considerar el régimen político que las promueve? ¿Se puede separar el valor de los principios proclamados de la trayectoria de quien los enuncia?

Aceptar sin reservas la propuesta china podría significar legitimar —o al menos normalizar— modelos de gobernanza donde la eficiencia algorítmica prevalece sobre la deliberación democrática, y donde los derechos fundamentales son condicionales a la estabilidad del sistema. Por otra parte, rechazarla a priori podría cerrar espacios de cooperación necesarios para enfrentar desafíos comunes como la desigualdad digital, la manipulación algorítmica o el cambio climático.

Una vigilancia crítica como condición de la cooperación

Lo que se impone, entonces, no es un juicio binario, sino una actitud vigilante. Es necesario abrir espacios de cooperación técnica e incluso normativa, pero sin suspender el juicio crítico. La gobernanza global de la IA debe construirse sobre la coherencia entre discurso y praxis, entre ética y arquitectura institucional. No basta con proclamar principios: hay que demostrarlos en casa.

China, con su propuesta, ha movido una pieza mayor en el tablero de la inteligencia artificial global. El resto del mundo deberá decidir si responde con ingenuidad, con desconfianza paralizante o con una diplomacia estratégica que sepa articular apertura y exigencia porque, en última instancia, lo que está en juego no es solo cómo gobernar la IA, sino qué idea de humanidad y de poder se proyectará a través de ella.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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