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¿Un país al borde del colapso? Opinión Archivo

¿Un país al borde del colapso?

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Hugo Herrera
Por : Hugo Herrera Abogado (Universidad de Valparaíso), doctor en filosofía (Universidad de Würzburg) y profesor titular en la Facultad de Derecho de la Universidad Diego Portales
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Los extremos no solo pueden ser eventualmente peligrosos, tanto la extrema izquierda como la extrema derecha. Además, han demostrado ser inoperantes políticamente con sus énfasis pertinaces en sus pequeños mundos. Credos de niños en épocas de tormentos planetarios.


La caída de Carolina Tohá hundió a la socialdemocracia o, como se le dice entre nosotros de un tiempo a esta parte, al “socialismo democrático”. Una candidata comunista, Jeannette Jara, arrasó en las primarias de las izquierdas.

Jara pertenece al PC, un partido de extrema izquierda, que se autodefine como “marxista” y “leninista” (en los documentos oficiales y según las declaraciones vehementes de Carmona corroborándolo, por si las dudas). Lo de “marxista” se puede dejar para una discusión larga e interesante, de tenor académico. Lo de “leninista”, en cambio, es directamente preocupante.

Lenin fundó la policía secreta soviética, es responsable del asesinato de cientos de miles de seres humanos, sentó las bases de un régimen sanguinario. Validó la “dictadura del proletariado”, según la cual hay que eliminar por violencia los elementos recalcitrantes a la ideología marxista-leninista, tal como se eliminó a millones de campesinos. O sea, en algún momento, para el comunista la discusión se acaba y se justifica emplear la violencia contra el que piensa distinto. Ese es el credo de Carmona. Ese es el credo suscrito y afirmado por Jara. ¿Cómo confiar en ella y su izquierda?

Al otro lado, las cosas no andan mucho mejor. José Antonio Kast guarda la compostura, Johannes Kaiser menos, especialmente si se hurga en sus videos de algunos años atrás. Ambos avanzan posiciones y le están volviendo muy difícil la situación a la centroderecha: a RN, la UDI y a la candidatura corajuda de Evelyn Matthei.

A estas alturas, el principal e inveterado problema en la centroderecha es que no tiene discurso político. “No hay relato”. En 2014, hace once años, escribí un libro diciendo lo mismo (puede consultarse gratuitamente el PDF acá). Lamentablemente poco ha cambiado. Debe mencionarse el giro de RN, de Desbordes y compañía (remito a otro libro que escribimos hace menos años, descargable libremente aquí).

No consideran con claridad en la derecha (¡todavía!) que “un Estado no es una empresa ni un presupuesto ni una Biblia” y que la legitimidad del Estado es el asunto básico de la política, que sin legitimidad nada de lo demás funcionará. Solo un Estado legítimo, eficaz, capaz de poner fin a la violencia privada y de favorecer las condiciones básicas del desarrollo humano puede obligar justificadamente: “Porque te protejo, te obligo”.

Ese es el “pienso, luego existo” de la política. Y el Estado de Chile, con la corrupción masiva, la penetración del crimen organizado y el narcotráfico en sus entrañas, así como su ineficacia en la Educación, la Salud y la productividad, no está cumpliendo su tarea. Luego, se vuelve muy difícil que se le respete, a él y sus autoridades. No puede obligar, porque no está protegiendo.

La centroderecha y Matthei amenazan capotar, tal como hace poco lo hicieran Tohá y el socialismo democrático. El problema entonces es gravísimo para la República Democrática. Chile se encuentra tocado en el ala. Pasa que no existen –no hay, no más– regímenes democráticos maduros sin sectores de centroderecha y centroizquierda fuertes.

La crisis no ocurre solo en Chile, es cierto. Los alemanes están funcionando en el llamado régimen de “gran coalición”; es decir, en alianza de centroderecha y centroizquierda, un régimen de excepción para defenderse de los extremos. Por eso es tan importante aprender de su ejemplo y que la candidata Matthei viaje, que vaya lo antes posible a ese país no para hacer disquisiciones teóricas, sino para enterarse de cómo está sobreviviendo esa democracia republicana, una de las más ejemplares, pese a los embates de los extremos.

Ocurre que, si cae Matthei, cae la centroderecha completa y carecerá de sentido que esos parlamentarillos de baja estofa que como ratas pretenden abandonar el barco al primer corcoveo, busquen apoyo en sectores más extremos como los de Kast o Kaiser, para conservar sus sueldos y cuotas de poder.

¿Qué le queda a la centroderecha y a Matthei, pensando ahora en lo que queda de campaña?

A mi juicio, solo una alternativa. Entiéndase esto: solo una.

Perseverar en el centro, pero no en un centrismo jaleoso, indefinido, que dé para el oportunismo desembozado, como el que terminó haciendo decadente a la DC.

Matthei ha de concentrarse en los consensos básicos que necesita el país y producirlos, los acuerdos grandes y generosos sin los cuales Chile no sale del atolladero: reforma al sistema político, para hacerlo eficaz; reforma al Estado, para volverlo una herramienta poderosa, ágil y honesta, con una burocracia claramente profesional, incluidas aquí las alteraciones sustantivas a los sistemas jurídico y policial, los de inteligencia y contrainteligencia. También necesita reformas sociales urgentes, en Educación y Salud. Estado y privados deben ser reformados para colaborar en regímenes mixtos.

Un ejemplo descollante es el de la integración y colaboración solidaria de los sistemas privado y público de salud, que bajo la dirección de Piñera, Mañalich y Daza nos permitieron vencer el coronavirus, que causó estragos en países supuestamente mucho más avanzados que nosotros.

Para qué seguir con la lista de reformas pendientes, si es larguísima. La integración territorial, la irrigación del desierto, por ejemplo, no son tarea de solo un gobierno. Pero hay que comenzar por algún lado y exhibir avances robustos.

Es menester que emerja un Estado que efectivamente proteja para obligar, que recupere su legitimidad y despierte el patriotismo en sus funcionarios y sus ciudadanos.

Pero hay una premisa previa. Matthei y sus lugartenientes deben indicar, reiterar –varias veces al día– que si continuamos en esta crisis es porque hay responsables. Sectores que están ahí, peleando entre ellos y que son incapaces de garantizar los acuerdos nacionales. En lo inmediato: una izquierda que se farreó (no me imagino una mejor palabra cuando pienso en las ridiculeces en que cayó y esa fiesta en las ruinas de Huanchaca bailando “El negro José”), una izquierda –digo– que se farreó la oportunidad de haber parido una Constitución aprobable por las grandes mayorías nacionales y una derecha extrema que, por darse gustos torpes, elevando asuntos legales a materias constitucionales, hizo fracasar el segundo proceso constitucional.

Los extremos no solo pueden ser eventualmente peligrosos, tanto la extrema izquierda como la extrema derecha. Además, han demostrado ser inoperantes políticamente con sus énfasis pertinaces en sus pequeños mundos. Credos de niños en épocas de tormentos planetarios.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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