
Rescatar al crecimiento del papelero
En definitiva, se requiere de una actividad constante de monitoreo de reglas, a efectos de quitar aquellas que son perjudiciales. No se trata de derogar toda regulación ni de aplaudir cualquier desregulación. Hay buenas regulaciones y también se puede desregular mal.
Recientemente, el ministro de Desregulación de Argentina, Federico Sturzenegger, analizaba la Ley de Glaciares de su país. Decía que era muy necesario protegerlos, pero que la redacción era tal que prohibía actividades mineras en áreas muy lejanas a ellos. Concluía: esto ha impedido que desarrollemos minería que no hubiera afectado en nada a los glaciares, y por ello nos ha hecho más pobres. Agregaba: lo que nos separa de ser más ricos es un pedazo de papel con la redacción equivocada. En el audio se le escucha romper un papel: hecho, somos más ricos.
Sorprendentemente, pero con frecuencia, los países construyen barreras que les impiden ser ricos. En este sentido, una tarea clave para que Chile recupere el progreso es fomentar una épica de la desregulación.
Durante siglos, la humanidad ha contado historias con una moraleja común: el ser humano, dejado a su iniciativa, desata descalabros. Hay que limitarlo para protegerlo de sí mismo. La desconfianza en el individuo y el temor al mal uso de la libertad nos han acompañado siempre. Pero a la sombra de esto se han producido excesos, y en Chile (así como Argentina), la regulación ha dejado de ser beneficiosa y ha pasado a ser perjudicial.
Es la libertad, no la regulación, lo que ha enriquecido a Occidente. El arte, la ciencia, la libertad política, todos han sido frutos de la libertad. Lamentablemente, tendemos a ser más sensibles a los males atribuidos a la actividad no regulada que a los beneficios que la regulación impide. Pero la historia nos indica que la libertad ha sido madre de logros épicos.
Por otro lado, el regulador no es ni benevolente ni omnisciente. Bajo la presión de grupos de interés, se crea una maraña que es ineficaz para los fines que dice proteger, pero eficaz para los intereses particulares que de hecho protege. ¿Cuánto de la mediocridad del crecimiento de la última década es atribuible a la permisología?, ¿y cuántos de los problemas que hoy nos aquejan son atribuibles a ese menor crecimiento?
En definitiva, se requiere de una actividad constante de monitoreo de reglas, a efectos de quitar aquellas que son perjudiciales. No se trata de derogar toda regulación ni de aplaudir cualquier desregulación. Hay buenas regulaciones y también se puede desregular mal. Se trata de crear una ética de la desregulación, entendida como una educación del carácter y un diseño institucional para contrarrestar nuestro sesgo, a la vez natural y pernicioso, hacia el exceso regulatorio.
Es una ética en el mismo sentido en que la ética de la probidad pública enfrenta nuestra propensión al nepotismo, o la ética deportiva combate la inclinación a ganar haciendo trampa. Es también una ética de la contingencia, que acepta que en la sociedad libre nos equivocamos, pero que la mejor respuesta no es sepultarse en un búnker regulatorio.
Con menos –y mejor diseñados– trámites, con menos papeleo, seremos más ricos y habrá menos pobreza.
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