
El binominal y otras yerbas que le faltan al guiso
En una democracia liberal, las tensiones entre quienes abogan por el crecimiento económico (corrientes más liberales) y quienes priorizan el mejoramiento de las condiciones comunes (corrientes socialdemócratas) pueden coexistir productivamente.
Desde la promulgación de la Ley 20.840 en mayo de 2015, que reemplazó el sistema electoral binominal por uno proporcional inclusivo (iniciativa impulsada por el Gobierno de Michelle Bachelet), la política chilena experimentó cambios estructurales: la Cámara de Diputados aumentó de 120 a 155 escaños, el Senado de 38 a 50, y se pasó de 60 a 28 distritos –cada uno eligiendo entre 3 y 8 diputados–, junto con circunscripciones senatoriales por región. Además, se instauraron cuotas de género (máximo 60% por sexo) y se aplicó el método D’Hondt.
Radicalización y parálisis: ¿herencia de lo proporcional?
El sistema proporcional, con financiamiento público y menores barreras de entrada, ha abierto espacio a fuerzas menores y posiciones más radicales. Si bien esto multiplica la pluralidad, también facilita que se consoliden grupos que anteponen su atrincheramiento ideológico por sobre la disposición a construir acuerdos, ralentizando la tramitación de proyectos y elevando la polarización.
¿Por qué el binominal mitigaba la fragmentación?
El sistema binominal, al favorecer la formación de dos grandes coaliciones (Concertación y Alianza), generaba incentivos para agrupar posiciones cercanas en una sola lista. Así, se creaba una tensión permanente entre estos dos bloques, lo cual –paradójicamente– obligaba a negociar y alcanzar acuerdos, dinamizando el proceso legislativo y proveyendo mayor seguridad y fluidez a la deliberación política.
Democracia liberal y el equilibrio de posiciones
En una democracia liberal, las tensiones entre quienes abogan por el crecimiento económico (corrientes más liberales) y quienes priorizan el mejoramiento de las condiciones comunes (corrientes socialdemócratas) pueden coexistir productivamente. Si bien los primeros impulsan el crecimiento, las segundas aseguran que este sea inclusivo y socialmente sostenido. Ese espacio de seguridad y colaboración es esencial para un desarrollo más rápido y equilibrado, sin fracturas sociales.
Antecedentes: nuestro camino desde el binominal
El sistema binominal fue implantado en 1989, consolidando la transición democrática, privilegiando la estabilidad mediante dos grandes conglomerados y obstaculizando a las minorías políticas. Su fin se concretó tras una década de impulsos legislativos: reforma constitucional en 2014, aprobación parlamentaria en 2015 y aplicación en las elecciones de 2017.
“Las cosas de palacio deben ir despacio”
Este comentario, inspirado en el sabio adagio de que “las cosas de palacio deben ir despacio”, no busca detener el avance ni idealizar el pasado. Más bien, propone un debate sereno sobre cómo equilibrar pluralidad y gobernabilidad, cómo fortalecer tanto la representatividad como la capacidad de producir consensos legislativos.
Solo así podremos cuidar la salud de nuestra democracia, evitando el control de exaltadas y construyendo así normas que nos permitan crecer en un sistema que sea capaz de defenderse de sí mismo.
- El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Inscríbete en nuestro Newsletter El Mostrador Opinión, No te pierdas las columnas de opinión más destacadas de la semana en tu correo. Todos los domingos a las 10am.