
Una política industrial también comienza por cosas simples
Muchos abogan por una baja del impuesto sobre la renta de las empresas. Pero es una medida costosa para las finanzas públicas y cuyos efectos son muy diluidos, ayudando muy poco a los sectores que lo necesitan y representando una ganga para aquellos que no la necesitan.
Las políticas industriales que ayudan al crecimiento suelen seguir dos vías. La primera es minimalista y consiste en crear una cancha favorable a la inversión mediante instituciones y leyes apropiadas, luego dejar que los actores y el mercado decidan en qué dirección comprometerse. Es la via que hoy es privilegiada en Chile. La segunda identifica dominios estratégicos que pueden desbloquear el crecimiento o que representan una oportunidad industrial si hay apoyo público. Se invertirá así en proyectos mayores como una vía ferroviaria norte-sur, en el hidrógeno verde, en el litio, etc.
Pero hay también una vía intermedia que consiste en parafrasear lo que decía Bob Rubin, secretario del Tesoro bajo Bill Clinton: “Una buena política industrial es, en el fondo, un conjunto de buenas medidas de política industrial”.
Una historia de frascos
Tomo aquí un ejemplo vívido. Chile, a pesar de la debilidad de su sector industrial, conserva cristalerías que producen frascos y botellas de vidrio, útiles para el acondicionamiento de productos alimentarios de los cuales Chile es un gran productor. Es un sector que no ha sido arrasado por actores extranjeros porque se trata de productos pesados donde el costo logístico es importante, presentando una útil barrera de entrada. Pero fabricar vidrio es muy consumidor de energía, un dominio donde Chile aún tiene costos de producción elevados. Por el momento, la ventaja logística supera la desventaja del costo de la energía.
Llegan las plataformas de venta chinas, entre ellas Temu y Shein. Hoy todavía, sus precios (al por menor) para los frascos son muy superiores a los precios (al por mayor) de los productores chilenos. Pero ofrecen gratuitamente el servicio de entrega y tienen un poder de marketing sin igual para captar a los consumidores. Estableciéndose cada vez más en América Latina, ganan en tamaño crítico. He podido observar que los precios de sus frascos descienden regularmente.
Sería lamentable que llegaran a desplazar a los productores locales, ¿no es cierto? A eso el paradigma librecambista (al cual adhiero con reservas) dice que es absurdo producir frascos localmente si se pueden obtener más baratos en otra parte. Los recursos economizados serán invertidos en la producción de bienes y servicios donde Chile tiene ventajas particulares, productos que, una vez exportados, le permitirán comprar los frascos.
Pero surgen dos reparos.
Uno, los costos energéticos están destinados a bajar regularmente en Chile, gracias a su potencial en materia de energía verde y la restricción que pesará cada vez más sobre la energía marrón. Si la cristalería desaparece, será muy difícil mañana implantar desde cero una nueva, incluso si los costos energéticos vuelven a hacer esta industria muy eficiente. La experiencia industrial, el saber comercial son activos frágiles. Y el costo social del cierre de las cristalerías es mayor.
Dos, ¿cuáles son los bienes y servicios de sustitución cuya exportación nos permitirán mañana comprar frascos en el extranjero? No hay ilusiones al respecto. En un futuro previsible, son esencialmente los productos agrícolas y sobre todo mineros. Se excava la tierra cada día un poco más profundo para comprar nuestros bienes de consumo en el exterior. Este ciclo tiene las características de una trampa de la cual hay que escapar.
¿Qué medidas simples entonces?
El gobierno ya ha tomado una, la de imponer a estas plataformas chinas pagar el IVA, lo que hacían raramente en los pequeños paquetes destinados a los hogares. La competencia era absurdamente desleal. Pero no sería irrazonable, en estas entregas específicas, incrementar los aranceles, lo que acaba de hacer el gobierno estadounidense sobre lo que llaman los “de minimis”, bienes exonerados en la frontera porque son de valor mínimo.
Por otra parte, sería útil encontrar medidas que favorezcan la inversión en máquinas-herramientas y en equipamientos para la industria y la agricultura.
Aquí, muchos abogan por una baja del impuesto sobre la renta de las empresas. Pero es una medida costosa para las finanzas públicas y cuyos efectos son muy diluidos, ayudando muy poco a los sectores que lo necesitan y representando una ganga para aquellos que no la necesitan, el sector financiero o de servicios públicos en particular.
Mejor adoptar una tasa de IVA fuertemente reducida para los bienes de equipamiento. O ampliar las medidas de amortización acelerada.
Volvamos ahora a nuestra cristalería. Con sus frascos, también vende las tapas. No hay productores en Chile para estas tapas con protección alimentaria. Las importan desde España. Tal vez mañana desde China. Ahora bien, subsisten en Chile productores de plástico y de productos metalúrgicos. Simplemente faltan las máquinas para hacer estas tapas, que son costosas y difíciles de amortizar si la demanda es débil. Un fuerte subsidio a su compra es apropiado para permitir a la cristalería o a uno de sus proveedores locales dar el paso y lanzarse en la producción de tapas. ¿Y por qué no mañana competir con los españoles en los mercados de América Latina?
La gran urbanista y economista estadounidense, Jane Jacobs, estudió en detalle cómo Japón pudo establecer una industria poderosa de bicicletas hace más que un siglo. Las importaba masivamente. Fue creando de manera capilar una industria de repuestos para la bicicleta, remontando progresivamente las cadenas de valor y convirtiéndose en un gran exportador mundial. Los ciclistas conocen todos los productos Shimano. La experiencia japonesa en logística y justo a tiempo viene en parte de ahí, se dice ahora.
No digo que el camino sea fácil. Mi ejemplo tal vez no sea el bueno. Hace falta también una regeneración de la Corfo y un presupuesto público consecuente para el subsidio de nuevas startups según la lógica seguida en varios países.
Pero la conclusión es que el estímulo a nuestras empresas y a la productividad es también la suma de pequeñas cosas inteligentes perseguidas con convicción.
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