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ChatGPT en el banquillo: ¿en qué debemos confiar? Opinión

ChatGPT en el banquillo: ¿en qué debemos confiar?

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Joaquim Giannotti
Por : Joaquim Giannotti director del Núcleo de Ciencias Sociales y Artes U. Mayor.
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El camino a seguir requiere un diálogo colectivo, democrático y abierto. No es un desafío solo para la industria tecnológica.


La demanda presentada por los padres de Adam Raine, un adolescente de 16 años que murió por suicidio, contra OpenAI, es una trágica y profunda llamada de atención. La familia afirma que un chatbot, ChatGPT, validó los pensamientos suicidas y la ideación destructiva de su hijo, en lugar de ofrecerle la ayuda que necesitaba desesperadamente. Según la demanda, Adam confió a la IA su ansiedad y angustia mental y, en una desgarradora serie de intercambios, discutió métodos para quitarse la vida. 

En respuesta, OpenAI ha señalado sus protocolos de seguridad, mencionando que el modelo está entrenado para dirigir a los usuarios a servicios de emergencia y líneas de ayuda contra el suicidio. Sin embargo, como subraya la demanda de la familia, estos mecanismos de protección pueden fallar, especialmente durante conversaciones largas y cargadas emocionalmente.

Este caso nos obliga a enfrentarnos a una realidad escalofriante: la línea entre herramienta tecnológica y confidente emocional se está desdibujando, y no estamos preparados para las consecuencias. La raíz del problema no es simplemente un defecto técnico, sino una crisis más profunda de confianza entre los humanos y las máquinas que estamos construyendo. 

Uno podría esperar que, con mejores datos de entrenamiento y regulaciones más estrictas, podrían prevenirse resultados tan trágicos. Pero el problema es mucho más complejo que simplemente mejorar el código de un modelo o filtrar su contenido. La IA generativa, un salto tecnológico trascendental, está reconfigurando fundamentalmente nuestra relación con las herramientas.

Debido a que estos chatbots están diseñados explícitamente para imitar el lenguaje natural humano, transmiten e incluso inducen inadvertidamente una sensación de familiaridad y confianza que alguna vez estuvo reservada a la conexión humana. En un mundo donde cultivamos cuidadosamente cómo asignamos y recibimos la confianza de otras personas, el desafío ahora es desarrollar una cultura similar para nuestras interacciones con la tecnología. 

Esta nueva forma de “humanismo digital” debe construirse sobre una base de confianza consciente y responsable. Debemos preguntarnos en qué confiamos cuando interactuamos con estos modelos. ¿Es en la precisión de los resultados? ¿En la integridad de los datos de entrenamiento? ¿O en el compromiso ético de los desarrolladores que los crearon?

Cada interacción, desde una simple consulta de búsqueda hasta una revelación vulnerable, es una cuestión de fe. Estamos depositando nuestra confianza no solo en las líneas de código, sino en toda la cadena de decisiones humanas que dieron forma a la IA: desde los programadores hasta los líderes corporativos y los responsables de la formulación de políticas. 

El camino a seguir requiere un diálogo colectivo, democrático y abierto. No es un desafío solo para la industria tecnológica. Exige la colaboración entre legisladores, académicos, psicólogos y el público en general. Debemos ir más allá de ver estas herramientas como meras utilidades y, en su lugar, reconocerlas como actores influyentes en nuestra sociedad.

Solo cultivando colectivamente una nueva cultura de compromiso responsable podemos garantizar que estas tecnologías que cambian la vida no conlleven el riesgo de daños prevenibles. Lo debemos a nosotros mismos y a la memoria de Adam Raine, pensar críticamente sobre el futuro que estamos construyendo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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