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Eutanasia: entre la autonomía y la medicina Opinión

Eutanasia: entre la autonomía y la medicina

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Marcelo Muñoz
Por : Marcelo Muñoz docente de Bioética de la Facultad de Medicina UDP
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En caso de ser aprobada la ley de eutanasia, corresponderá a las universidades, instituciones sanitarias y profesionales de la salud abrirnos al hecho de que eliminar la vida de una persona es un acto médico.


Abierto el debate de la eutanasia en Chile en estos días, por la reactivación del trámite con suma urgencia al proyecto de ley, se hace necesario intentar comprender cuáles son los tópicos que originan y despliegan la discusión. El argumento originario es el respeto a la autonomía de los ciudadanos, con una clara línea de pensamiento liberal, que pone de manifiesto la potestad de dirigir mi vida según mis requerimientos, al punto que puedo decidir también cuando acabar con ella. Para que esto se lleve a cabo, deben concurrir argumentos accesorios de la teoría: la propiedad sobre el cuerpo, la vida privada separada de la pública y buscar la felicidad rehuyendo del dolor.

Entonces, frente a la presencia de una enfermedad que no es capaz de tolerar, por razones de dolor físico o sufrimiento psicológico, se solicita poner término a la vida. Como promover el suicidio de estas personas sería un argumento ultraliberal, violento, ilegal, impopular y deshumanizado, los requirentes solicitan ayuda de la sociedad, específicamente del sistema sanitario y jurídico. A los agentes de salud se les pide, de manera contra-intuitiva, quitar la vida a un paciente (es curioso cómo se asume en la argumentación, que los médicos, al saber cómo se mueren las personas, saben cómo matarlas). Al sistema jurídico por su parte, se le solicita no hacer persecución penal de estos actos y además organizar esto como una política pública (dictando leyes, reglamentos y asegurar financiamiento).

Habiendo asumido que el foco está en la autonomía de las personas, a continuación, se debe presentar la eutanasia como un acto propio de la medicina y apelar a valores en la que esta se articula: compasión y trato digno. Esta discusión genera conflicto, porque la tradición médica, que viene de tiempos hipocráticos, ordena cuidar la vida.  Para suavizar esto, aparecen en el discurso conceptos poco precisos, pero emocionalmente balsámicos: muerte digna, asistencia al buen morir, respeto por el final de la vida, entre otros.

Una vez logrado el objetivo de humanizar la muerte, se presentan criterios estrictos para evitar errores en quienes deben morir. La ministra de Salud, interesada desde lo político en promover la aprobación de la ley, nos ha advertido a todos que se contemplará un reglamento muy estricto, que no permita fallas en el procedimiento, en los registros ni en la ejecución de la eutanasia (¡Dios no permita que suceda lo mismo que con las licencias falsas!).

Hechas estas reflexiones, desnudas de eufemismos y diplomacia, y considerando el presente escenario chileno, es menester generar espacios de discusión serios y sin premuras secundarias. En primer lugar, y citando la carta de las académicas Claudia Bambs y Paula Margozzini, es urgente levantar datos científicos y objetivos sobre los reales requerimientos de cuidados paliativos y opiniones sobre la eutanasia en las profesiones de salud y en la población en general. Legislar sobre datos de encuestas de opinión y entrevistas periodísticas es, por lo bajo, irresponsable. En segundo lugar, dado que es la medicina la que se hará cargo de realizar la eutanasia, es la academia la que debe asumir el rol educar a la población sobre lo que en realidad significa y distinguir claramente la adecuación de terapias en pacientes que están cerca de morir.

En tercer lugar, y en esta misma línea de argumentación, sería ideal que en la discusión pública se defina si la eutanasia formará parte de la cadena de cuidados paliativos, apelando a ella como una opción extrema o será una opción completamente independiente. En cuarto lugar, y probablemente los más polémico, es tener en consideración las consecuencias para el sistema de salud de no poner límites a la autonomía de las personas, dado que no es el único valor ético involucrado en las decisiones en salud. 

En un sistema donde la mayoría de la población requiere de la atención pública y el sistema privado está bien regulado por la autoridad, se establecen fronteras por limitaciones financieras, estructurales y de bien común. Bajo el argumento de respetar la libertad de elección a todo evento, mañana podríamos, por ejemplo, poner en riesgo la vacunación universal, medida que muestra a Chile como un ejemplo mundial. ¿Por qué esta exageración?, dirán algunos. Porque existe la pendiente resbaladiza en este tema y para evitarla podríamos inmediatamente poner en la mesa la discusión sobre la eutanasia en la infancia y en personas que no tienen capacidad de discernimiento.

En caso de ser aprobada la ley de eutanasia, corresponderá a las universidades, instituciones sanitarias y profesionales de la salud abrirnos al hecho de que eliminar la vida de una persona es un acto médico. Y, por contraparte, que se les permita a aquellos que no quieran participar de esto ejercer su libertad de conciencia y derivar los casos donde puedan ser atendidos, sin ser enjuiciados moralmente. Tenemos frente a este tema un importante cambio de paradigma social y sanitario. Tomémoslo en serio.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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