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Michelle Bachelet, candidata a la ONU Opinión Archivo

Michelle Bachelet, candidata a la ONU

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Pierre Lebret
Por : Pierre Lebret Cientista político, experto en asuntos latinoamericanos, magister en cooperación y relaciones internacionales (Paris III).
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Frente a la fragmentación mundial, se necesitan figuras capaces de hablar tanto el lenguaje político como el lenguaje humano; personalidades que inspiren confianza allí donde reina la desconfianza, que construyan puentes allí donde se levantan muros y que abran caminos de solución.


En un momento histórico marcado por la fragmentación, la ansiedad colectiva y las múltiples crisis que atraviesan todas las regiones del mundo, la elección de la próxima persona llamada a ocupar el cargo de secretaria general de las Naciones Unidas será decisiva. En este contexto, una candidatura como la de Michelle Bachelet no aparece únicamente como una opción realista, sino también como una necesidad urgente.

A lo largo de las últimas décadas, esta exjefa de Estado ha demostrado una rara aptitud para dirigir en entornos complejos, combinando firmeza ética, rigor técnico y una notable capacidad de construir consensos. Su trayectoria no se reduce a un impresionante currículum –ministra de Salud y luego de Defensa, dos veces Presidenta de Chile, fundadora y primera directora de ONU Mujeres y Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos–, sino que refleja sobre todo una manera singular de ejercer el poder, que conjuga empatía, visión estratégica y una profunda convicción democrática.

La experiencia internacional reciente lo ha confirmado: en un sistema multilateral en crisis, la capacidad de diálogo resulta mucho más eficaz que la imposición de agendas. Frente a la fragmentación mundial, se necesitan figuras capaces de hablar tanto el lenguaje político como el lenguaje humano; personalidades que inspiren confianza allí donde reina la desconfianza, que construyan puentes allí donde se levantan muros y que abran caminos de solución allí donde muchos solo ven amenazas.

Michelle Bachelet ya ha enfrentado este tipo de desafíos, con paciencia estratégica y resultados tangibles allí donde otros habían fracasado.

Su paso por el Alto Comisionado para los Derechos Humanos fue emblemático. Supo defender principios intransables manteniendo al mismo tiempo un agudo sentido político, evitando tanto la retórica excesiva como el silencio complaciente. Escuchar, dialogar, acercar posiciones: esa fue su constante, incluso en los contextos más polarizados.

En un mundo atravesado por el miedo –miedo a las migraciones, al cambio climático, a las tensiones geopolíticas, a la erosión de la cohesión social–, hacen falta dirigentes capaces de superar la lógica del enemigo y de recentrar la agenda internacional en los desafíos comunes. Cambio climático, lucha contra la pobreza, igualdad de género, salud, gobernanza democrática: estos son retos compartidos sobre los cuales los Estados deben trabajar juntos para avanzar hacia un nuevo equilibrio mundial, más justo y más sostenible. Divididos, será imposible superarlos.

Lo que distingue a Michelle Bachelet es su energía incansable para promover esta agenda, así como su talento para articular a múltiples actores –gobiernos, sociedad civil, organizaciones multilaterales– en torno a objetivos comunes. Su estilo de liderazgo es pragmático y profundamente ético, y su credibilidad, forjada a lo largo de décadas, constituye un activo raro en un mundo marcado por la desconfianza.

Que una mujer acceda finalmente a este puesto sería un avance histórico. Pero más allá del símbolo, la ONU ganaría en Michelle Bachelet un verdadero liderazgo: una autoridad moral, una fuerza diplomática y la capacidad de reinventar las reglas del juego global al servicio de los más vulnerables. Ella encarna precisamente lo que la Organización necesita: una candidatura sólida, experimentada y profundamente comprometida con el espíritu multilateral que inspiró su creación.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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