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Japón y los desafíos de la primera ministra Sanae Takaichi Opinión

Japón y los desafíos de la primera ministra Sanae Takaichi

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Alberto Rojas
Por : Alberto Rojas Director del Observatorio de Asuntos Internacionales, Facultad de Humanidades y Comunicaciones, Universidad Finis Terrae. @arojas_inter
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El primer gran examen de Takaichi llegará muy pronto: el presidente Donald Trump aterrizará en Tokio el próximo lunes 27, en la primera gira asiática de su segundo mandato. El encuentro bilateral será decisivo para medir el grado de sintonía –y de independencia– entre ambos líderes.


Sanae Takaichi no es una política convencional. Antes de convertirse en la primera mujer en llegar a la jefatura del gobierno japonés, fue baterista de una banda de heavy metal durante su juventud. Además, fanática del béisbol, del buceo y de manejar motocicletas Kawasaki, también se declara una profunda admiradora de Margaret Thatcher.

En lo social, se ha opuesto a eliminar la obligación de que los matrimonios compartan un mismo apellido y defiende la sucesión exclusivamente masculina al trono imperial. De esta forma, su perfil, tan poco habitual en la política japonesa, mezcla carisma y ortodoxia, modernidad y tradición.

Pero más allá de estos rasgos personales, la llegada de Takaichi al cargo de primera ministra de Japón tiene un peso político considerable. Su ascenso marca el inicio de una nueva etapa en la política japonesa, pero también la continuidad de un legado: el de Shinzo Abe, el carismático ex primer ministro que dejó una profunda huella en la forma en que Japón se concibe a sí mismo y en cómo se proyecta en el mundo.

Takaichi fue una de las figuras más cercanas a Abe dentro del Partido Liberal Democrático (PLD). Compartió su visión de un Japón fuerte, económicamente competitivo y militarmente capaz de defender sus intereses en un entorno cada vez más hostil.

En lo económico, ella ha prometido mantener la senda de los “Abenomics”, una combinación de estímulo fiscal, gasto público y políticas monetarias expansivas destinadas a revitalizar una economía que lleva décadas luchando contra la deflación y el envejecimiento de su población.

En materia de defensa, propone revisar la Constitución pacifista de 1947, aumentar el gasto militar (busca llegar al 2% del PIB para 2027) y fortalecer la alianza con Estados Unidos frente a la creciente amenaza de Corea del Norte y China.

Su estilo recuerda, en más de un sentido, al de la “Dama de Hierro” británica. Como Thatcher, Takaichi combina determinación con una narrativa nacionalista que apela al orgullo y la autosuficiencia. Pero el contexto que enfrenta es distinto: una sociedad dividida, un Parlamento más fragmentado, una economía con márgenes cada vez más estrechos y un orden mundial en crisis.

Además, su alianza con el Partido de la Innovación de Japón (Ishin), tras la ruptura del PLD con el tradicional Kōmeitō, plantea un importante desafío político para su gobierno.

El primer gran examen de Takaichi llegará muy pronto: el presidente Donald Trump aterrizará en Tokio el próximo lunes 27, en la primera gira asiática de su segundo mandato. El encuentro bilateral será decisivo para medir el grado de sintonía –y de independencia– entre ambos líderes. Mientras Trump busca reconfigurar los equilibrios económicos con sus aliados asiáticos, Takaichi necesita asegurar que Japón no quede atrapado en la lógica transaccional que suele dominar la política exterior del mandatario estadounidense.

Luego de esa cita, ambos volverán a verse en la Cumbre de Líderes de APEC en Corea del Sur, donde Takaichi –probablemente– buscará recordarle a Asia por qué Japón es uno de los actores más influyentes en el Indopacífico. En un momento en el que Beijing proyecta poder económico y militar sobre sus vecinos, y en que Washington intenta mantener su presencia estratégica, Tokio debe equilibrar pragmatismo y firmeza.

En el ámbito interno, los desafíos son igual de complejos: la inflación, el envejecimiento demográfico, la crisis energética y el estancamiento salarial amenazan la estabilidad social. A eso se suma un electorado cansado de promesas y con una creciente desconfianza hacia la clase política. Si Takaichi quiere marcar un antes y un después, deberá demostrar que su liderazgo no se limita al simbolismo de ser la primera mujer en gobernar Japón, sino que puede transformar esa posición en resultados concretos.

En muchos sentidos Sanae Takaichi representa la continuidad del Japón de Abe, pero también la posibilidad de un giro si logra adaptar ese legado a los nuevos tiempos. En su batería política, los tambores del heavy metal podrían ser una metáfora precisa: su desafío será mantener el ritmo en un escenario donde cada golpe debe ser calculado. La prueba de fuego comienza ahora, y el mundo –desde Estados Unidos y la Unión Europea hasta China y Rusia– seguirá cada compás con mucha atención.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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