Opinión
Reconstruir la confianza, un gran desafío electoral
La última entrega de la encuesta CEP (septiembre–octubre) arroja otro dato revelador e inquietante: un 38% declaró tener poca confianza en el proceso electoral y un 9% afirmó no creer en él en absoluto. Solo un 23% dijo tener mucha confianza y un 29% bastante.
Muchas veces hemos creído estar en un punto de inflexión, convencidos de que el último escándalo de corrupción marcaría un antes y un después. Pero cada nuevo caso vuelve a correr el límite de lo tolerable, recordándonos que la integridad institucional no se quiebra de golpe, sino por acumulación de hechos, silencios y justificaciones.
Los países no se derrumban de un día para otro, se desgastan desde dentro. Todo comienza cuando la corrupción se tolera, los abusos se justifican y la confianza se erosiona. Chile aún está a tiempo, pero el margen se estrecha.
Hoy el país enfrenta un nuevo ciclo electoral en medio de una mezcla de desconfianza, apatía y desafección. No es solo cansancio político por ver quién gana el gallito, sino un malestar más profundo hacia un sistema que, pese a los avances, sigue mostrando grietas en materia de integridad, transparencia y responsabilidad pública. Por eso importa tanto que quien resulte elegido o elegida se haga cargo de un tema que es primordial.
Los recientes casos que han marcado la agenda pública -desde el caso Convenios, el abuso de licencias médicas fraudulentas, el caso Audio, que expuso redes de influencia que alcanzan a jueces y fiscales, hasta las investigaciones de corrupción en municipalidades- han profundizado la sensación de desconfianza.
Pero el escándalo más reciente, conocido como la Muñeca Bielorrusa, ha tenido un impacto aún más demoledor, porque involucra a una exministra de la Corte Suprema, golpeando el corazón mismo de la institucionalidad. Si quienes están llamados a impartir justicia son parte del problema, el principio de igualdad ante la ley se desmorona.
A esto se suman parlamentarios desaforados que alimentan la percepción de que la corrupción, lejos de ser una excepción, se ha vuelto parte del paisaje, y donde ya no resulta exagerado decir que lo que comienza como un favor o un “pituto” termina incubando redes de complicidad que son difíciles de erradicar. Ejemplos tenemos de sobra.
La corrupción es un problema cultural. No surge solo de decisiones individuales, sino de una forma de actuar que no podemos normalizar, donde se justifica el favor, se tolera el abuso y se premia la viveza.
Según la Encuesta ICSO UDP de septiembre de 2025 el 80% de los chilenos considera que hay mucha corrupción en el país. La mayoría (61%) cree que esta se reparte por igual entre el mundo público y el privado, y un 84% estima que el dinero y los contactos influyen en los resultados judiciales. Además, el 73% señala que el sistema judicial aplica criterios distintos para juzgar a ricos y pobres, y el 75% se mostró en desacuerdo o muy en desacuerdo con la frase “en Chile, el sistema de justicia es equitativo para todas las personas”.
Por su parte, la última entrega de la encuesta CEP (septiembre–octubre) arroja otro dato revelador e inquietante: un 38% declaró tener poca confianza en el proceso electoral y un 9% afirmó no creer en él en absoluto. Solo un 23% dijo tener mucha confianza y un 29% bastante.
Esto, sin duda, es reflejo de cómo la desconfianza ha impregnado nuestra vida, porque cuando la ciudadanía percibe que la justicia no es igual para todos y que ni siquiera los procesos electorales generan plena credibilidad, el daño trasciende a los gobiernos de turno, y es importante dar señales claras.
Es responsabilidad de quienes aspiran a gobernar no prometer lo imposible, actuar con integridad y poner siempre el bien común por delante. Al mismo tiempo, es nuestra responsabilidad votar informados, conocer a los candidatos, sus trayectorias y compromisos, y exigir rendición de cuentas.
Recuperar la confianza será uno de los mayores desafíos del próximo gobierno, pero también puede convertirse en su mayor legado. Porque la confianza no se anuncia, se construye día a día, con coherencia, justicia, responsabilidad, transparencia y, sobre todo, con el ejemplo.
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