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A 50 años de la fundación de la Academia de Humanismo Cristiano Opinión

A 50 años de la fundación de la Academia de Humanismo Cristiano

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Álvaro Ramis Olivos
Por : Álvaro Ramis Olivos Rector de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano (UAcademia). Teólogo, doctor en filosofía
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La experiencia de la Academia de Humanismo Cristiano –que en 1988, cuando la democracia aún no estaba consolidada, dio origen a su universidad– demuestra que el pensamiento crítico no destruye, sino que humaniza.


La universidad, como institución, siempre ha sido el blanco preferido de los intolerantes y los autoritarios. En el pasado, el asedio fue descarnado: tras el golpe de 1973 en Chile, la dictadura militar arrasó con su autonomía, purgó a académicos y estudiantes, e impuso un bloqueo ideológico. Fue una violencia explícita, física, política. 

En noviembre de 1975, un año especialmente sombrío, el cardenal Raúl Silva Henríquez comprendió que salvar a Chile implicaba algo más que proteger vidas: era necesario rescatar su alma. Así surgió la Academia de Humanismo Cristiano en 1975, un espacio donde la inteligencia, la solidaridad y la fe en la dignidad humana se alzaron contra el silencio. Mientras la Vicaría de la Solidaridad defendía la vida de las personas ante los tribunales, la Academia se dedicó a custodiar la libertad de las palabras. En un país amordazado, se erigió como un auténtico laboratorio de autonomía y discusión, donde se preservó el pensamiento, se gestaron debates prohibidos y se formó a quienes serían protagonistas de la reconstrucción democrática. 

Hoy, cuando enfrentamos nuevas formas de asedio a las universidades, ese legado resulta más urgente que nunca. En distintos rincones del mundo, gobiernos y movimientos de derecha radical han declarado la guerra a la universidad.

En Estados Unidos, siete universidades resisten el chantaje de la administración Trump: firmar un convenio que condiciona fondos federales a la sumisión en admisiones, contrataciones y libertad de expresión. El mensaje es claro: la autonomía académica debe doblegarse al poder político. Europa no escapa. El gobierno de la Comunidad de Madrid asfixia económicamente a la Universidad Complutense, desangrando su capacidad de investigación y docencia pública. En Argentina, Milei congela las leyes que financian el sistema universitario, presentando la investigación científica como un lujo innecesario.

El patrón se repite: recortar recursos, denigrar el conocimiento y someter la educación superior al mercado o al capricho ideológico. 

Chile no es la excepción. La derecha radical ya enfiló sus baterías: cuestionando el gasto en educación superior, ataca la gratuidad y propone salvajes recortes presupuestarios. No es casualidad. El objetivo no es solo debilitar lo que la universidad hace, sino destruir lo que simboliza. Por eso, cuando el mercado pretende dictar incluso el valor del conocimiento, recordar el origen de instituciones como la Academia de Humanismo Cristiano no es un ejercicio de nostalgia, sino una advertencia necesaria. 

Porque la universidad no es solo un espacio de transmisión de conocimientos, sino una institución destinada a formar el juicio, cultivar la razón crítica y ampliar la humanidad compartida. Kant la concebía como el lugar donde la razón se emancipa del dogma. John Henry Newman la definía como el sitio donde se busca el saber por sí mismo. Martha Nussbaum y Adela Cortina han insistido en que debe ser un baluarte de la ciudadanía democrática y de la ética pública. 

La experiencia de la Academia de Humanismo Cristiano –que en 1988, cuando la democracia aún no estaba consolidada, dio origen a su universidad– demuestra que el pensamiento crítico no destruye, sino que humaniza; que la libertad no se decreta, sino que se cultiva; y que un país sin memoria intelectual está condenado a repetir su dolor. 

Por eso estas elecciones obligan a defender un financiamiento público robusto y estable, y garantizar condiciones dignas para quienes sostienen las universidades. La educación superior debe evolucionar, adaptándose a los cambios demográficos y tecnológicos, pero esa transformación solo será genuina si se asienta sobre pilares inquebrantables: autonomía, libertad académica y un compromiso social innegociable.

A cincuenta años del nacimiento de la Academia de Humanismo Cristiano, el alma de Chile sigue en busca de refugio. El acoso a las universidades no es un debate técnico: es una batalla por el futuro de la sociedad. ¿Vamos a permitir que la razón crítica sea silenciada? La tarea de defenderla –en la educación, en la justicia, en la solidaridad– sigue siendo, hoy más que nunca, nuestra.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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