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Emociones y análisis político en Chile, propuesta para una nueva mirada Opinión

Emociones y análisis político en Chile, propuesta para una nueva mirada

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Las últimas –erradas– proyecciones políticas presentadas por las encuestas demuestran que, si no se incorpora una mirada integral del votante, como sujeto emocional, volátil y muchas veces inundado de contradicciones en sus decisiones, seguiremos observando nuestra política sin los lentes adecuados.


Somos seres emocionales que piensan, explica Humberto Maturana, y esa consideración, que ha quedado fuera de la política por tanto tiempo, podría ser hoy para Chile una buena explicación de, por ejemplo, por qué las encuestas no lograron ver en la primera vuelta presidencial el descontento con los dos extremos que sentía la “gente”, esa misma “gente” que fue quien votó por el candidato Franco Parisi, o el triunfo arrasador de José Antonio Kast, en segunda vuelta.

José Antonio Kast gana con un votante medio que no es ideológico, sino que vota pensando en un cálculo práctico basado en las necesidades propias, y más aún basado en el miedo –emoción atávica y universal– de no poder satisfacer sus necesidades básicas. Temores construidos para ese fin, con distintas estrategias, que incluyeron el uso de RRSS, a través de bots, que generaron incertidumbre y rumores amenazantes.

En esta columna proponemos la necesidad de ampliar el análisis electoral para hacerlo más certero, considerando conocimientos desde la ciencia política, pero también desde la comunicación social y la ontología del individuo, es decir, su ser. ¿Qué busca el votante en una era donde las ideologías se desdibujan en el marco de las fake news que siembran miedo y las modas banales de TikTok?, ¿qué siente? 

Creemos que una mirada desde un enfoque emocional, considerando la neuropolítica (incorporando factores como emociones, entendimiento social e incluso lo hormonal/neuronal), logra retratar de manera más acertada la intención de los votantes, agentes en continuo cambio, cuyas preferencias no se definen basándose en un marco de cálculo ideológico, sino más bien en un cálculo costo/beneficio emocional y material.

En este cálculo priman las decisiones basadas en jerarquías y no en horizontalidades de necesidades; por ello analizar el comportamiento político requiere de integrar herramientas de análisis más complejas como la pirámide de Maslow. 

Esta describe cinco niveles de necesidades humanas: en la base se encuentran las fisiológicas (alimentación, dormir, comer, reproducirse), luego las de seguridad (estabilidad económica, salud, protección frente a riesgos), le siguen afiliación (pertenencia social), estima (valoración social) y autorrealización (creatividad y desarrollo abstracto). 

En política, las opciones conservadoras –representadas por el candidato Kast– tienden a priorizar las necesidades básicas y de seguridad, mientras que las propuestas progresistas –representadas por la candidata Jara– ponen más énfasis en las de desarrollo personal, derechos y autorrealización. 

En este punto la neuropolítica nos diría que, cuando la ciudadanía percibe una amenaza en sus necesidades fisiológicas y de seguridad, los cerebros que se activan serían dos: el primitivo (proveniente de nuestros ancestros animales) y el límbico (emocional), por lo cual el cálculo costo-beneficio sería inclinarse por aquella opción política que logre convencer en su capacidad de resguardo de ambas necesidades básicas (fisiológicas y de seguridad) a costa de las tres necesidades restantes (afiliación, estima  y autorrealización).

Esto es esencial, dado que nuestro cerebro busca atajos mentales (heurísticas). Por ejemplo, asociar un candidato con seguridad o cercanía puede pesar más que su programa detallado, y justamente eso es lo que ocurrió con la candidatura de  José Antonio Kast.  

Por mucho que las incongruencias entre lo que dice en un debate versus lo que plantea su programa sean evidentes, era muy difícil que la aguja política de la decisión de los votantes cambiara drásticamente a días de la segunda vuelta presidencial. Ya estaban convencidos y convencidas, él fue el candidato con que ven cubiertas sus necesidades básicas, aunque ponga en jaque otras consideraciones que puedan ser importantes, como el respeto a la diversidad sexual o los derechos reproductivos de niñas y mujeres. 

Esto no nos hace más básicos, no nos hace más inocentes, ni menos limitados cognitivamente, es esto lo que nos hace seres humanos. Cuando las encuestas y los analistas políticos entiendan que somos seres emocionales y no solo seres racionales, tendremos un país cuya capacidad de proyectar resultados políticos sea mucho más certera y honesta. 

Las últimas –erradas– proyecciones políticas presentadas por las encuestas demuestran que, si no se incorpora una mirada integral del votante, como sujeto emocional, volátil y muchas veces inundado de contradicciones en sus decisiones, seguiremos observando nuestra política nacional sin los lentes adecuados.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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