Opinión
Sin ciencias no hay conciencia: la cárcel de la libertad y la incertidumbre de la seguridad
Las influencias de figuras e intereses ultraconservadores han abierto grietas para que el negacionismo socave el consenso científico no solo más clásico sino que también el de las ciencias sociales, poniendo en jaque avances colectivos que son vitales para nuestra supervivencia y vida en sociedad.
En la era de la posverdad, donde la propaganda vertiginosa ha usurpado el imaginario de la realidad, las decisiones individuales, muchas veces guiadas más por el miedo que por la razón y el sentido común, trazan el destino colectivo. En este escenario se vuelve imperativo revisar algunos de los pilares de nuestra vida en sociedad -libertad, desarrollo y seguridad- y preguntarnos ¿Qué fundamento queda cuando la conciencia pública se ve minada por un negacionismo rampante que, cual niebla tóxica, se expande desafiando incluso el consenso científico más básico?
En tiempos de profundos virajes políticos, la incertidumbre y el temor se han instalado como pan de cada día en los millones de hogares de nuestro país. Ante este panorama duro de roer, es crucial que nos preguntemos si estamos pensando un presente y edificando un futuro sobre bases sólidas o, por el contrario, respaldando meras fantasías ególatras que consciente o inconscientemente hacen vista gorda a evidencias irrefutables.
Estas fantasías que se atreven a manosear descaradamente el concepto de libertad, deformándolo en una peligrosa cárcel de doble estándar, donde por una parte, se glorifica y defiende a ultranza una libertad económica, entendida como un mercado sin límites donde el capital pareciera que puede fluir por generación espontánea sin restricciones ni interacciones. Y por otra parte, esa misma bandera de libertad encarcela la autonomía y la soberanía de los individuos, incluso sobre sus propios cuerpos y decisiones de vida personal, pretendiendo someter a las mayorías a un restrictivo y único eje “moral”.
¿Podemos hablar de libertad cuando solo de acuerdo a los discursos esta se traduce en un hacer lo que quiera, con quien quiera y al costo que sea para facilitar la acumulación de riqueza para una minoría, mientras se restringe simultáneamente el derecho a decidir sobre la salud reproductiva, la identidad de género o el aborto incluso en circunstancias extremas y en definitiva a la libertad de vivir en el mundo y no sólo habitarlo?
Esta visión selectiva es profundamente hipócrita y pérfida: eleva la desregulación financiera a la categoría de dogma intocable, afectado directamente la seguridad de millones de hogares, mientras somete la libertad personal a un yugo de moralismos ajenos y añejos.
Las recientes agendas conservadoras -tal vez aún fervientes creyentes de la mano invisible-, al priorizar la desregulación financiera con promesas de prosperidad, han -simultáneamente- endurecido restricciones que mutilan derechos fundamentales, derechos humanos, derechos colectivos, derechos territoriales, derechos de las y los niños y adolescentes y derechos reproductivos, además de flexibilizar o derechamente ignorar las dinámicas ambientales que sostienen la vida.
Estos discursos altamente contradictorios revelan una “libertad” que, en esencia, aprisiona a las mayorías en beneficio exclusivo de unos pocos seres que creen habitar en burbujas suspendidas en el aire.
Como parte del ejercicio metodológico/discursivo estas “élites” han utilizado también a diestra y siniestra el concepto del desarrollo, mostrándolo como un progreso lineal e inexorable medido únicamente en cifras macroeconómicas alcanzables mediante el descriteriado extractivismo, que, sin ciencia y sin conciencia se revela como un espejismo cuando ignora que lejos de la burbuja humana e individual, nos encontramos en constante dependencia con el sistema ambiental.
¿De qué sirve un “desarrollo” que ostenta récords de crecimiento en dimensiones materiales (que definitivamente tienen fecha de caducidad), si abandona la inclusión social, sacrifica la equidad laboral y destruye ecosistemas vitales? Al priorizar modelos inconscientes, agresivos y extractivistas, el avance material no solo pisotea la dignidad colectiva, sino que exacerba precariedades que afectan hoy y mañana a amplios sectores.
Es aquí donde el negacionismo cobra una dimensión existencial, el rechazo deliberado a la ciencia ambiental, y per se a las consecuencias de la crisis climática, tratándole como si no fueran amenazas tangibles, condena a nuestros hijos y nietos a un escenario donde fenómenos como sequías, deforestación, pérdida de la biodiversidad, incendios e inundaciones se normalizan como fatalidades ajenas inevitables que no tienen la capacidad de interferir con la vida humana.
La seguridad, ese poderoso comodín trofeo en la propaganda del miedo, termina por generar una profunda incertidumbre cuando se limita a la respuesta policial contra delitos comunes de “antisociales”, ignorando sus dimensiones trascendentales: social, alimentaria, económica, política, reproductiva, sexual y ambiental. Aquí es imposible no preguntarnos ¿Qué tipo de seguridad ambicionamos? ¿Una que solo persigue solo robos y blinda fronteras, mientras evade garantizar pensiones dignas, estabilidad laboral, el derecho a la expresión o protecciones efectivas para minorías, migrantes, pueblos originarios y diversidades sexo-genéricas? Esta aproximación miope, nutrida por narrativas alarmistas que conquistan elecciones, perpetúa ciclos de exclusión y vulnerabilidad.
El miedo como supremo manipulador electoral, ha triunfado, arrastrando consigo el sentido común y relegando la seguridad ambiental, aquella que debe garantizar un planeta habitable no para ayer, u hoy, sino que también para mañana.
Las influencias de figuras e intereses ultraconservadores han abierto grietas para que el negacionismo socave el consenso científico no solo más clásico sino que también el de las ciencias sociales, poniendo en jaque avances colectivos que son vitales para nuestra supervivencia y vida en sociedad. ¿Recuperaremos algún día la brújula para edificar una libertad auténtica, una seguridad verdadera y el desarrollo sostenido para todos y todas las vidas? ¿Será posible que estos egos reaccionen y tomen conciencia de que no es la senda?
En este contexto, apelo a los atisbos de humanidad que quede en estos oximorones humanos para superar aquellas mentalidades limitadas que nos fragmentan, dividen, faccionan. El esfuerzo debe ser de todas y todos para proporcionar una apertura genuina para comprender el mundo de manera holística, reconociendo que estamos interconectados, y que esta interconexión no es una ideología sino que está altamente demostrado por las ciencias, la información está, solo se necesita activar la conciencia, y recordar que la libertad en su esencia no puede tener cárceles antojadizas, ni la seguridad puede estar sostenida en la incertidumbre y el miedo.
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